Grafitis

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Yo siempre creí que los grafitis se escribían exclusivamente sobre los muros, las paredes, con la protección de la noche y el salto en el estómago por el posible descubrimiento in situ; o que eran la vía expedita para mostrar inconformidad, rebeldía, gritos a través del trazo.
En Cuba, como casi siempre sucede, se revierten las normas y todo queda patas arriba dentro de la surrealidad que rodea la vida cotidiana. Ahora es en un periódico, el Juventud Rebelde, donde se publican todos los jueves diversos mensajes, grafitis electrónicos que la gente tiene a bien enviarse, por la urgencia de hacer constar lo que palpita . Casi todos son señales de amor, declaraciones a cara descubierta, confesiones a los cuatro vientos de cuanto se lleva en el alma, sin pudores, ni escondrijos.
Y se dejan mensajes y poemas como estos que comparto hoy con todos ustedes. 

Es mejor decirlo así, sin tragar saliva, / sin hacer acotaciones al pie de página/ o complicarse pensando por qué lo digo, / mejor sería decirte está bien, / hagamos el amor sin ningún contrato, /sin dividir, claro está, nuestros cuerpos/ en partes iguales, todo muy legal o conyugal, / además de sedentario. /Pero no, te quiero
Y con eso me basta para que entre tú y yo/ haya una luna preciosa y domesticada, y me importe un pito si la sociedad lo aprueba o no,/ al final somos nosotros dos/ los que disfrutan el amor,/ el uno sobre el otro,/el uno cerca del otro./ y así sucesivamente hasta deshacernos/ en polvo de estrellas.
Si te lo digo sin dudarlo es para que lo sepas/ y se lo cuentes a tus amigas y amigos, / al perro y al gato, allá ellos. /Puede parecer ridículo a estas alturas, / en que me siento postmoderno, prehistórico/ e irremediablemente una especie/ de animal político.
Pero si tú me lo decías/ mordiéndome el cuello o deslizando/ tus dedos como pájaros o espuma,/ entonces posiblemente alguien no comprenda/ por qué lo escribo, y según ellos/ debiera preocuparme/ por asuntos más poéticos y trascendentes?/ que no caben en la sencillez/ con que TE QUIERO.

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Naye: Tu amor me mantiene con vida. No me mates nunca. Papá

Mi amor: Si dejo que me importe, lo único que siento es dolor. Te amo. Johnny

Mi florecita silvestre: En seca o en lluvia, de día o de noche, en esta vida o en la otra; disfrazado de lluvia, rocío o sereno mi amor te rebosará. Tu jardinero

JorgeBT: No hay herida sin dolor, ni amor sin sufrimiento, gracias por ser el hombre que eres. Tu Titi

Loge: En la alegría y la tristeza, la enfermedad y la salud, la riqueza y la pobreza… Acepto… y acepto para toda la vida, no lo dudes. Te amo. Monik

APS: Ahora soy un libro nuevo, con las páginas vírgenes. Ábreme y vive mi historia. KNR

Historias

Soy una contadora de historias de otros. Presto oídos a esos sonidos rutilantes que pasan cerca de mí y me seducen. A veces me sobresaltan en las noches, me sorprenden al doblar las esquinas o me asaltan tras una mirada.     

Y las historias me instan, tal como los sueños a  Galeano, que le piden que los sueñe. Mis historias o sea aquellos relatos de los que me apropio porque son bellos y merecen decirse, me zarandean las ropas pidiendo, casi exigiendo: ¡Cuénteme,  cuénteme, que no se va a arrepentir! Entonces, obedientemente las traduzco, las paso en blanco y negro, las hecho a volar para que aniden en los mejores rincones de nuestras vidas.  

Esta es la historia de Leticia, sin apellidos ni otros aditamentos. Ella la escribió en otro lugar, para otros ojos, pero son palabras para regalar, para poner de ventana ante nuestros rostros.

Yo soy una emigrante de Argentina y una inmigrante en España. Mis abuelos lo fueron al revés. Se fueron sin poder volver nunca más.
Mi abuela se murió a los noventa y tantos planeando su viaje de regreso: «cuando yo vuelva iré a la plaza de mi pueblo y gritaré: ¡Ya llegó la Piedad! y todos mis amigos vendrán a verme»…
Fui yo por ella a su pueblo de Baza, escribí en un papel: «Ya llegó la Piedad» y lo enterré en el árbol más hermoso de la plaza que inmediatamente se llenó de pájaros. Quiero creer que los amigos de mi abuela fueron a su encuentro.

Esta es otra historia para atesorar: Un amigo recorriendo España llegó hasta Sevilla y supo que allí estaban aplicando el método cubano Yo sí puedo para enseñar a leer y a escribir a las personas de los alrededores, muchos de ellos ya ancianos, que se habían pasado casi toda la vida sin poder leer una letra impresa, o lo que es lo mismo, viviendo a medias. Entre todas las historias que escuchó se quedó fascinado con esta que ahora les regalo. Cuando me la contó no recordaba los nombres de sus protagonistas, por lo que yo los nombraré para ustedes a fin de que su historia no se pierda. Ellos serán María y Antonio.

María  y Antonio se quisieron desde siempre. En cuento pudieron se casaron, pero la guerra  los separó al poco tiempo -la guerra Civil española o la II Guerra Mundial, cualquiera de ellas cruenta, implacable y necesaria. En ese tiempo Antonio no dejó de escribir cartas a María,  todos los días. Ellas las fue guardando, una a una,  sin abrirlas porque no sabía leer. Nunca dejó que nadie las leyera por ella. Las palabras de Antonio solo eran para sus ojos y su corazón. Antonio fue de los afortunados que regresó del frente. Entonces María y él vivieron el amor que habían postergado. Antonio había muerto hacía muchos años  y María, ya anciana,  seguía guardando amorosamente sus cartas. En ese tiempo comienza a aplicarse en Sevilla el método cubano  Yo sí puedo para erradicar el analfabetismo. María fue de las beneficiadas. En cuanto pudo reconocer los sonidos, pronunciarlos, escribirlos se fue corriendo al arcón donde guardaba su tesoro más preciado: las cartas que le confirmaron todos los días que Antonio seguía vivo y las leyó de un tirón. Lloró mucho, lloró como hacía años no lo hacía, vivió todo de nuevo, y volvió a enamorarse de Antonio, a escogerlo entre todos los hombres posibles para compartir su vida.     

 

 

 

 

Dejarse atrapar

La furia de las pestes de Samanta Schweblin

La furia de las pestes de Samanta Schweblin

Los libros, los buscas o te encuentran. Para ser sincera siempre he preferido que ellos me encuentren, que me sorprendan. De vez en cuando tengo esa dicha. En estos días he sido encontrada por La furia de las pestes de la escritora argentina Samanta Schweblin. Casi no lo leo, pero se las agenció para que entre todos los libros disponibles para mí en el librero de unos amigos, al final de la noche fuera uno de los elegidos.

Y así comenzó esta etapa de plena identificación. En esta época del año y de mi vida, siento que no habría podido encontrar algo mejor para acompañarme. Es un libro pequeño, sincero, sin poses, real, aunque hable de cosas inverosímiles y a la vez tan ciertas.

Todavía no lo termino, pero presiento que a Samanta la rastrearé por las librerías cubanas y por Internet, para saber nuevas noticias editoriales suyas. Es una de las escritoras que ha llegado para quedarse entre mis días.

En este libro suyo el cuento El hombre sirena es uno de los que prefiero, porque me recuerda a Córtazar,  porque sin decirlo habla de las cosas que no deben postergarse bajo ninguna circunstancia. Hay pérdidas que son irreparables y en momentos así de riesgo, es mejor no andar distraídos porque la vida muchas veces no entiende de segundas oportunidades.    

Así que cuando encuentren un libro parecido, déjense atrapar. A veces ser este tipo de víctima tiene sus recompensas.

Algunas pistas sobre Samanta:

Nació en Buenos Aires en 1978. Es egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires. En 2001 obtuvo dos relevantes premios: el del Fondo Nacional de las Artes y el Concurso Nacional Haroldo Conti con su libro El núcleo del disturbio (publicado en 2002). Ha sido premio Casa de las Américas en el 2008, en la categoría de Cuento. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, al francés y al sueco. 

Los desvelos de Chirú

Los desvelos de Chirú

Los desvelos de Chirú

Por: Alina Perera

Me han contado de Chirú, un sabio pescador conocido por muchos en Puerto Esperanza, en la provincia de Pinar del Río. Me dicen que no es alto y sí delgado, inquieto, que su piel blanca muestra las huellas de un sol muy largo; y que no se separa de una gorra roja, viejísima, su amuleto en el azaroso empeño de atrapar peces.

Aseguran que a sus pies, curtidos por el suelo caliente, no le entran ni las puntillas; y que conoce cada tramo de costa, cada cayo, canalizo, arrecife y fondo, cada sitio y momento donde pican los peces. De lo que me han dicho, me maravilla la expresión de Chirú según la cual la edad de su relación con el mar es la misma que él tiene —«desde que nací estoy metido en el agua», dice—; y su capacidad de orientarse sin necesidad de técnicas como el GPS.

Él mira los accidentes de la geografía terrestre, los une por líneas imaginarias, y siempre llega a su destino, ya sea de día o de noche. Se sabe las fases de la Luna. Prefiere esos ciclos a un almanaque. Y con solo mirar al fondo afirma: «¡Aquí hay 16 brazas de agua!». Después esa certeza se comprueba con tecnología moderna, y se concluye que Chirú, capaz de estar una noche entera despierto y a la caza de un gran pez, que se alfabetizó en los años 80 del siglo XX, tenía razón.

El lobo marino es el comienzo de estas líneas por la angustia que lo desvela: sus hijos son todos profesionales formados por la Revolución. Nadie siguió su camino de pescador. Había un sobrino a quien estaba enseñando algunas cosas, pero «se fue para el Norte». ¿Y a quién mostrará él cuál es la mejor carnada, o cómo quitársela al mar? ¿Adónde irán sus secretos? ¿Quién será su heredero?

Las preguntas adquieren gran valor en la Cuba de hoy, llamada a reavivar tradiciones, habilidades de múltiples oficios, costumbres de familias cuya brújula existencial fue la de pervivir honradamente, servirse a sí mismas al tiempo de servir a los demás.

En los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución —que pueden ser más o menos numéricamente hablando, en dependencia de lo que la vida va pidiendo—, se dibuja y prefigura un país donde dos conceptos adquieren gran preponderancia: la necesidad de reivindicar el esfuerzo individual o familiar, los saltos a pequeña escala (sin los cuales resultan inconcebibles cambios en lo general), y lustrar una filosofía que anda maltrecha y en la cual descansa uno de los sentidos del socialismo anhelado: actuar para servir al otro, a los demás, a todos.

Esas directrices obligan a remover la espesura social, tan endurecida en alguna de sus partes, y a dinamitar un pensamiento que concibió todo uniformemente, con límites rasos, donde supuestamente cualidades como el rigor, la eficiencia, la eficacia o la calidad se darían como las lluvias de las estaciones de modo natural, sin tener que enseñarlas, legarlas, desmenuzarlas en un taller vital, del detalle, de las costumbres y el ejemplo.

Ahora nos hacen falta obreros, artesanos, cultivadores y amantes de la tierra, pescadores, carpinteros como esos que decían había que lijar la madera hasta que oliese a cebolla. Nos hacen falta conocedores de un sinfín de misterios. Es evidente que no basta un libro de recetas para aprender a cocinar: hay que mirar al cocinero en su escenario, verlo soltar su gota de sudor, contemplar cómo revuelve y salpica la materia.

Si es anchurosa la brecha entre quienes saben mucho de la vida y quienes la están estrenando, Cuba pide a gritos estrecharla. En todas sus dimensiones. De lo contrario habría que redescubrir las mañas y el saber, empezar de cero, casi volver a nombrar las cosas. Sospecho que eso llevaría demasiado tiempo, y no disponemos de tanto.

Los maestros deben enseñar urgentemente a pescar. Y los discípulos deben buscar con agilidad en los bolsones de experiencia. Debe, además, darse una puja dialéctica donde el respeto y la confianza sean camino de doble vía.

Es tarea para ayer, de la cual depende el cambio verdadero de la sociedad. Es asunto que solemos identificar como «relevo generacional», términos que sobrecogen e impiden pensar a veces, con soltura y hondura, en la herencia que necesitamos rescatar, en los engranajes que andan sueltos. Es lo que desvela a Chirú, y a tanto cubano honesto de cualquier edad.

 Tomado de www.juventudrebelde.cu

 

Consecuencias de la ficción

Belén Gopegui

Belén Gopegui

Madrid 15-M

La escritura es tiempo y es máscara, una voz que se construye con distancia y se distingue del cuerpo que actúa. En el espacio que media entre lo vivido y lo narrado la materia se hace transparente, los cuerpos no son ásperos, la inteligencia no desfallece y, aunque sea sólo durante unos momentos, la vida parece reversible, nada se cierra en falso, todo puede volver a empezar.

La ciencia ficción imaginó los videoteléfonos pero apenas supo, como tampoco la industria, predecir la expansión del SMS, esas primeras imprentas portátiles. ¿Por qué, pudiendo hablar, tantas personas preferían enviar mensajes? No sólo por el precio: el SMS era tiempo para frenar lo obvio, lo incompleto, «la manera de estar presente siendo invisible», la máscara para inventarse, protegerse y danzar como si los días no se jugaran en el instante fugitivo.

Con Gutenberg se imprimían libros y ahora se imprimen imprentas, móviles y ordenadores que pueden publicar y difundir mensajes desde cualquier sitio. No olvido la brecha digital, ni la precaria y amenazada neutralidad de la red, ni la desigualdad, pero aun con ellas aquel título de Umbral, la escritura perpetua, se parece mucho a la red donde vamos viéndonos vivir. De la escritura perpetua se sigue la lectura perpetua y de este modo vamos, también, viendo cómo nos vemos vivir.

¿Escribir y leer son sólo acciones recurrentes, pensamientos circulares que retroalimentan un circuito paralelo de palabras mientras el mundo sigue en manos de quienes tienen la violencia y el poder? ¿O pueden ser acciones transitivas, por así decir, acciones que pasan de un sujeto a otro sujeto o a un objeto, tal como decía Fogwill hablando de los textos que le importaban: «cuando los lees pasa algo, pero no en el sentido de que suceda sino de que algo del libro pasa a ti»?

Admitámoslo: la ficción siempre tuvo consecuencias. Una imagen mental mueve la sangre y excita un cuerpo, otra imagen produce lágrimas, y una idea, valor en forma de adrenalina. La ficción literaria viaja por las células convertida en impulso eléctrico y si es cierto que la pared real ofrece resistencia mientras que la pared imaginaria la atraviesas como un fantasma, no lo es menos que la máscara ofrece, a su manera, resistencia, y que cuando la realidad nos golpea la evocación de determinadas palabras puede crear una armadura con su dureza particular.

Hoy que la literatura ya no es un recinto separado de la escritura perpetua, sino que ocupa un sitio en ella, sin solución de continuidad, la pregunta vale para cada texto como sirvió para la filosofía: ¿justifica el mundo o lo transforma? Dicen que entre justificar y transformar hay un término medio, dicen que ese término medio es explicar. Pero ya es tarde para que nadie crea que, en un mundo dividido como el nuestro, se puede ser neutral cuando se trata de contar una historia.

Apenas un ejemplo: Estados Unidos en la década de 1930, un suburbio de clase media de Kansas; Mrs Brige, Mr. Bridge , novela de Evan Connell donde, se diría, sólo ocurre lo cotidiano, un peine en una papelera, un beso en el jardín. Sin hacer ruido, al volver la página, dos gestos cuentan de pronto la tragedia de una mujer que ha sido educada para no pensar, frente a la libertad despreocupada, en apariencia gratuita, en apariencia innata, de un niño quien, desde otro género, nunca conoció esa presión: «Pero entonces, en lugar de contestar, su hijo se quedó pensativo y Mrs. Bridge se sintió desfallecer por dentro. Durante toda su vida ella había respondido inmediatamente cuando alguien le hablaba. Si le hacían un cumplido, en seguida daba las gracias, muy modosa, o si por casualidad le pedían opinión sobre algo, ya fuera el precio de la mantequilla o la situación de Italia, ella contestaba rápidamente. Ahora, al ver a su hijo con la boca cerrada como la tortuga que ha pillado una semilla y la cara contraída con gesto pensativo, no sabía qué hacer». La integración de los distintos componentes de la novela hace que un enlace se active acaso de este modo: nunca más dejaremos que esa indefensión aprendida y el temor de miles de mujeres educadas para evitar la deliberación vuelvan a suceder.

Frente a la supuesta descripción neutral, objetiva, surge lo que Tolstoi llamaba arte: expresar algo con la voluntad de unir a otra u otras personas en un sentimiento común. Aunque esa palabra, común, esté todavía por hacer; esa palabra hoy requiere, como la vida, capacidad de establecer enlaces y formar estructuras en un ambiente hostil. Pero si no es para construir un nuevo sentido común, entonces sólo escribiríamos para justificar el -falso- sentido común existente.

Fuente: http://madrid15m.org/quiosco.html

Huellas de Belén Gopegui:

Madrid 1963. Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid. Alumna de filosofía de Juan Blanco.
Ha publicado las novelas La escala de los mapas (1993), Tocarnos la cara (1995) La conquista del aire (1998) Lo real ( 2001) El lado frío de la almohada (2004), El Padre de Blancanieves (2007) y Deseo de ser punk (2009), todas ellas en la editorial Anagrama. En SM ha publicado El balonazo y El día que mamá perdió la paciencia. En Foro Complutense, el pequeño ensayo Un pistoletazo en un concierto y en la editorial Mondadori la novela Acceso no autorizado (2011)
Ha colaborado en el guión de La suerte dormida, dirigida por Ángeles González-Sinde. Es autora del guión de El principio de Arquímedes, dirigida por Gerardo Herrero, quien también dirigió Las razones de mis amigos, basada en la novela La conquista del aire. Ha escrito la pieza teatral El coloquio en colaboración con Unidad de Producción Alcores.
De tanto en tanto, escribe artículos en diversos medios.

 

Clandestinos: la primera vez de Fernando Pérez

Cartel de la película cubana Clandestinos, de Fernando Pérez

Cartel de la película cubana Clandestinos, de Fernando Pérez

Fernando Pérez es uno de los cineastas cubanos al que nadie duda en llamar maestro, aunque él no se lo crea y su sencillez no le permita aceptarlo. Para él maestro siempre será Tomás Gutiérrez Alea o Titón, como cariñosamente le llaman él y tantos otros cubanos. 

Fernando ha confesado que sin el cine no sabe expresarse, fue el camino que escogió desde los trece años por su magia y su poder de convocatoria. Al mismo tiempo que cineasta es cinéfilo, pues ha vivido tantas vidas como películas interesantes ha visto. Su afán de contar historias persigue que el espectador reciba lo que él siente viendo otras películas.

Es un director al que le place afirmar que hace el cine que quiere, siguiendo siempre su brújula interior y con el rigor como referente ineludible.

Este año la película Clandestinos, su ópera prima, cumple 25 años de estrenada. Es una cinta por la que Fernando siente un cariño muy especial por ser la primera, por la complejidad de la producción y por las dudas, porque hasta el final de su filmación nunca supo si la iba a lograr.

La sinceridad con la que siempre ha asumido sus creaciones le permitió contar una historia veraz como resultado de nueve días de incendio creador entre él y los actores protagónicos Isabel Santos y Luis Alberto García, quienes le descubrieron la complejidad del trabajo del actor y demostraron cuánto agradece el espectador  la veracidad interpretativa.

Clandestinos es de las mejores películas que sobre esa etapa de la historia cubana le hayan podido regalar al público de la isla y en justa reciprocidad el público le ha proporcionado a su director las emociones más grandes que conserva de la realización de un filme.

 

El Che y mi sobrevida

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Hay tanta gente que no debió irse del mundo dejándonos tan huérfanos, tan perdidos, tan sin hombros donde apoyarnos. Hay gente que sí es imprescindible, insustituible, inevitable. Hay gente que uno necesita conocer y no, mirarlo un día a los ojos y no, sentir su rabia y no, sentir como reparte el corazón por sobre el mundo, sin apenas darse cuenta. Hay gente necesaria que en la hora oscura saber ser farol y echar luz delante del camino. Hay gente tan entera, tan sin grietas, tan justa parada en la vida que cuando se van uno no puede hacer otra cosa que extrañarlos un montón todos los días, a cada segundo. Hoy 14 de junio, el Che está cumpliendo 84 años y yo no puedo hacer más que felicitarlo y agradecerle mi sobrevida.

El otro

1 de enero de 1959

Nosotros, los sobrevivientes,
¿a quiénes debemos la sobrevida?
¿quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano, 
que no es ya tampoco la mía, 
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?

Roberto Fernández Retamar, del libro Vuelta de la antigua esperanza

Cuándo será tiempo…

La vida no se detiene a esperarte

La vida no se detiene a esperarte

Porque hay momentos en que los anhelos confluyen, en que el mío se parece al de otros tantos que caminan conmigo sobre la tierra por estos días, en este país. En que mi palabra dicha en una ciudad puede ser el eco de otra repetida a kilómetros de distancia. Porque nos unen las querencias, la vida que puede pasar mientras estamos entretenidos haciendo cualquier otra cosa; o deseándola sin saber que ya está aquí y no esperará a que nos demos cuenta. Me traigo este texto de una amiga para compartirlo con los que de vez en cuando pasan por acá.

Recuerdo mi ingreso a la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, una guajirita pinareña sin más conocimiento que unos libros leídos en horas de estudio independiente y un analfabetismo tecnológico abrumador.

Tener un disquete era la misma gloria, mi gloria informacional en un grano de maíz de 1,1 megabyte. Y aparecieron las memorias flash, divino invento computacional, el dispositivo de almacenamiento extraíble que si no poseía, técnicamente quedaba excluida de los círculos no de poder, sino académicos.

Como todos, quería tener mi flash, era la mayor meta. La tuve. Luego llegaron las grabadoras de casete, también poseí la mía.

Pero no descansaba ahí, la prosperidad profesional no llegaba aún; irrumpieron los mp4, las cámaras de fotos digitales, las de video de tarjeta, de disco interno, y las computadoras, las laptops, las mini, los celulares, los blackberry, los iphone. Y piensas que no consigues la meta aún, quieres una cama para ti sola, un cuarto, un baño, una cocina, una casa… Y la felicidad aún no se asoma.

Antes estaba contenta con tan solo un peso para comprarme un dulce en la primaria; en el pre, con diez me sobraba de lunes a viernes para las panetelas y los chupa chupa; y en la universidad, imagínense, con 50 me creía rica, pasaba hasta los fines de semana actualizada con todo lo novedoso que ocurría en los cines de 23 y los proyectos escénicos de las salas de teatro. Hoy no me alcanza nada, siempre necesito más.

Cuántos de nosotros postergamos siempre el momento de la dicha, para cuando tenga esto, logre aquello, para si me sucede tal cosa, o si tengo más dinero.

Cuántas veces no se siente indeciso, desesperado en la espera de algo mejor, quitándole tiempo al tiempo para alcanzar una meta que no llega. Cuántas veces decimos que nuestra vida será superior después, será más placentera cuando nos casemos, tengamos mejor puesto, alcancemos mayor sueldo, seamos másteres o doctores, disfrutemos de las merecidas vacaciones, tengamos una casa, un carro, cuando haya condiciones para tener hijos, cuando los tengamos.

Cuántos pensamos que la dicha vendría al cumplir los 18, con el primer salario, con una computadora en casa, o al vivir independientes.

Los problemas, los deseos inconclusos, como la traída y llevada felicidad, tienen un raro efecto en todos: nos gusta complicarlos, contemplarlos hasta el cansancio para encontrar las condiciones idóneas, redondearlos, darles vueltas y más vueltas, hallarle la contrapelusa, la solución compleja.

Tal parece entonces que estamos a un instante de hallar la respuesta, de comenzar la felicidad, la vida «de verdad», un instante que nunca es tan pequeño como para que llegue pronto, ni tan largo como para que dure lo suficiente.

Siempre vemos los obstáculos antes que lo logrado, lo que hay que resolver, lo que nos falta para ser felices y no lo que ya tenemos. No se trata de renunciar con ello a perfeccionar la propia existencia humana, pero, ¿no se ha preguntado cuántas veces posterga cosas de su vida porque hay algún asunto por finalizar, momento que vivir, dinero que ganar?

Basta de esperar a tener la computadora, la casa independiente, las condiciones idóneas para criar a los hijos, el peso ideal, el salario soñado, el primer trabajo. Basta de postergar la vida: ella no espera por ti.

Y pensar que todo comenzó por un peso y una memoria flash…

Texto de Mayra García, tomado de Juventud Rebelde

El mundo Feliú

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Feliú no hace televisión, apenas ofrece conciertos (uno o dos al año, en un año pródigo), tiene relativamente pocos discos y menos videos. No arrastra legiones de admiradores y, como él mismo dice, los muchachos que descargan por ahí en parques y fiestas casi nunca interpretan un tema suyo, porque no es fácil lidiar con sus acordes y metáforas.

Su concierto del viernes 1ro. de junio, en la sala Che Guevara de la Casa de las Américas, vino precedido por serios escollos: publicidad escasa y abrupta, y una lluvia pertinaz que parecía diseñada para desleír La Habana. Como es tradición, empezó tarde. Y duró 36 canciones. Dicho de otro modo, el público que llenó el recinto no se limita a admirar a Santiago: es que vive en un mundo Feliú.

En la trova hay tendencias, grupos, y Santiago Feliú. No solo no se parece a nadie, sino que nadie intenta siquiera parecerse a él. Su manera de rasguear y puntear la guitarra, su voz y su lírica tienen una personalidad tan identificable como la de Louis Armstrong o Freddy Mercury.

Conozco al Santi hace un montón de años y siempre ha sido un bicho raro, gracias a Dios. Un ermitaño de la trova. No es que no le interese el público, es que no se desvive por la fama. La canción es su discurso y su argumento, su cosmovisión, su link a la realidad. Lo tomas o lo dejas. En días como ese, uno comprueba que un montón de gente lo toma.

Santiago no mueve multitudes, pero sacude el alma. La gente que se congregó en la Casa de las Américas, gourmets, especialistas en la obra de este tipo zurdo con eterno talante de hippie raído, sabía perfectamente lo que podía esperar, y no salió decepcionada: comentarios breves y entrecortados entre canciones, el olvido ocasional de una entrada —no digo yo, el milagro es que recuerde el resto— alguna broma feroz sobre sí mismo… y un arte puro y lleno de sinceridad, como exige en un viejo tema que no cantó esa noche.

Hay artistas populares que llenan plazas y reparten autógrafos, pero luego no duran un par de años. Hay náufragos como Santiago, atrapados por su isla personal —la de su generación, la de los enamorados, los inconformes, la nuestra— que te acompañan siempre.

Texto de Eduardo del Llano, tomado de La Jiribilla

Fotos: R. A. Hdez.

Cantar lo sentimental

Si alguien sabía cómo adueñarse de un escenario esa era Elena Burke. Desde siempre lo supo, incluso, antes de cantar en solitario. Cuando Elena salía a escena eran ella y la música o la música y ella, o una sola cosa, porque al final creo que eran indivisibles.
Si alguien podía en este mundo tan lleno de impostaciones y mediocridades, ser la voz del FEELING, así con mayúsculas, esa era la suya. Tan rotunda, tan cierta, tan sincera.
La señora sentimiento la llamaban. Lo cierto es que fue una mujer que cogió a la vida por el cuello, se la bebió de un trago y luego cantaba sin tapujos sus victorias y derrotas. O más bien dialogaba, como si se tratara de una vieja amiga a la que íbamos a ver cuando queríamos poner la vida en orden -crasso error-. El orden nunca fue motivo de canciones, ni fue un inquilino a gusto en el corazón. Elena siempre lo supo por eso cantaba con desfachatez inmensa «Pido permiso», cuando en realidad estaba declarando que iba a vivir su vida como le diera la gana.
Creo que el 9 de junio de 2002 cuando se quedó en silencio para siempre pensó que la vida le pasaba factura por la cantidad de veces que le faltó el respeto sin miramientos. Quiero pensar que se fue en paz con la vida vivida, los amores amados, las canciones cantadas.