Hadas

Hay días en que una salgo a la calle con buen pie, definitivamente, aunque cuando abro lo ojos y  me levanto, sé en el segundo siguiente que voy a extrañar  el calor de las sábanas que acabo de dejar.  Hay días  en los que  estoy sentada en la oficina y el sol brilla afuera y centellea sobre alguna piedra en la calle y oigo el ruido de la ciudad a lo lejos y quisiera estar por ahí caminando despeinada con el airecito que sopla esta mañana. Hay días para sorprenderse, para alegrarse con esta canción que alguien compartió en fb y no imaginó el regalo que me estaba haciendo.

Yo también tengo un hada en mi casa
Sobre los canalones chorreantes
La encontré sobre un tejado
Con la cola del vestido ardiendo
Era por la mañana, se olía el café
Todo estaba cubierto de escarcha
Ella se escondió bajo un libro
Y la luna terminaba borracha

Yo también tengo un hada en mi casa
Y la cola de su vestido está quemada
Ella debe sabe que no puede
Que no podrá nunca jamás volar
Otras lo han intentado antes que ella
Antes que tú hubo otra
La encontré replegada bajo sus alas
Y creí que tenía frío

Yo también tengo un hada en mi casa
Desde mis estanterías mira hacia arriba
A la televisión pensando
Que fuera está la guerra
Lee periódicos diversos
Y se queda en casa
En la ventana, contando las horas
En la ventana, contando las horas

Yo también tengo un hada en mi casa
Y mientras come
Hace ruido con sus alas quemadas
Y sé que no está bien
Pero yo prefiero darle un beso
O sujetarla entre mis dedos
Yo también tengo un hada en mi casa
Que querría volar, pero no puede…

Esta canción no la conocía hasta este sábado en que supe que en el mundo habitaba Zaz…

Herencias

 

Días y noches de amor y de guerra, el primer libro de Eduardo Galeano que me leí

Días y noches de amor y de guerra, el primer libro de Eduardo Galeano que me leí

Cuando era más chiquita heredé un cuarto en la casa de mi abuela en el que me daba miedo dormir sola y que antes había sido de un primo mayor, casi desconocido. Él había viajado a un país lejano, llamado Alemania,  que todavía no sabía situar muy bien en el mapa del mundo.  Las cosas en su habitación quedaron tal como las dejó, mi abuela no permitía que allí nada se cambiara de lugar. Hoy creo que esas son parte de las estrategias que usamos contra la nostalgia de lo que ya no está. Así ella se defendía de su ausencia, conjuraba su regreso, como si las cosas que una vez tocó y fueron suyas pudieran atarlo de tal manera que lo obligaran a volver.

En ese cuarto había un librero más grande que yo. Cubría casi totalmente toda la pared izquierda, desde el piso hasta el techo -tampoco era un cuarto tan grande. Había libros de todo tipo, de todos los tamaños y colores. Casi todos llegaron allí producto del desahucio de la biblioteca del pueblo. Cuando sobraban porque faltaban estantes o llevaban demasiado tiempo sin leerlos pues las bibliotecarias los apilaban para ¿botarlos? No estoy segura. Lo cierto es  que el primo los recogía y se los llevaba para la casa.

Cuando  pasé  a habitar ese espacio, solo esos libros pudieron ayudarme a espantar el miedo y que este fuera sustituido por la alegría de vigilar a la abuela para leerlos y cambiarlos de lugar según mis gustos y la necesidad de tenerlos más cerca o más lejos.

Así fue como tropecé definitivamente con Eduardo Galeano. Hasta el momento nadie me había hablado de él, nadie me había contando que en el mundo existía este hombre pelón que escribía como ninguna de las personas que hasta el momento había leído, que iba poniendo las palabras unas junto a otras de una forma hermosa, casi musical.

Hoy encontré una nota en La Ventana que recuerda este volumen imprescindible y su premio Casa de las América en 1978, yo todavía no nacía, pero al final ese libro terminó encontrándome, para mi suerte. Hoy tengo que agradecer la herencia recibida, una de las que más celebro, frente a otras gratuitas y forzadas, que no nos pertenecen pero que nos son muchas veces impuestas.

Y aquí les dejo a Galeano. No podría ser de otra manera.

Sueños

“Los cuerpos, abrazados, van cambiando de posición mientras dormimos, mirando hacia aquí, mirando hacia allá, tu cabeza sobre mi pecho, el muslo mío sobre tu vientre, y al girar los cuerpos va girando la cama y giran el cuarto y el mundo. “No, no ―me explicás, creyéndote despierta―. Ya no estamos ahí. Nos mudamos a otro país mientras dormíamos”.

El sistema

“Quien está contra ella, enseña la máquina, es enemigo del país. Quien denuncia la injusticia, comete delito de lesa patria”.

“Yo soy el país, dice la máquina. Este campo de concentración es el país: este pudridero, este inmenso baldío vacío de hombres”.

“Quien crea que la patria es una casa de todos, será hijo de nadie”.

Pero hay que saber elegir

“¿Cuántas veces hemos confundido la bravura con las ganas de morir?”.

“La histeria no es la historia, ni un revolucionario es un enamorado de la muerte. La muerte, que un par de veces me tomó y me soltó, a menudo me llama todavía y yo la mando a la puta madre que la parió”.

Es la hora de los fantasmas: Yo los convoco, los persigo, los cazo…

“Los dibujo con tierra y sangre en el techo de la caverna. Me asomo a mí mismo con los ojos del primer hombre. Mientras dura la ceremonia, siento que en mi memoria cabe toda la historia del mundo, desde que aquel tipo frotó dos piedras para calentarse con el primer fueguito”.

La tragedia había sido una certera profecía (2)

“¿Se puede realizar la unidad nacional por encima y a través y a pesar de la lucha de clases? Perón había encarnado esa ilusión colectiva”.

Una mañana en los primeros tiempos del exilio, el caudillo había explicado a su anfitrión, en Asunción del Paraguay, la importancia política de la sonrisa.

―¿Quiere ver mi sonrisa? ―le dijo. Y le puso la dentadura postiza en la palma de la mano.

“(…) En Madrid, en el otoño del 66, Perón me dijo: ―¿Usted sabe cómo hacen los chinos para matar a los gorriones? NO los dejan posar en las ramas de los árboles. Los hostigan con palos y no los dejan posar, hasta que se mueren en el aire; les revienta el corazón y caen al suelo. Los traidores tienen vuelo de gorrión. Alcanza con hostigarlos, con no dejarlos descansar, para que terminen yéndose al suelo. No, no… Para manejar hombres hay que tener vuelo de águila, no de gorrión. Manejar hombres es una técnica, un arte, de precisión militar. A los traidores hay que dejarlos volar, pero sin darles nunca descanso. Y espera a que la Providencia haga su obra. Hay que dejar actuar a la Providencia… Especialmente porque a la Providencia la manejo yo”.

“A la hora de la verdad, cuando recuperó el poder, el peronismo estalló en pedazos. Se rompió tiempo antes de que el caudillo muriera”.

De los muchachos que por entonces conocí en las montañas, ¿quién queda vivo? (3)

“(…) Una noche, los muchachos me contaron cómo Castillo Armas se había sacado de encima a un lugarteniente peligroso. Para que no le robara el poder o las mujeres, Castillo Armas lo mandó en misión secreta a Managua. Llevaba un sobre lacrado para el dictador Somoza. Somoza los recibió en el palacio. Abrió el sobre, lo leyó delante de él, le dijo: ―Se hará como pide el presidente.”

“Lo convidó con tragos.”

“Al final de una charla agradable, lo acompañó hasta la salida. De pronto, el enviado de Castillo Armas se encontró solo y con la puerta cerrada a sus espaldas.”

“El pelotón, ya formado, lo esperaba rodilla en tierra.”

“Todos los soldados dispararon a la vez.”

Gleyvis Coro Montanet o la atropellada música de las palabras

Gleyvis Coro Montanet, poeta y narradora cubana.

Gleyvis Coro Montanet, poeta y narradora cubana.

Primero le agradecí -chat mediante-  su libro de poesías Jaulas, después le pedí me contestara una preguntas locas que tomé de varios lugares. Lo que sigue es resultado de ese día de encuentro en facebook.

¿Qué título de otro autor te hubiera gustado para un libro tuyo?

«Caída y decadencia de casi todo el mundo»

¿Qué música escuchas cuando escribes?

La atropellada música de las palabras generándose, descascarándose de mi cabeza, chocando y compitiendo unas con otras.

¿Dónde escribes, a qué hora, cuánto tiempo?

Donde puedo, a la hora que puedo, todo el tiempo que puedo. Lo que al final, nunca es mucho y jamás suficiente.

¿Qué escribes en estos momentos?

Poesía y teatro poético.

¿Qué lees en estos momentos?

Mamotretos para mi tesis.

¿Qué libro es ideal para leer en el baño?

Ninguno. El baño es un lugar muy incómodo para leer:  frío, húmedo, encuevado. Mejor transitar rápidamente por él, acabar pronto y leer en mejores condiciones.

¿Cuál es el lugar de tu casa que más te gusta?

La computadora.

¿Cuál es tu palabra favorita?

No tengo palabra favorita.

¿Cuál es la palabra que más odias?

No odio ninguna palabra. Quizás alguna que se utilice demasiado en un comentario o ámbito, me puede resultar algo impertinente, pero es culpa del abuso del dialogante, o de la influencia del contexto, no de la palabra misma y tampoco de su significado.

¿Qué libro recomiendas leer y por qué?

La guerra del fin del mundo. Porque es el mejor libro del mundo.

¿Qué película recomiendas ver y por qué?

«El lector». Porque ayuda a comprender que nada -ni nadie- es malo. Y que leer es una terapia.

 ¿Qué música recomiendas escuchar y por qué?

Toda música es recomendable, hasta -y bien mirado- el reguetón.

¿Qué hace a un día un buen día?

El logro absoluto y favorable de los objetivos propuestos para el día.

¿Si pudieras compartir un buen recuerdo?

Es más bien una anécdota. Desde pequeña, incluso antes de la edad escolar, me obsesionaban los significados de las palabras escritas. me la pasaba pregutándole a mi bisabuela -la persona mayor que más tenía a mi alcance entonces- qué decía en  aquel y aquel y aquel otro cartel. Debí agobiarla bastante con mi letrada curiosidad. Mi bisabuela solía decir que había visto a pocas personas más necesitadas de aprender a leer.

La poesía de Gleyvis es de esas que martilla sin pudor sobre las cosas torcidas y sobre la manera torcida que a veces los seres humanos nos empeñamos en ver las cosas. Acá les dejo dos de los poemas que prefiero de su libro Jaulas.

No eras tan malo

Eras nocivo como el líquido
del veneno en el frasco ámbar,
claramente nocivo como el rótulo: veneno,
en letra capital de imprenta antigua.
Eras agudo como la punta
de la espada de mango decimonónico.
Quemante como la letra encendida
que se hundía en la piel de la bestia rolliza

de un colono bondadoso.
Tenías la gravedad del canto de la uña
que nos hiere, de soslayo,
cuando persigue otra cosa.
Eras letal a la usanza difunta,
a la manera noble que quizás anunciaba
que me ibas a morder en una zona un segundo.
Pero no eras ninguna de estas bocas  modernas
que desgarran y se van.
Nunca una estridencia, jamás un insulto.
Eras dañino de un modo
sosegado y romántico.
Y no eras peor que eso.

 

************

Poema político

Este es el poema donde
combato
la incapacidad de mi jefe
para comprender la poesía,
más el rechazo de mis
jefes anteriores
hacia la poesía de cualquier tipo.

Este es el poema de una
política
hacia la poesía que
sintetizo
en la figura de mi jefe
actual y combato
desde poses muy calmadas
como terminar pronto el
poema
porque a la larga son los
jefes
y no por humillarlos en
público
van a comprender la
poesía.

**************

Nunca le pidas que se quede

Nunca le pidas que se
quede
Pedirlo así: no me
abandones,
suena tan mal.
A estas alturas
de la historia del mundo,
a esta edad: no me
abandones.
Pedirlo con la voz rajada
o altiva, con el énfasis
y el brillo en los ojos,
con frases como quédate o
regresa,
o con gestos sinónimos,
luce tan mal sobre el
tapiz estrujado de ese
día en que te dejan,
(donde además está
negro porque te dejan).
Luce tan feo que mejor
no lo dices, o todo se
pondrá ridículo, y triste,
y más negro de lo que
estaba y él se irá de
todas formas.

************

El amor propio

Pobre de quien perdió la
cuenta de las veces que
lo abandonaron y ahora
sólo le pesa lo vago –la
huella inexacta– de
aquel error sin número
que no dejó de doler u
ocurrir porque lo dejara
de contar. Dichoso el
que conservó su
elegancia, manejó sin
titubeos la nave de la
vida y ahora nada le
pesa, sino que lo cuenta,
con impetuoso
entusiasmo, al círculo de
sus parientes. Yo no fui
como ellos. Me
abandonaron y
abandoné en
proporciones idénticas.
Choqué contra otras
naves la nave de la vida,
y si el daño no fue
recíproco y me hirieron
más, no me quejo,
porque todo lo que me
pegó con saña, le hizo
bien a mi poesía.


Gleyvis Coro Montanet (Pinar del Río, 1974). Poeta, narradora y ensayista. Graduada en Estomatología. Tiene publicados el cuaderno de narrativa Con los pies en las nubes y los poemarios Cantares de Novo-hem, Escribir en la piedra, Poemas Briosos y Aguardando al guardabosque. Recibió el Premio UNEAC 2006 con su novela La burbuja.

 

Misterio

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Hace unos día amaneció una berenjena al pie de la escalera de mi casa. No supe si su presencia allí, agazapada entre la pared y el primer escalón, respondía que se había caído de la jaba de alguien o era obra de esas dádivas a las distintas deidades sobre las que se sostiene el imaginario popular.

Esa berenjena era el misterio, la puerta a un mundo apenas avistado, del que solo me llegan referencias por lecturas, por prácticas simbólicas que me he tropezado a los pies de las ceibas o de las palmas reales, aquí, en medio de la ciudad. Casi siempre en la mañana estos árboles amanecen con sus ofrendas varias, puestas allí con fervor, con la certeza de que cumplirán su cometido, de que traerán las respuestas a las plegarias.

Una berenejena trasmutada en símbolo de una fuerza recóndita, llena de distintos deseos y esperanzas.

Nunca sabré de los deseos que abrigó. Allí estuvo su piel violeta, ya no la encontré.

Al mismo tiempo parecía una de las pinturas de Arturo Montoto; una instalación que el artista había dejado preparada para venir a pintar luego, cuando el trasiego del día fuera decayendo y nadie pudiera interrumpir el momento en que convierte en arte la posible relación entre elementos extraños: las frutas y la ciudad.

Parecía una obra suya salida del lienzo por los  peldaños, los quicios, los rincones de escaleras, las paredes engañosamente insolidarias que el pintor casi siempre eterniza en su obra, en el afán de unir las partes de un todo dispersas y lejanas.

 

Alumbrar

 

Por estos días una amiga duerme con poemas de Carilda Oliver Labra bajo la almohada. El ímpetu de las palabras de esta mujer le sirven para inflar sus propias velas y seguir caminando en días que quizás se trastabille más de lo necesario. Por suerte existen poemas que nos sirven de espejo, de aliento, de conversación, de compañía. Y una se arropa con esas palabras y sale a pelear sus batallas, a vencer o a rendirse.

También yo soy deudora de esas palabras que sirven de sostén cuando te lanzas de un edificio en llamas demasiado alto. Siempre busco a la Loynaz, su melancolía, su tristeza tranquila, pone en mis días bálsamo; y de alguna manera este es un regalo para ella, que quizás llegue a necesitar esta fórmula que le he preparado, Dulce María con Mirta Aguirre, dándonos las esperanzas que a veces se extravían. Y porque la poesía no es broma, no es algo fútil, no es algo sobre lo que podemos pasar con displicencia.

Poema LXVIII

Todos los días, al obscurecer, ella sale a encender su lámpara para alumbrar el camino solitario.

Es aquel un camino que nadie cruza nunca, perdido entre las sombras de la noche y a pleno sol perdido, el camino que no viene de ningún lado y a ningún lado va.

Briznas de hierba le brotaron entre las hendiduras de la piedra, y el bosque vecino le fue royendo las orillas, lo fue atenazando con sus raíces…

Sin embargo, ella sale siempre con la primera estrella a encender su lámpara, a alumbrar el camino solitario.

Nadie ha de venir por este camino, que es duro y es inútil; otros caminos hay que tienen sombra, otros se hicieron luego que acortan las distancias, otros lograron unir de un solo trazo las rutas más revueltas… Otros caminos hay por esos mundos, y nadie vendrá nunca por el suyo.

¿Por qué entonces la insistencia de ella en alumbrar a un caminante que no existe?¿Por qué la obstinación puntual de cada anochecer?

Y, sobre todo, ¿por qué se sonríe cuando enciende la lámpara?

del libro Poemas sin nombre de Dulce María Loynaz 

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Todo puede venir

Todo puede venir por los caminos
que apenas sospechamos.
Todo puede venir de dentro, sin palabras
o desde fuera, ardiendo
y romperse en nosotros, inesperadamente,
o crecer, como crecen ciertas dichas,
sin que nadie lo escuche.
Y todo puede un día abrirse en nuestras manos
con risueña sorpresa
o con sorpresa amarga, desarmada, desnuda,
con lo triste de quien se ve de pronto
cara a cara a un espejo y no se reconoce
y se mira los ojos y los dedos
y busca su risa inútilmente.
Y es así. Todo puede llegar de la manera
más increíblemente avizorada,
más raramente lejos
y no llegar llegando y no marcharse
cuando ha quedado atrás y se ha perdido.
Y hay, para ese encuentro que guardar amapolas,
un poco de piel dulce, de durazno o de niño,
limpia para el saludo.

Mirta Aguirre

 

Alguien tiene que llorar

"Dèjá-vu", de la artista cubana Cirenaica Moreira

«Dèjá-vu», de la artista cubana Cirenaica Moreira

No hay fechas para celebrar ser mujer. Desde el mismo día de nuestro nacimiento  cuando nos visten con ropas de color rosado en hospital, esa primer acuerdo  social, sobre los colores que deben distinguirnos del otro grupo de seres humanos que pueblan la tierra, ya nos va buscando un lugar en la sociedad, con sus reglas, «derechos» y obligaciones. Como escribió Simone de Beauvoir: «No se nace mujer, se llega a serlo«. Y por el camino de la vida las mujeres vamos definiendo qué mujeres somos y cómo nos gusta celebrarlo. El relato que les traigo a continuación habla un poco de ello, remite a esos acuerdos sociales que las mujeres a veces cumplimos con aquiescencia y a veces desechamos sin miramientos. Cuando lleguen al final no crean en eso de que las mujeres somos las eternas perdedoras, poder decidir sobre nuestro cuerpo y la duración de nuestra vida, también pueden ser una victoria. Y esta es una de las tantas lecturas que esta historia puede tener. Su autora es Marilyn Bobes, una escritora cubana de la que ya les he hablado en otra ocasión.

Alguien tiene que llorar   

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Messalina ni María Egipcíaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Rosario Castellanos

Daniel

Está casi en el centro, sonriente. Es en realidad la más bella, aunque no lo sabía. Ni siquiera se atrevió a imaginarlo. Le preocupa demasiado su nariz, acaso muy larga para una muchacha de quince años. Con el tiempo su rostro se irá recomponiendo y no habrá ya desproporciones, nada que lo empañe. Pero ahora sólo le interesa el presente.

A su derecha, Alina, que tiene ya unos senos enormes y es la criollita, la codiciada, la que desean y buscan sin descanso todos los varones de la Secundaria. Cary la envidia un poco, sin saber que, veinticuatro años después, de la imponente Alina no quedaría más que una flácida y triste gorda. Alina tampoco lo sabe y, quizá por eso, en este 1969 fijado por la foto, se empina sobre las otras, orgullosa de todo su volumen, de su esplendor, usurpando el espacio de las demás y relegándolas a un segundo plano.

En el extremo izquierdo, borrosa por el contraluz, apenas se distingue a Lázara: unos muslos delgados, una figura desgarbada, una carita de ratón. El vientre, plano todavía, todavía inocuo. Levanta los ojos a la cámara como pidiendo perdón por existir. Es Lázara unos meses antes de la tragedia.

Después dejaría los estudios. No pudo soportar las miraditas, las risas, las leyendas y todo lo que acompañaba, en la Secundaria de aquellos años, a un embarazo no santificado. Para colmo: la huida del Viejo, un cuarentón que la esperaba a la salida, en el parquecito, y con quien se perdía, confiadamente, en el Bosque. Junto a Cary, también a la izquierda, dos muchachas no identificadas. Son muy parecidas, casi diríase gemelas. Bajitas, redondas, con ojos de muñeca, sólo están ahí para que, desde atrás, alzándose sobre sus cabezas y sus cerquillos y sus destinos pequeños y felices, aparezca Maritza. Ella se levanta con su estructura poderosa y es, en el retrato del grupo, una presencia agresiva.

El tiempo, trabajando sobre la foto, ha vuelto transparentes los ojos de Maritza. Ya parece marcada para morir. No mira hacia la lente. No sonríe. Es la única que no tiene cara de cumpleaños. Sus hombros anchos revelan a la deportista, a la campeona en estilo libre durante cuatro juegos escolares consecutivos. Es también bella, aunque de otro modo. Su rostro era perfecto y misterioso, como no hay ningún otro en la foto, como quizá no vuelva a haberlo en La Habana.

Cary

La encontraron ahogada. Como un personaje de la telenovela de turno: el vaso volcado y una botella de añejo medio vacía en los azulejos del piso, a unos pocos centímetros de la mano que colgaba sobre el borde de la bañadera. Los restos de las pastillas en el mortero, que quedó encima del lavamanos, y los envoltorios arrugados en el cesto de papeles del baño.

En el velorio, un hombre cuyo rostro me resultó familiar comentó que no parecía el suicidio de una mujer. Excepto por las pastillas. Le resultaba demasiado racional aquello de prever el deslizamiento, con el sueño profundo de los barbitúricos, hasta que la espalda descansara sobre el fondo y los pulmones se llenaran irreversiblemente de agua. Sospecho que le molestó la idea del cadáver desnudo de Maritza, expuesto a la mirada de una decena de curiosos, en espera de los técnicos de Medicina Legal.

Pero Maritza nunca tuvo sentido del pudor. Era la primera en llegar al centro deportivo y, antes de abrir la taquilla, se sacaba la blusa de un tirón, se desprendía de la saya, y empezaba a hacer cuclillas y abdominales en una explosión de energía incontrolable. Su torso y sus piernas, de músculos entrelazados y fuertes, giraban compulsivos ante nuestros ojos. Recuerdo que, una vez terminados los ejercicios, colocaba un gorro elástico sobre su pelo corto y, ya completamente  desnuda, se perdía en las duchas con aquel paso tan suyo: largo, lento, seguro.

A diferencia de nosotras, ella le daba a su imagen muy poca importancia. Ahora el tiempo ha pasado y veo las cosas de otro modo, y se me ocurre que cultivó siempre su cuerpo como valor de uso. Todas las demás, aunque nos concentráramos en la gimnasia o en la natación, nos preparábamos al mismo tiempo para una futura subasta; de algún modo, estábamos siempre en exhibición.

Lázara, Alina y yo nos torturábamos a diario con cinturones apretados y pantalones estrechos. Maritza era más feliz: se disfrazaba con atuendos cómodos, un poco extravagantes, como queriendo deslucirse obstinadamente. Más de una vez la regañamos por su descuido y, a veces, por su falta de recato: se sentaba y nunca se estiraba los bordes de la minifalda ni se colocaba una cartera encima de los muslos, como hacíamos las demás. Ni siquiera la recuerdo usando una cartera. Salía de la casa con un monedero gastado, hecho por algún artesano anónimo, donde apenas cabía el carnet de identidad y algún dinero. Muchas veces, durante el paseo, le pedía a Alina que lo guardara en su comando repleta de crayones delineadores, perfume, servilletas y cuanto objeto de tocador era posible imaginarse.

Alina

Siempre lo llevó por dentro. Siempre. Más de una vez me pasó por la cabeza y estuve a punto de advertírselo a Cary: esa desfachatez para exhibirse desnuda, aquellas teorías indecentes, la manía de querer estar a toda hora controlándola… No sé cómo no lo descubrimos a tiempo. Nosotras éramos normales, nos vestíamos con gracia, pensábamos como siempre piensan las mujeres.

Lo de mi marido no lo hizo solamente por molestarme, sino sabe Dios por qué otras sucias razones. Sin embargo, lo pagó. Esas cosas se pagan.

Él no pudo hacer nada con ella. Me lo dijo esta mañana en la funeraria. Había algo raro en su manera de quitarse la ropa, algo como un desparpajo. Y, después, lo humilló: volvió a vestirse como si nada, no quiso explicaciones, lo despidió con una expresión maligna y hasta se tomó el atrevimiento de hacerle un chiste cínico: Y ahora, ¿qué vas a hacer si yo decido contárselo a Alina?

Me lo confesó en un arranque de sinceridad y de rabia, para que no me conmoviera, para que no me dejara arrastrar por la debilidad de Lazarita y pusiera mi nombre en la corona. No se lo voy a permitir. Si a Caridad y a Lázara no les importa que la gente hable, a nosotros sí. Bastante hicimos con estar en el velorio. Pero al entierro no vamos. La urbanidad tiene sus límites.

Es cierto que yo me descuidé. Los partos acabaron conmigo, me desgraciaron, es la verdad. Pero cómo iba a ponerme a pensar en mi figura. La mujer que no tiene hijos nunca logra sentirse realizada. Muchas, como Maritza, como Cary, se conservan mejor porque no paren. A mí me educaron de otro modo: para formar una familia. Y no me arrepiento. Quiero mucho a mis hijos y las alegrías que ellos me han dado no las hubiera podido sustituir con nada. Eso es lo que completa a la mujer: una familia.

Llegué a pensar que ellas sacrificaban todo eso porque les gustaba lucirse. Si hubieran tenido que cocinar, lavar, planchar y atender una casa, difícilmente les alcanzaría el tiempo para leer libritos y estar pensando en musarañas. Cary sacó la cuenta. Se ha pasado la vida divorciada. Pero Maritza… Ahora se comprende por qué no le interesaba el matrimonio ni la estabilidad. En su caso, la respuesta era mucho más sencilla.

Fui una tonta. Si me sorprendían en un mal momento, me desahogaba con ellas, diciéndoles cosas que ni siquiera pensaba. Todavía era joven, inmadura. Yo no tenía que haberles contado lo que pasaba entre mi marido y yo. Maritza no tenía que haberme visto llorando. Para qué les habré dado ese gusto. Con el tiempo, comprendí que es normal. Pasa en todos los matrimonios: la pasión se transforma en compañerismo, en un afecto tranquilo y perdurable. Aun cuando ellos necesiten de vez en cuando una aventurita: una esposa es una esposa. La mujer que eligieron para casarse. Cuando uno madura, el problema del sexo pasa a ser secundario.

De todas maneras, me dolió. Maritza siempre quiso hacerme la competencia, llevarme alguna ventaja. En el 72, en un trabajo voluntario, consiguió llegar a finalista en el concurso para la Reina del Tabaco. Por supuesto que fui yo quien ganó. El jefe del Plan, tres campesinos y el director del Pre eran los miembros del jurado. El director y un campesino votaron por ella. Pero el resto del jurado y el público estuvieron, desde el principio, de mi parte. Ella nunca se pudo parar al lado mío. A pesar de su cara bonita y toda aquella fama de difícil que se buscó. Sabía que era el misterio lo que la volvía interesante. Y consiguió mantenerlo mucho tiempo. En el tercer año de la carrera todavía era virgen. O, al menos, se comentaba.

La tuve que sufrir día por día, también en la Universidad. Cuando supo que yo quería estudiar Arquitectura, allá fue ella y se matriculó. Por eso la conozco mejor que nadie. Le aguanté muchos paquetes. Sobre todo su envidia. Lo único que nunca le soporté fue que me dominara. No le gustó y ahí mismo se acabó la amistad: nos distanciamos.

Todavía me parece que la estoy viendo, haciéndose la modesta y, en el fondo, tan autosuficiente: aquella vocecita medio ronca, melosa, y su vocabulario rebuscado. Se desgastó en entrevistas, cartas, reuniones, pensando que alguien se iba a interesar en su tesis: edificios alternativos. Era una esnob. Tanta gente sin casa y ella preocupada por la diversidad, por la conciliación entre funcionalidad, recursos disponibles y estética. Nos desgració un 31 de diciembre completo con aquella letanía. No sé ni por qué la invitamos. Fue idea de Lazarita o de Cary.

Todo el mundo queriendo divertirse y ella sentada en la poltrona, como una lady inglesa, monopolizando la atención. Y Cary le daba y le daba cuerda para que siguiera hablando. Hasta Lázara se embobecía con sus idioteces. Le parecía el colmo de la genialidad algo que Maritza había dicho: levantarse todos los días a mirar edificios iguales vuelve a las personas intolerantes, las predispone contra la diferencia.

Lázara, tan estúpida, pobrecita, se impresionó con aquel disparate. Siempre tuvo complejos con las supuestas inteligencias de Maritza y de Cary. Ellas, Maritza en especial, le llenaron la cabeza de humo siendo todavía una niña. Y ahí la tienen: ningún hombre le dura. Y no sólo por fea. Sino por boba. Mucho más feas que ella las he visto yo casadas. Es que no aprende. Los persigue, enseguida les abre las piernas. Les confiesa que lo que quiere es casarse. Nada hay que espante más a un hombre que sentir que lo quieren atrapar. Por eso el Viejo la dejó plantada y hasta el sol de hoy está cargando con una hija sin padre. Mira que me cansé de repetírselo. A los hombres hay que demostrarles indiferencia, llevarlos hasta la tabla y hacerles creer que son los que toman las decisiones. No voy a gastar más saliva con ella. Que siga dejándose guiar por Cary para que vea. Al final, esa ya se casó tres veces y ha tenido cuantos maridos le ha dado la gana, mientras a la pobre Lazarita… nada se le da. Y a los cuarenta ni Marilyn Monroe consigue un tipo para casarse. Sigue leyendo

Chávez

Hugo Chávez (1954 - Siempre)

Hugo Chávez (1954 – Siempre)

No voy a emborronar cuartillas para hablar de la ida de Chávez. El dolor se dice callando muchas veces. Les dejo palabras escritas, lloradas, sentidas en otras muertes, iguales de dolorosas e  irrevocables.

Consternados, rabiosos

Así estamos, consternados, rabiosos, claro que con el tiempo la plomiza consternación se nos irá pasando, la rabia quedará, se hará más limpia. Estás muerto, estás vivo, estás cayendo, estás nube, estás lluvia, estás estrella… Donde estés … si es que estás … si estás llegando… aprovecha por fin a respirar tranquilo, a llenarte de cielo los pulmones. Donde estés … si es que estás … si estás llegando … será una pena que no exista Dios. Pero habrá otros, claro que habrá otros dignos de recibirte comandante (Mario Benedetti)

**********

El otro

Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula,
Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
Sus huesos quedando en los míos,
Los ojos que le arrancaron, viendo
Por la mirada de mi cara,
Y la mano que no es su mano,
Que no es ya tampoco la mía,
Escribiendo palabras rotas
Donde él no está, en la sobrevida?( Roberto F. Retamar)

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Los Heraldos Negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! (César Vallejo)

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CHÁVEZ POR GALEANO

Hugo Chávez es un demonio. ¿Por qué? Porque alfabetizó a 2 millones de venezolanos que no sabían leer ni escribir, aunque vivían en un país que tiene la riqueza natural más importante del mundo, que es el petróleo. Yo viví en ese país algunos años y conocí muy bien lo que era. La llaman la «Venezuela Saudita» por el petróleo. Tenían 2 millones de niños que no podían ir a las escuelas porque no tenían documentos. Ahí llegó un gobierno, ese gobierno diabólico, demoníaco, que hace cosas elementales, como decir «Los niños deben ser aceptados en las escuelas con o sin documentos». Y ahí se cayó el mundo: eso es una prueba de que Chávez es un malvado malvadísimo. Ya que tiene esa riqueza, y gracias a que por la guerra de Iraq el petróleo se cotiza muy alto, él quiere aprovechar eso con fines solidarios. Quiere ayudar a los países suramericanos, principalmente Cuba. Cuba manda médicos, él paga con petróleo. Pero esos médicos también fueron fuente de escándalos. Están diciendo que los médicos venezolanos estaban furiosos por la presencia de esos intrusos trabajando en esos barrios pobres. En la época en que yo vivía allá como corresponsal de Prensa Latina, nunca vi un médico. Ahora sí hay médicos. La presencia de los médicos cubanos es otra evidencia de que Chávez está en la Tierra de visita, porque pertenece al infierno. Entonces, cuando se lee las noticias, se debe traducir todo. El demonismo tiene ese origen, para justificar la máquina diabólica de la muerte. (Eduardo Galeano)

Óscar Wao quiere estar menos solo

Junot Díaz, escritor Junot Díaz es mitad dominicano y mitad norteamericano o es dos tercio lo uno y no lo otro, pero pensándolo bien eso no es lo importante. Lo verdaderamente revelador es que Junot Díaz nunca se ha olvidado de su pertenencia a la parte dominicana de esa isla bicéfala que está clavada en el Caribe.  Es escritor. Y ha escrito la novela La breve y maravillosa vida de Óscar Wao. Un libro que leí y perdí por culpa de la costumbre de extender los círculos de influencia de un libro. Como inaginarán nunca retornó a mis manos. Pero creo valió el esfuerzo con tal de que Óscar y su padre Junot o su hermano, fueran  conocidos. Aunque no lo digo en voz alta, pienso que más temprano que tarde me lo devolverán o en última instancia lo volveré a comprar (dos ejemplares) para mí y para un amigo que lo quiere leer. Extendiendo los círculos, ya ven.

Hace un rato vi un video en el que Junot hablaba precisamente de Óscar, el gordito nerd, virgen, loco por la ciencia ficción, fan número uno de Tolkien. Y me impresionó como logró condensar en una sola frase todo el universo que integra su novela, donde habita tanta gente, tanta historia, el Trujillato y su horror, Cuba, las relaciones familiares, el realismo mágico de estas tierras, la defensa de la identidad de género, y solo dijo: Óscar lo único que quiere es escapar de la soledad.   Así, tan limpio y tan claro.

Y mientras pensaba en esto que quería escribirles, recordé la frase de Junot y también un poema de Idea Vilariño, mi poesía de cabecera junto a la de Dulce María Loynaz. Vilariño escribió un día que murió una persona muy querida:

Uno siempre está solo

pero

a veces

está más solo

Tal vez Junot nunca leyó estos versos, pero Óscar sentía precisamente esto: la soledad eterna a la estamos confinados los humanos y lo único por lo que luchaba denodadamente, a su manera y con sus recursos,  era para estar menos solo, para construir un puente por el cual  caminar hasta encontrar alguna mano que le hiciera sentir  la soledad menos densa. De ahí los lazos con su madre, con su hermana, con su abuela, con la tierra dominicana y las maldiciones y conjuros que gravitan en su aire.

Pero esto lo supe después. Primero fue saber de la existencia de Junot Díaz, ganador del Pulitzer,  de Óscar Wao y su breve y maravillosa vida por medio de una reseña, de esas invitaciones francas que no te permiten dormir esa noche sin el libro que recomiendan, que aún cuando pasen  meses de andadura estéril por las librerías de la ciudad,  llegado el día de gracia, te brinque el corazón porque encontraste el libro y porque lo vas a leer.

Así debiera suceder siempre. Si no es un libro que un amigo te pone delante de los ojos, al menos que alguien, sobre todo los que debieran hacerlo por su trabajo y preparación te lo indique, sin circunloquios o tecnicismos porque de lo que se trata es de provocar, de azuzar la curiosidad, el apetito lector. Y así nutrirnos.

Artículos relacionados:

Reseña La maravillosa novela “breve” de Junot Díaz, publicada por La Ventana, portal informativo de la Casa de las Américas, institución que publicó la edición cubana de la obra.

Es como una flor

 

Hoy es el primer día de marzo. La primavera debe estar rondando por algún lugar, pero en La Habana un cuasi invierno dan ganas de recogerse, de administras los gestos, porque todo está gris y húmedo. Pero por suerte uno se sobrepone a los golpes del desaliento y atrae sobre sí la posible benevolencia de las constelaciones, de los albures instaurados, y tiene la suerte de merecer el abrazo de las personas buenas que desbaratan con su ternura toda desesperanza. Es lo que siempre me sucede cuando «Niñita»  y yo coincidimos en esta ciudad. Ella recompone mi paisaje interior y me hace preguntarme invariablemente: ¿cómo hace para ser tan clara y tener siempre las manos llenas de cariño? Es su don y la suerte de todos los que la conocemos.  Y cuando me voy hacia los lugares que habito no puedo evitar la alegría por haber encontrado a esta cronopio, esa criatura que todos creíamos extinta o inexistente, como si  Cortázar pudiera mentirnos.

Flor y cronopio

Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa: «Es como una flor».