Carilda Oliver: «He ejercido mi libertad»

Carilda Oliver Labra, poeta cubana

Carilda Oliver Labra, poeta cubana

Por: Silvina Friera 

Tomado de Cubadebate

“No soy alondra, soy lechuza; por las noches estoy feliz”, dice Carilda Oliver Labra, una de las voces más importantes de la poesía hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Ahora que “el almendrón” –un taxi-colectivo– toma la vía Blanca y comienza a salir de La Habana rumbo a Matanzas, llega el recuerdo de la charla telefónica, cuando aceptó la entrevista con Página/12 con la única condición de que no fuera temprano. El paisaje, a medida que se interna en la provincia de Mayabeque, se vuelve más rural: vacas, toros y caballos pastorean tan campantes que producen un sentimiento semejante a la envidia. Un hurón cruza la ruta y esquiva el almendrón justo a tiempo. “La tierra” es un bello poema de Carilda que viene a la mente: “Cuando vino mi abuela/ trajo un poco de tierra española, /cuando se fue mi madre/ llevó un poco de tierra cubana./ Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:/ la quiero toda/ sobre mi tumba”. Camilo, el chofer, licenciado en matemática que hasta 1994 dio clases en escuelas secundarias, oficia de guía turístico. De pronto señala la fábrica de ron Havana Club, en Santa Cruz del Norte. La pupila levita hechizada por obra y gracia del valle del Yumurí y del puente Bacunayagua. Tiene 110 metros; es el más alto del país y divide la provincia de Mayabeque con Matanzas, “la ciudad de los puentes”, la Atenas de Cuba. En menos de lo que canta un gallo, pero después de dos horas y media de viaje y 90 kilómetros de recorrido, se llega al barrio Pueblo Nuevo, a la Calzada de Tirry 81, la calle que conduce hacia el mundo de la poeta cubana que ama “el tiempo y sus transfiguraciones cósmicas”.

La casa donde vive Carilda es de 1885. “Todos los vitrales son italianos. Este vitral –señala uno entre el comedor y el patio– es el único que queda entero en Matanzas, pero en un ciclón se rompió un poquito. Yo le pongo un papelito de los que usan los escenógrafos, del mismo color, y no se ve. Pero como ha llovido se ha caído. Todo es antiquísimo. Los canteros son de la fundación de la casa; están semidestruidos porque no los hemos querido tocar. Nos mudamos en 1926. Yo nací en el ’22. O sea que llevo 86 años viviendo acá, porque cumplí 90 en julio. Soy casi tan vieja como la casa.” Hay que ver a Carilda sonreír; sacude despacito los hombros y las mejillas se ruborizan levemente. A sus pies se acomoda un perro salchicha que tiene quince años y anda peinando canas. “Como era muy majadero y se comía los calcetines de Raydel, le puso Stalin. Pero responde al nombre de ‘Papito’”, revela Carilda. “Papito” alza las orejas y mueve la cola, festejando la oportuna aclaración. En el patio, un puñado de gatos de todos los colores y tamaños corretean, saltan por el aire y parecen los reyes del equilibro cuando caminan por los bordes de las macetas. La familia felina se agrandó: dos de las gatas tuvieron cría; ahora son 16. “Siempre tuve gatos, desde niña. Primero tenía uno solo, maravilloso, que cuando me fui a los Estados Unidos a visitar a mi familia, quince días nada más, se negó a comer y se murió. Cuando volví, mi suegra lo había enterrado en un cantero. Ghandi se llamaba. Lloré muchísimo, me puse muy mal.”

La poeta matancera presentará en la próxima Feria del Libro de La Habana Una mujer escribe (Ediciones Matanzas), una antología de su poesía prologada por Raydel H. Fernández, marido de la poeta cincuenta años menor que ella, realizada para celebrar los 90 años de Carilda. Como una maga, abre las manos y aparece el ejemplar de Desaparece el polvo, una miniatura amarilla de tapa dura con edición y prólogo de Antonio Piedra, publicada en España. “Fíjate cómo está; los tenía guardados uno pegadito con el otro. ¡Yo no sé qué ha pasado!”, se queja. La humedad, como siempre, cumplió el papel de alumna ejemplar. La tapa de la encantadora miniatura se descascara. “Este libro está relacionado con problemas personales, ¿comprendes? Estuve vetada, no se me publicó durante mucho tiempo, entre el ’63 y el ’78. En el ’78 me arriesgué a ir al Concurso 26 de Julio. Me dieron un diploma y me citaron al sitio en La Habana donde entregaban el premio. Desde el momento en que voy al premio, es porque veo una situación favorable.”

–¿Qué fue lo que pasó?

–Nada… Mira: ni el mismo Fidel creo que sepa lo que pasó. Él directamente no tuvo que ver nada con eso. Me parece a mí que fue un problema entre escritores, claro que escritores con poder político. ¡Si yo había escrito Canto a Fidel cuando Fidel estaba en la Sierra! Después del triunfo de la Revolución, estaba satisfecha; se me había cumplido un sueño, una aspiración, una necesidad de ver libre a mi país. Entonces la Revolución viene con sus reformas, sus nuevos modos; se van echando abajo muchos prejuicios. Es un nacimiento de una era totalmente nueva. A mí eso no me llama a la poesía y salto sobre eso. Pero estoy tranquila, un tiempo sin escribir o escribiendo cosas que no tenían nada que ver con la Revolución, más bien de mi vida personal, amorosa; toda la poesía erótica que, claro, desde temprano tenía esa línea. Ha pasado el tiempo y se han hecho estudios, reuniones; hemos sido convocados por la misma Revolución, por los líderes, a explicar qué pasó. En ningún momento se me ocurrió irme de mi país porque no me publicaban. Eso jamás me pasó por la mente porque Cuba siempre tiene que estar sobre todo, ¿entiendes?

–¿Por qué se queda usted, Carilda?

–Yo me quedo por amor, chica, porque amo a mi patria. Si luché y expuse mi vida, ¿cómo me iba a ir después? No me podía ir porque lo que yo quería estaba en el gobierno, ¿te das cuenta? Ahora tengo mis disensiones con distintas acciones de la Revolución. Pero no me siento capaz de discutirlas porque yo soy revolucionaria natural. No soy una persona que me rija por determinadas reglas. Yo soy muy libre siempre. He acatado todo lo que veo que ha sido maravilloso porque la Revolución ha dado cambios en la cultura y en todos los sentidos. Con Desaparece el polvo empiezo otra vez a ser reconocida. O sea que no es que ellos entiendan la Revolución, sino que la Revolución me entiende a mí. Parece una locura lo que te estoy diciendo, pero es así. Muchos de los escritores que ahora están dirigiendo estuvieron vetados. ¿Qué quiere decir? Que no hay sólo una toma de conciencia del escritor, sino de la Revolución. Y esos que parecían enemigos nunca lo fueron porque si no hoy no podrían estar en los lugares que están. Y eso, chica, es una cosa sociológica.

–Mientras escribía los poemas eróticos sabía que iba a incomodar, ¿no?

–Eso sí, he ejercido mi libertad, me he sentido mujer. Yo amaba la libertad y escribía también lo que me daba la gana. Claro que me acuerdo de que al principio escondía mis versos porque me daba como pena, pero no porque contuviera nada excesivamente atrevido. Esta es una labor de tanta intimidad con el papel, con la tinta, viene a ser un oficio que parece misterioso y que no se da siempre. Uno sabe cuando llega el verso que sirve y cuando llega el otro que hay que desechar. La poesía es una visita prodigiosa cuando se da porque a veces uno pasa mucho tiempo y no consigue nada. Un verso no siempre es poesía. Y la poesía está en todas partes, no sólo en el verso. Empecé a escribir después de los primeros libros; empecé a tener, sin darme cuenta, un idioma propio, un modo de expresarme. Sigue leyendo

Naufragios del San Andrés

El río San Andrés, se desliza bajo el Puente Tres Ojos

El río San Andrés, se desliza bajo el Puente Tres Ojos

El río San Andrés cruza por el costado del pueblo donde nací: Unión de Reyes. Supe el nombre del riacho  muchos años después de la niñez. En aquel tiempo el río siempre estuvo en el anonimato, quizás porque era chiquito y escurridizo y  no tenía grandes corrientes la mayor parte del año.   Nombrarlo era algo como: «vamos al río». Así a secas, sin respeto ni solemnidades. Cuando venían las lluvias el río se hacía temible,  igual si los ciclones se paseaban por la isla con pasmosa desfachatez. Crecía, crecía hasta llegar casi a los cimientos de las primeras casas del pueblo, se desbordaba en algunas calles. Nada más. Todo lo demás que recuerdo es solo eso, el río corriendo por el campo, con calma, pasando feliz por debajo del puente de los Tres Ojos,  bordeando el cementerio, acumulando basura en sus bordes, extendiéndose por allá, quién sabe donde. No sé todavía hasta donde llega, desde dónde le conocen, quiénes son los niños que hoy se remojan en él.

Al final supe su nombre por un libro.  La escritora Maylán Álvarez, vivió toda  su vida en el mismo pueblo y  el río le quedaba más cerca que a mí.  Ella escribió Naufragios del San Andrés y el río nunca más fue un acertijo. Con el nombre del riachuelo llegaron también los cadáveres que flotaron una vez en él, las historias de los hombres y mujeres del pueblo, sus mezquindades y victorias. La tristeza de los que se van sin despedirse, a cualquier lugar, impelidos por las más extrañas circunstancias y deseos del corazón.  El palpitar de los pequeños cuerpos tras las paredes y cuyo territorio es la noche. La vida pueril y la vida mansa. Maylán los fue hilvanando uno tras otro. Los trajo del silencio, del olvido, de los susurros entre comadres, de lo que los hombres decían a media voz cuando los niños no estaban presentes.  Las torpes ataduras con que laceramos el cuerpo, la negación, la vergüenza por no ser  valientes ni dignos. Y Unión de Reyes quedó abierto, sangrante, delante de todos, desnudo, con las aguas del San Andrés anegando cada uno de sus rincones.

Y se desató la Inquisición. Los golpes de pecho. El repudio abierto a Maylán y los suyos. Nunca  imaginé la potencia de la rabia por los secretos expuestos. La clara desatención a los espacios de la poesía. Su posible fragilidad ante los acechantes endriagos de Goya, el grosor de la sombra que se extiende por la calles de mi pueblo.

Por estos días otro cuerpo fue a dar al San Andrés. Yo lo conocía. Me sé de memoria cada una de las letras que  nombraban a ese hombre cansado de mirada azulísima. Crecí viéndolo llevar en la planta de los pies  toda la tierra del mismo trillo que los dos andábamos. Hablar con el aire, encontrarle ojos y bocas.  Se iba al campo, a buscar tomeguines, a rastrear el camino en busca de un hermano que vivía lejos y cuyo rostro lograba encontrar, aún entre la maraña de su memoria nebulosa.

Yo quisiera que Maylán lo recogiera. Que cargara con su vida y la pusiera entre las páginas de sus Naufragios. Yo quiero que ahí quede, hecho poesía, para que su humanidad no sea solo blandos huesos que la tierra se trague.

Blogazo por Cuba o la defensa de la alegría.

   LLegamos a Matanzas en horas de la tarde y el tanto mar, el tanto verde en la Universidad Camilo Cienfuegos, nos dejó a todos boquiabiertos. Ya repuestos procedimos a cumplir los rituales obligados, los saludos, los abrazos, las fotos de grupo o de sectas para dejar constancia gráfica de nuestro paso por esta tierra de bardos y puentes, y ahora de homo digitalis, como recientemente nos catalogara un amigo cienfueguero.

El programa propuesto para el Blogazo por Cuba, el primer encuentro de blogueros cubanos, fue cumplido con precisión para orgullo de los patrocinadores, los chicos de la Joven Cuba.

En horas de la noche todavía falta un grupo de blogueros por arribar. Los más afortunados, deseamos que todos los santos de las carreteras, hagan propicio su arribo.

Por el momento vamos conjurando las malas noticias con el canto limpio de Tony Ávila. Porque al final de lo que se trata todo este encuentro es de eso, de denfender la alegría.

 Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.