Canciones y (re)nacimientos

Existe una tribu en África, donde la fecha de nacimiento de un niño no se toma como el día en que nació, ni como el momento en que fue concebido, sino como el día en que ese niño fue «pensado» por su madre. Cuando una mujer decide tener un hijo, se sienta sola bajo un árbol y se concentra hasta escuchar la canción del niño que quiere nacer. Luego de escucharla, regresa con el hombre que será el padre de su hijo y se la enseña. Entonces, cuando hacen el amor con la intención de concebirlo, en algún momento cantan su canción, como una forma de invitarlo a venir. Cuando la madre está embarazada, enseña la canción del niño a la gente del lugar, para que cuando nazca, las ancianas y quienes estén a su lado, le canten para darle la bienvenida. A medida que el niño va creciendo; cuando el niño se lastima o cae o cuando hace algo bueno, como forma de honrarlo, la gente de la tribu canta su canción. Hay otra ocasión en la que la gente de la tribu le canta al niño. Si en algún momento de su vida, esa persona comete un crimen o un acto socialmente aberrante, se lo llama al centro de la villa y la gente de la comunidad lo rodea. Entonces le cantan su canción. La tribu reconoce que la forma de corregir un comportamiento antisocial no es el castigo, sino el amor y la recuperación de la identidad. Cuando uno reconoce su propia canción, no desea ni necesita hacer nada que dañe a otros. Y así continua durante toda su vida. Cuando contraen matrimonio, se cantan las canciones juntas. Y finalmente, cuando esta persona va a morir, todos en la villa cantan su canción, por última vez, para él. 

Puedes no haber nacido en una tribu africana que te cante tu canción en cada una de las transiciones de tu vida, pero la vida siempre te recuerda cuando estás vibrando a tu propia frecuencia, y cuando no lo estás. Sólo sigue cantando y encontrarás tu camino a casa.

De cuando Benedicto XVI estuvo en Cuba o la vida misma

Estuve en Santiago de Cuba viviendo in situ la visita de Benedicto XVI, el segundo Papa que visita este chispazo de tierra en el mar, y lo que vi allí, así como lo ocurrido en la Habana, más que la liturgia, que el colorido de las sotanas, que el rito, que la aglomeración, que si la Iglesia debe existir o no, me sorprendió el sentimiento dibujado en los rostros de las personas, los gestos de los cuerpos, los caminos que abrieron las manos. Pero yo no podría ponerlo en palabras, apenas alcanzo a vislumbrarlo. Por eso dejo que Cintio Vitier nos lo explique.

Lo que mejor nos identifica, nuestra más creadora identidad, no puede ser únicamente un catálogo de «logros», de realizaciones, de paradigmas. La identidad está más cerca de la utopía que de la consagración. La  identidad no es un hecho consumado.

Ese es el proyecto: una luz desconocida. Allí podemos estrenar todos los días una décima de El Cucalambé y un pensamiento de Sócrates, la intensidad reminiscente de una danza de Lecuona y … lo que gustéis, Las raíces, en lo oscuro. La flor, inesperada. El fruto, quién sabe hasta dónde. El tambor batá dialoga con la guitarra de mi hijo, y eso es  algo más que mestizaje, algo más que sincretismo, cajitas conceptuales cuyo contenido se está agotando: eso es identidad como espiral, como esperanza. Saquemos al país de ese teatro en que todos somos extranjeros, de la vergüenza del falso guateque, del museo en que hasta el goterón sobre la hojaza de la mañana ocupa una tarjeta.

Que no se pierda eso que Lezama llamó «lo maravilloso natural» donde sobrenada la cultura, el diálogo riente de los dioses y con ellos. No definir: iluminar. Y ser iluminados.

yo diría que nuestra identidad, religiosamente hablando, es de la loma, pero canta en el llano, y vuelve a la loma, y sólo se insinúa, es un secreto. Los secretos no se revelan, ni se entregan. Se defienden con la vida, porque son la vida misma.         

«La religión y la identidad cubana», de Cintio Vitier

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