Intensidades poéticas

Poemario publicado por la Editorial Sed de Belleza, Villa Clara, Cuba, 2014.

Poemario publicado por la Editorial Sed de Belleza, Villa Clara, Cuba, 2014.

Reseña escrita por Laidi Fernández de Juan:

Sheyla Valladares Quevedo (1982), periodista y egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, promete como una de las voces más auténticas que emergen (y permanecerán) en nuestro panorama literario. Ganadora del Premio Pinos Nuevos con el poemario Lo que se me olvida (lanzado en la Feria Internacional del Libro de La Habana, 2015), adelanta su estreno como miembro del corpus poético de la Isla con La intensidad de las cosas cotidianas (Sed de belleza, 2014), presentado en el salón de mayo del Pabellón Cuba.

Aunque ya conocíamos algunos de sus poemas, publicados en el suplemento El Tintero, este libro, cuidado con el esmero de la editorial santaclareña, sobresale, como su título anuncia, por la intensidad, en términos del estremecimiento que provoca, la valentía de su argumento, y la mirada fresca, desprejuiciada y veraz, con particular énfasis hacia la mujer.

Fragmentado en dos grandes secciones: “La intensidad de las cosas cotidianas” y “La extensión de la desgarradura”, el poemario fluye, sin embargo, como una larga confesión, un reclamo ininterrumpido y una denuncia velada, como si fuera un ángel quien susurra, esta vez bien definido en cuanto a su condición sexual. Ya se sabe que la poesía, a diferencia de la narrativa y de la ensayística, es el género literario que más juventud exige, el reino autónomo por excelencia, y que tiene un fuerte arraigo en nuestro país. De ahí que complazca tanto la existencia del ramillete de versos de Sheyla sin pretensiones de vanguardismo, de impactos, o de recursos efectistas.

Se trata de una hechura poética nacida de la autenticidad, que no oculta (ni sobrevalora) su condición de mujer utilizada, vejada, víctima de manipulaciones tradicionales («…quieres lanzarte a peregrinar por los caminos, simulando sed para pedir agua en cada fuente a la samaritana de turno», nos dice enLa última cena”, y «El hombre viejo aguzó la mirada y trató de vislumbrar mi sexo bajo la falda» en “El viejo, mi sonido y yo”, y enRituales” sube la parada con «Venimos a abrirnos de piernas, a abrirnos de alma, venimos a danzar, a mover las caderas, a volvernos líquidas, a provocar espasmos» ), y al mismo tiempo, también con sutileza, sin posicionarse en una tribuna abiertamente batalladora, deja plasmada la postura de la mujer en cuanto al sitio que ha ido alcanzando, pese al régimen falocéntrico que nos domina (todavía).

El poema “Revelaciones de las hijas de Eva”, quizá el que mejor explicita la liberación de ataduras tabúes, bien merecería ser incluido en una antología de textos feministas: «Las mujeres [….] ya no le tememos a los castigos, a los insultos, a que amemos a otra mujer u otro hombre, a ser felices, aunque nos hayan dicho toda la vida que la felicidad no existe».

Son varios los tópicos que aborda el libro, inteligentemente ordenado para no concentrarse en el asunto de la mujer como órbita esencial, y entre sus páginas también está la ruptura de la familia; la muerte, presencia dolorosa e inevitable; el amor real y el fingido; pasajes del campo como telón de fondo, y una tristeza casi visceral, orgánicamente estructurada.

La intensidad de las cosas cotidianas, desgarrador poemario, anuncia la fuerte voz de una joven, cuyos futuros cuadernos, para decirlo con palabra de bardo, a partir de ahora, estoy segura, veremos arder.

Publicado originalmente en la revista cubana La Jiribilla 

Datos de la autora de la reseña:

Laidi Fernández de Juan (La Habana 1961, Cuba) Médico y narradora cubana. Miembro de la UNEAC. Entre sus publicaciones se encuentran: Dolly y otros cuentos africanos (1994); Clemencia bajo el sol (Gran Premio Cecilia Valdés, 1996), Oh vida (Premio UNEAC, cuento, 1998), La Hija de Darío (Premio Alejo Carpentier 2005), Nadie es profeta, Ediciones Unión (2006), La vida tomada de María E, Ediciones UNIÓN, (2008), Jugada en G, Ediciones Unión, (2014). En 2004 recibió la Distinción por la Cultura Nacional.

Descubre dónde empieza el mundo

yunier

Yunier Riquenes, autor también de los libros «Claustrofobias», «La edad de las ataduras», «Quién cuidará los perros», «La espalda marcada», entre otros.

Cuando buscamos apresurar el cumplimiento de los deseos cualquier vehículo o sustancia catalizadora es útil, sobre todo a la edad en que el mundo delante de nuestros ojos es infinito y promete toda suerte de eventos extraordinarios. Es lo que sucede en el libro Los cuernos de la luna del escritor Yunier Riquenes, donde dos niños le piden a la luna hacerles realidad los más secretos anhelos, con el afán que desde su altura pueda poner alivio a sus pesares o hacer del día un recuerdo feliz.

Y en esta sola creencia de los dos adolescentes, Cotu y Tingo, descansa una de las singularidades del texto, o lo que es lo mismo, el tratamiento coherente de vivencias desoladoras como la pérdida o el abandono de los padres, junto a la narración de acontecimientos venturosos como un baño en el río o el descubrimiento del cuerpo desnudo de una mujer.

Pero Los cuernos de la luna propone también otros recorridos. Las vivencias de los protagonistas funcionan como señalizaciones para adentrarnos en el entorno rural muchas veces alejado de los libros escritos para los públicos infantiles o juveniles. En este caso aparece un pedazo de campo cubano personalizado desde el lenguaje, la flora y la fauna, las labores campesinas, las creencias y costumbres que abundan entre quienes viven en estas zonas, aunque no sean privativas de estas poblaciones.

También Riquenes se apropia de este escenario desde los juegos, los comportamientos sociales —tanto de la adolescencia como de los adultos— la rudeza de los afectos de la gente vieja del campo que, muchas veces desdeña una caricia pero quieren con intensidad desde la mirada y regalan un gesto único de cariño que resulta decisivo como ocurre con el abuelo Nure.

La familia es aquí otro punto esencial. Su presentación no es placentera, los lazos filiales no garantizan que se ceda fácilmente ante el amor, siquiera que se ame, y eso es algo con lo que Tingo y Cotu deben aprender a vivir y anteponer la ternura que va naciendo entre ellos.

A pesar de lo que pudiera pensarse en este volumen también aparecen guiños de complicidad a una edad en que empezamos a retar a la vida, a poner en evidencia nuestra medida de valentía o solemos ser crueles con satisfacción.

Los cuernos de la luna es un libro reeditado, algo que no ocurre en nuestro país con frecuencia. Su autor Yunier Riquenes, lo dio a conocer en el año 2006 cuando fue publicado por la Editorial Bayamo en su colección Guardarraya. Seis años después la editorial Gente Nueva lo incluyó en su colección Veintiuno para fortuna de quienes no alcanzamos a leerlo en la primera oportunidad.

De cualquier manera quiero creer que Yunier Riquenes, tal como se lo propuso el escritor Maurice Sendak, al escribir esta noveleta juvenil intentó hacernos comprender, sobre todo a sus lectores adolescentes,  que en el mundo existen cosas malas, también “gente a su alrededor que los ama y los va a proteger, pero que no pueden detener las cosas malas”.

Aunque cueste llegar a este convencimiento, el camino está delante nuestro para seguir ensayando la proeza de caminar. Se permiten los aliados, la luna de Yunier Riquenes puede ser uno de ellos.

Publicado originalmente en la revista cubana La Jiribilla

«Estás herida por flores de papel…»

Día Naranja, NO a la violencia contra las mujeres y las niñas

Día Naranja, NO a la violencia contra las mujeres y las niñas

«Lotte Hat Blaue Augen».

Estás herida por las hojas, por las ramas que caen.

Estás herida por los brazos ásperos del bosque
que el caballero no ha de apartar para llegar hasta tu sueño.
Estás herida por flores de papel, por rostros extraños,
por gestos, por sonrisas, por muecas sonámbulas.
Estás herida por una ciudad nocturna y por los pasos de sus hombres ebrios.
Estás herida por los doctores, por la sagrada familia, por los pastores y los ángeles.
Estás herida por los niños, por los hermanitos,
Por la mano inocente que apenas sabe empuñar un lápiz,
por las abejas, por las mariposas, por los cansados gatos.
Estás herida por las risas que suenan en tus sueños
mientras caes por un canasto sin fondo al mundo de Alicia.
No dormida: soñando. Soñando sueños espinosos y ásperos como ramas.
Caminando por las calles imposibles de una ciudad nevada.
Abriendo en el libro un pozo, hallando en el pozo el mar, buscando en el mar la perla.
Como un leming pisando tierras nómadas. (Los lagos se han helado, tienes frío)

Raúl Hernández Novás

 

Isaily Pérez: “La poesía no salva de nada, solo acompaña”

Isaily Pérez, poetisa cubana

«No dudes tú de mí

e intenta no olvidarme cuando la noche caiga

(aunque en cosas tan móviles solo un dios tenga

certeza)

la impermanencia es difícil prueba.”

Regreso a Knole House

Supe un día ya lejano y sin marcas en ningún calendario que en Santa Clara tejía con versos su existencia una poeta de nombre Isaily Pérez. Con una pequeña muestra de su obra, encontrada en Queredlas cual las hacéis, antología de jóvenes poetisas cubanas del siglo XXI,  anduve buscando el modo de conversar con su hacedora hasta que vino la oportunidad.

A veces en una entrevista no importan mucho las interrogantes sino la disposición del interlocutor a ofrecerse sin ambages, a creer oportuna la mirada que lo inquiere y útil o interesante la suya propia sobre los diarios acontecimientos.  Hay espacios en el tiempo en que se echan fuera determinadas confesiones, apenas si se menciona una palabra a modo de contraseña.

Las preguntas se armaron desobedeciendo reglas, no buscaban lo absoluto o redundante, solo abrir una hendija y dejar pasar, como si de un soplo se tratara, a Isaily.

Por eso no hablamos de su trabajo como editora en la villaclareña Sed de Belleza, ni de su libro Una tela sobre el bosque, premiado en el Calendario de 2006, tampoco de La vida en otra parte, volumen publicado por Ediciones Aldabón en el 2009. Nada de premios, antologías, apariciones públicas, menos de las maneras de concebir la poesía, pues hay procesos que no se develan ni explican, solo se ponen delante de los ojos, y apenas alcanza uno a comprender el estremecimiento que los ha provocado. 

¿Qué título de otro autor te hubiera gustado para un libro tuyo?

 “El cielo protector”, en inglés, tan bellamente sonoro, “The shelterin sky”. Es un libro de Paul Bowles y luego una película de Bertoluci.  Lo hice mío al usarlo como título de un poema.

Sabemos que las palabras tienen su propia sonoridad, su propio ritmo, pero hay quienes al convocarlas intentan seducirlas o hacerlas acompañar  con alguna armonía. En tu caso, ¿qué música escuchas cuando escribes?

Nada, solo silencio.

La urdimbre de la escritura se espesa o alarga de acuerdo con cada escritor. No podríamos dictaminar una fórmula, pues no existe. Solo queda como sabes, escribirlo todo, todo el tiempo. En este sentido, ¿dónde escribes, a qué hora, cuánto tiempo?

Nunca a diario. Generalmente en la noche, por la tranquilidad. Escribo todo el tiempo que el poema necesite. A veces he levantado la vista y han pasado cuatro o cinco horas que parecieron cinco minutos.

¿Cuáles visiones y fatigas están siendo escritas en estos momentos?

Termino, sin saber cuándo se termina, un libro que contiene poemas a las cosas sencillas, a las que acompañan desde siempre: las tazas, los muebles, las lucetas.

Hay quien desdeña leer cualquier tipo de libro mientras vive en pleno acto creativo por el deseo –a veces ingenuo- de preservar la escritura de posibles influencias, ¿en estos momentos lees algo?

Lamentablemente nada glamoroso: la Norma Editorial, que se me ha olvidado un poco. Hace unos días terminé La carretera de Cormac McCarthy, el libro mejor y más terrible que he leído en años, y ojalá no lo hubiera hecho. 

¿Qué verso nunca has olvidado?

Y sin embargo sé que son tinieblas// las luces del hogar a que me aferro, // me agarro a una mampara, a un hondo hierro// y sin embargo sé que son tinieblas. Fina García Marruz.

¿Cómo te salva la poesía de los escollos diarios?

No salva de nada, solo acompaña.

Hay lugares tan inusuales para leer como lectores existen, aunque en muchos casos la cama, como mejor sitio de lectura, gana por mayor número de adeptos,  ¿qué libro consideras ideal para leer en el baño?

Algunos prefieren leer en el baño, yo leo en la cama casi siempre.

Supongo que como filóloga y escritora tienes una relación significativa con las palabras, pero si tuvieras que elegir ¿cuál sería tu palabra favorita?

No soy muy buena con el cuestionario de Bernard Pivot, me viene a la mente “resurrección”.       

Y en caso contrario, ¿cuál es la palabra cuya connotación provoca que la quieras desaparecer del mundo?

Angustia, odio como suena y lo que significa.

Entre tantas historias leídas con denuedo o displicencia, ¿qué libro recomiendas leer y por qué?

La Biblia: tan humana, maravillosamente sobrenatural, y termina bien. ¿Qué más se puede pedir?

Con el séptimo arte, textos otros que “leemos” y nos “leen”, también establecemos relaciones de singular dependencia. Si tuvieras ahora mismo que organizar la programación de un cine,  ¿cuáles serían las películas elegidas?

Comedias. Estaba viendo anoche Lo mejor del show de Benny Hill. El que tenga más de 38 años sabrá de qué hablo.


En estos tiempos en que vivimos tan saturados sonoramente, ¿qué música recomiendas escuchar?

La que a cada cual le guste. Yo escucho de todo, omnívoramente.

¿Qué hace a un día un buen día?

Eso nadie lo sabe. Uno se levanta bien o mal y ya está. No depende de uno, pero un buen café en un lugar tranquilo puede arreglar muchas cosas.

Si pudieras compartir un buen recuerdo.

Me recuerdo de niña, en la playa, recogiendo algo en una orilla llena de piedrecitas, y de pequeños animalillos que se movían, les llamaban “agujones”. El sol calentaba tibiamente, la mañana solo estaba empezando, y todo estaba lleno de promesas.

 Publicado originalmente en la revista La calle del Medio, # 63

La breve duración

Orquídeas cubanas. Foto: Sheyla Valladares

Orquídeas cubanas. Foto: Sheyla Valladares

LA BREVE DURACIÓN

Leí un largo poema de William Carlos Williams

sobre el amor y los asfódelos. Entre lo que ignoro,

tampoco sé qué cosa es el asfódelo. Otras flores tuve

y de otros poemas gusté y también tuve otras ignorancias.

Es cierto que los poemas colocan cosas sobre el mundo

y que hay personas que no gustan de ellos

ni del mundo,

aunque serían mejores si tuvieran

aquello que tienen los poemas.

¿Qué tienen los poemas, William Carlos Williams?

Provocan la desazón de lo desconocido,

el deseo de asir el humo que emana

de lo que creemos conocido.

Tuve esta flor, por ejemplo, hace años,

sobre la pared de una casa en la que estuve viviendo;

en su patio las orquídeas cubrían el lugar

donde antes estuvo la caseta de madera;

en la caseta de madera, el padre de mi amigo,

una mañana nada especial

amaneció colgado de las vigas.

Las orquídeas luego cubrieron el lugar

pero no borraron su aura de tragedia.

De entonces acá esas flores no perdieron hermosura,

pero igual son materia del suicidio.

Otra flor tuve que vi crecer bajo mi agua

—el lirio perenne descrito por Aiel—;

tenía pocas cosas, paredes alquiladas me servían de hogar:

todavía me sirven.

No tuve asfódelos, tuve estas para mí.

Y de mí ellos no guardaron memoria.

Es vanidad de los poemas fijar los deseos del otro

y es vanidad de los poetas

creer que sus versos se fijan en el otro

como no lo hace la flor más que el tiempo

que le corresponde.

Si acaso guardaré algo para mí será lo mismo

que di a los otros que se me acercaron:

la breve duración de los asfódelos,

las orquídeas suicidas, los lirios de agua.

Teresa Melo*

 

*Destacada poeta cubana nacida en Santiago de Cuba, en 1961. Es graduada de Filosofía en la Universidad de la Habana. En su ya extensa trayectoria literaria destacan los títulos Libro de Estefanía (1990), El vino del error (1998), poemario este por el que recibió el Premio de la Crítica de ese año, Yo no quería ser reina (2000), El mundo de Daniela (poesía para niños, 2002) y Las altas horas (2003), libro con el que obtuvo el Premio de Poesía Nicolás Guillén. Es además autora de las antologías Mujer adentro (2000), Incesante rumor (2002) y Soy el amor, soy el verso. Selección de poesía de amor en lengua española (2004). Sus textos aparecen en numerosas antologías de poesía publicadas dentro y fuera de Cuba; entre otras: Ellos pisan el césped (1988), Poesía infiel (1989), Retrato de grupo (1989), Jugando a juegos prohibidos (1990), La isla entera (1995), Hermanos (1997), El turno y la transición. Poesía latinoamericana del siglo XXI (1997), Donde termina el cuerpo (1998), Mujer adentro (2000), La casa se mueve (2001), Incesante rumor (2002), Heridos por la luz (2003) y La estrella de Cuba (2004). Actualmente trabaja como editora en su provincia. Es miembro de la UNEAC y, entre otros reconocimientos, le fue otorgada la Distinción por la Cultura Nacional.

Datos ofrecidos por A. A. G

 

Atrapar peces dorados

Atrapar la escritura de Eliseo Diego es como ir con finas redes a buscar peces dorados. A veces esquivos e inatrapables. Solo queda el consuelo de haber estado ahí, mirándolos, viéndolos aletear nerviosamente dentro del agua y sentir ese instante una paz con la que podrías llenar una noche de soledad.

Y esos son los caminos de Eliseo. Las columnas de la ciudad, el polvo de las calles que conducen a la casa, las sombras bajo los portales, los nombres de las cosas sencillas, su fuga hacia lugares discretos, los juegos, la mansedumbre con que pueden discurrir los días entre gestos precisos,  lo perdurable, lo esencial, el lugar que habitamos entre otras criaturas, lo mismo en el mundo agreste y vasto que en los pasillos donde vamos sin maquillaje y con los ojos pesados de sueño. El amor y todas las formas que asume para ser.

Acá les dejo a Eliseo.

DEL OBJETO CUALQUIERA

Un ciego de nacimiento tropezó, por casualidad, con cierto objeto que llegó a ser su única posesión sobre la tierra. No pudo nunca saber qué cosa fuese, pero le bastaba que sus dedos lo tocasen en un punto y, a partir de este principio, recorriesen el maravilloso nacer las formas unas de otras en sucesivos regalos de increíble gracia. Pero en realidad no le bastaba porque la parte que sabía no era más que la sed de lo perdido, y comprendiendo que jamás llegaría a poseerlo enteramente, lo regaló a un sordo amigo suyo de la infancia, que lo visitó por casualidad una tarde.

«¡Qué hermosas muchachas!» – vociferó el sordo. «¿Qué muchachas?» – gritó el ciego. «¡Ésas!» – aulló el sordo, señalando el objeto. Al fin comprendió que no se entenderían nunca de aquel modo y le puso al ciego el objeto entre las manos. El ciego repasó el peso familiar de las formas. «¡Ah, sí, las muchachas!» – murmuró. Y se las regaló al sordo.

El sordo se las llevó a la casa. Eran tres muchachas, cogidas de las manos. Gráciles e infinitas respondíanse las líneas de los cabellos, los brazos y los mantos. Eran de marfil casi transparente. Vetas de lumbre atravesábanlas por dentro. El sordo, cuyos ojos eran de águila, sorprendió en el pedestal un resorte. Al apretarlo comenzaron a danzar las doncellas. Pero luego el sordo comprendió que jamás llegaría a poseerlas enteramente y regaló las tres danzantes a un amigo que vino a visitarlo.

«¡Qué hermosa música!» – dijo el hombre, señalando a las doncellas. «¿Cómo?» – dijo el sordo. «¡La música de la danza!»- explicó el hombre. «Sí – dijo el sordo -, música entendí, pero no sabía que la hubiese». Y regaló al hombre las tres danzantes.

                El hombre se las llevó a la casa. Era la música como el soplar del viento en las cañas: agonizaba y nacía de sí misma, y su figura eran las tres danzantes. Maravillado el hombre contemplaba la perfecta unidad de la figura, la música y la danza. Pero luego comprendió que jamás llegaría a poseerlas enteramente y las regaló a un sabio que vino a visitarlo.

«¡Las Tres Gracias!» – exclamó el sabio. «¿Sabe usted lo que tiene? ¡Son las Tres Gracias que hizo Balduino para la hija del duque de Borgoña!». El hombre comprendió que aquéllos eran los nombres del misterioso apartamiento que había en los rostros de las danzantes. «Usted piensa en ellas» – confirmó, señalándolas. Y el sabio se llevó las Tres Gracias a su casa.

 Allí, encerrado en su gabinete, las hacía danzar y pensaba en alta voz los nombres verdaderos, las secretas relaciones de sus cuerpos en la danza y de la danza y los sonidos, el mágico nacimiento de sus cuerpos, hijos de la divinidad y el amor del artesano. Pero a poco murió el sabio, llevándose la angustiosa sensación de que jamás, por mucho que viviese, las poseería enteramente.

Su ignorante familia vendió las Tres Gracias a un anticuario, no menos ignorante, que las abandonó en el escaparate de los juguetes. Allí las vio un niño, cierta noche. Con la nariz pegada al vidrio se estuvo largo tiempo, amargo porque jamás las tendría. Así había de ser, porque, a poco de marcharse el niño a su casa, un incendio devoró la tienda, y, en la tienda, las Gracias.

Esa noche el niño la soñó al dormirse. Y fueron suyas, enteras, eternas.

 

Gleyvis Coro Montanet o la atropellada música de las palabras

Gleyvis Coro Montanet, poeta y narradora cubana.

Gleyvis Coro Montanet, poeta y narradora cubana.

Primero le agradecí -chat mediante-  su libro de poesías Jaulas, después le pedí me contestara una preguntas locas que tomé de varios lugares. Lo que sigue es resultado de ese día de encuentro en facebook.

¿Qué título de otro autor te hubiera gustado para un libro tuyo?

«Caída y decadencia de casi todo el mundo»

¿Qué música escuchas cuando escribes?

La atropellada música de las palabras generándose, descascarándose de mi cabeza, chocando y compitiendo unas con otras.

¿Dónde escribes, a qué hora, cuánto tiempo?

Donde puedo, a la hora que puedo, todo el tiempo que puedo. Lo que al final, nunca es mucho y jamás suficiente.

¿Qué escribes en estos momentos?

Poesía y teatro poético.

¿Qué lees en estos momentos?

Mamotretos para mi tesis.

¿Qué libro es ideal para leer en el baño?

Ninguno. El baño es un lugar muy incómodo para leer:  frío, húmedo, encuevado. Mejor transitar rápidamente por él, acabar pronto y leer en mejores condiciones.

¿Cuál es el lugar de tu casa que más te gusta?

La computadora.

¿Cuál es tu palabra favorita?

No tengo palabra favorita.

¿Cuál es la palabra que más odias?

No odio ninguna palabra. Quizás alguna que se utilice demasiado en un comentario o ámbito, me puede resultar algo impertinente, pero es culpa del abuso del dialogante, o de la influencia del contexto, no de la palabra misma y tampoco de su significado.

¿Qué libro recomiendas leer y por qué?

La guerra del fin del mundo. Porque es el mejor libro del mundo.

¿Qué película recomiendas ver y por qué?

«El lector». Porque ayuda a comprender que nada -ni nadie- es malo. Y que leer es una terapia.

 ¿Qué música recomiendas escuchar y por qué?

Toda música es recomendable, hasta -y bien mirado- el reguetón.

¿Qué hace a un día un buen día?

El logro absoluto y favorable de los objetivos propuestos para el día.

¿Si pudieras compartir un buen recuerdo?

Es más bien una anécdota. Desde pequeña, incluso antes de la edad escolar, me obsesionaban los significados de las palabras escritas. me la pasaba pregutándole a mi bisabuela -la persona mayor que más tenía a mi alcance entonces- qué decía en  aquel y aquel y aquel otro cartel. Debí agobiarla bastante con mi letrada curiosidad. Mi bisabuela solía decir que había visto a pocas personas más necesitadas de aprender a leer.

La poesía de Gleyvis es de esas que martilla sin pudor sobre las cosas torcidas y sobre la manera torcida que a veces los seres humanos nos empeñamos en ver las cosas. Acá les dejo dos de los poemas que prefiero de su libro Jaulas.

No eras tan malo

Eras nocivo como el líquido
del veneno en el frasco ámbar,
claramente nocivo como el rótulo: veneno,
en letra capital de imprenta antigua.
Eras agudo como la punta
de la espada de mango decimonónico.
Quemante como la letra encendida
que se hundía en la piel de la bestia rolliza

de un colono bondadoso.
Tenías la gravedad del canto de la uña
que nos hiere, de soslayo,
cuando persigue otra cosa.
Eras letal a la usanza difunta,
a la manera noble que quizás anunciaba
que me ibas a morder en una zona un segundo.
Pero no eras ninguna de estas bocas  modernas
que desgarran y se van.
Nunca una estridencia, jamás un insulto.
Eras dañino de un modo
sosegado y romántico.
Y no eras peor que eso.

 

************

Poema político

Este es el poema donde
combato
la incapacidad de mi jefe
para comprender la poesía,
más el rechazo de mis
jefes anteriores
hacia la poesía de cualquier tipo.

Este es el poema de una
política
hacia la poesía que
sintetizo
en la figura de mi jefe
actual y combato
desde poses muy calmadas
como terminar pronto el
poema
porque a la larga son los
jefes
y no por humillarlos en
público
van a comprender la
poesía.

**************

Nunca le pidas que se quede

Nunca le pidas que se
quede
Pedirlo así: no me
abandones,
suena tan mal.
A estas alturas
de la historia del mundo,
a esta edad: no me
abandones.
Pedirlo con la voz rajada
o altiva, con el énfasis
y el brillo en los ojos,
con frases como quédate o
regresa,
o con gestos sinónimos,
luce tan mal sobre el
tapiz estrujado de ese
día en que te dejan,
(donde además está
negro porque te dejan).
Luce tan feo que mejor
no lo dices, o todo se
pondrá ridículo, y triste,
y más negro de lo que
estaba y él se irá de
todas formas.

************

El amor propio

Pobre de quien perdió la
cuenta de las veces que
lo abandonaron y ahora
sólo le pesa lo vago –la
huella inexacta– de
aquel error sin número
que no dejó de doler u
ocurrir porque lo dejara
de contar. Dichoso el
que conservó su
elegancia, manejó sin
titubeos la nave de la
vida y ahora nada le
pesa, sino que lo cuenta,
con impetuoso
entusiasmo, al círculo de
sus parientes. Yo no fui
como ellos. Me
abandonaron y
abandoné en
proporciones idénticas.
Choqué contra otras
naves la nave de la vida,
y si el daño no fue
recíproco y me hirieron
más, no me quejo,
porque todo lo que me
pegó con saña, le hizo
bien a mi poesía.


Gleyvis Coro Montanet (Pinar del Río, 1974). Poeta, narradora y ensayista. Graduada en Estomatología. Tiene publicados el cuaderno de narrativa Con los pies en las nubes y los poemarios Cantares de Novo-hem, Escribir en la piedra, Poemas Briosos y Aguardando al guardabosque. Recibió el Premio UNEAC 2006 con su novela La burbuja.

 

Alumbrar

 

Por estos días una amiga duerme con poemas de Carilda Oliver Labra bajo la almohada. El ímpetu de las palabras de esta mujer le sirven para inflar sus propias velas y seguir caminando en días que quizás se trastabille más de lo necesario. Por suerte existen poemas que nos sirven de espejo, de aliento, de conversación, de compañía. Y una se arropa con esas palabras y sale a pelear sus batallas, a vencer o a rendirse.

También yo soy deudora de esas palabras que sirven de sostén cuando te lanzas de un edificio en llamas demasiado alto. Siempre busco a la Loynaz, su melancolía, su tristeza tranquila, pone en mis días bálsamo; y de alguna manera este es un regalo para ella, que quizás llegue a necesitar esta fórmula que le he preparado, Dulce María con Mirta Aguirre, dándonos las esperanzas que a veces se extravían. Y porque la poesía no es broma, no es algo fútil, no es algo sobre lo que podemos pasar con displicencia.

Poema LXVIII

Todos los días, al obscurecer, ella sale a encender su lámpara para alumbrar el camino solitario.

Es aquel un camino que nadie cruza nunca, perdido entre las sombras de la noche y a pleno sol perdido, el camino que no viene de ningún lado y a ningún lado va.

Briznas de hierba le brotaron entre las hendiduras de la piedra, y el bosque vecino le fue royendo las orillas, lo fue atenazando con sus raíces…

Sin embargo, ella sale siempre con la primera estrella a encender su lámpara, a alumbrar el camino solitario.

Nadie ha de venir por este camino, que es duro y es inútil; otros caminos hay que tienen sombra, otros se hicieron luego que acortan las distancias, otros lograron unir de un solo trazo las rutas más revueltas… Otros caminos hay por esos mundos, y nadie vendrá nunca por el suyo.

¿Por qué entonces la insistencia de ella en alumbrar a un caminante que no existe?¿Por qué la obstinación puntual de cada anochecer?

Y, sobre todo, ¿por qué se sonríe cuando enciende la lámpara?

del libro Poemas sin nombre de Dulce María Loynaz 

************

Todo puede venir

Todo puede venir por los caminos
que apenas sospechamos.
Todo puede venir de dentro, sin palabras
o desde fuera, ardiendo
y romperse en nosotros, inesperadamente,
o crecer, como crecen ciertas dichas,
sin que nadie lo escuche.
Y todo puede un día abrirse en nuestras manos
con risueña sorpresa
o con sorpresa amarga, desarmada, desnuda,
con lo triste de quien se ve de pronto
cara a cara a un espejo y no se reconoce
y se mira los ojos y los dedos
y busca su risa inútilmente.
Y es así. Todo puede llegar de la manera
más increíblemente avizorada,
más raramente lejos
y no llegar llegando y no marcharse
cuando ha quedado atrás y se ha perdido.
Y hay, para ese encuentro que guardar amapolas,
un poco de piel dulce, de durazno o de niño,
limpia para el saludo.

Mirta Aguirre

 

Alguien tiene que llorar

"Dèjá-vu", de la artista cubana Cirenaica Moreira

«Dèjá-vu», de la artista cubana Cirenaica Moreira

No hay fechas para celebrar ser mujer. Desde el mismo día de nuestro nacimiento  cuando nos visten con ropas de color rosado en hospital, esa primer acuerdo  social, sobre los colores que deben distinguirnos del otro grupo de seres humanos que pueblan la tierra, ya nos va buscando un lugar en la sociedad, con sus reglas, «derechos» y obligaciones. Como escribió Simone de Beauvoir: «No se nace mujer, se llega a serlo«. Y por el camino de la vida las mujeres vamos definiendo qué mujeres somos y cómo nos gusta celebrarlo. El relato que les traigo a continuación habla un poco de ello, remite a esos acuerdos sociales que las mujeres a veces cumplimos con aquiescencia y a veces desechamos sin miramientos. Cuando lleguen al final no crean en eso de que las mujeres somos las eternas perdedoras, poder decidir sobre nuestro cuerpo y la duración de nuestra vida, también pueden ser una victoria. Y esta es una de las tantas lecturas que esta historia puede tener. Su autora es Marilyn Bobes, una escritora cubana de la que ya les he hablado en otra ocasión.

Alguien tiene que llorar   

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Messalina ni María Egipcíaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Rosario Castellanos

Daniel

Está casi en el centro, sonriente. Es en realidad la más bella, aunque no lo sabía. Ni siquiera se atrevió a imaginarlo. Le preocupa demasiado su nariz, acaso muy larga para una muchacha de quince años. Con el tiempo su rostro se irá recomponiendo y no habrá ya desproporciones, nada que lo empañe. Pero ahora sólo le interesa el presente.

A su derecha, Alina, que tiene ya unos senos enormes y es la criollita, la codiciada, la que desean y buscan sin descanso todos los varones de la Secundaria. Cary la envidia un poco, sin saber que, veinticuatro años después, de la imponente Alina no quedaría más que una flácida y triste gorda. Alina tampoco lo sabe y, quizá por eso, en este 1969 fijado por la foto, se empina sobre las otras, orgullosa de todo su volumen, de su esplendor, usurpando el espacio de las demás y relegándolas a un segundo plano.

En el extremo izquierdo, borrosa por el contraluz, apenas se distingue a Lázara: unos muslos delgados, una figura desgarbada, una carita de ratón. El vientre, plano todavía, todavía inocuo. Levanta los ojos a la cámara como pidiendo perdón por existir. Es Lázara unos meses antes de la tragedia.

Después dejaría los estudios. No pudo soportar las miraditas, las risas, las leyendas y todo lo que acompañaba, en la Secundaria de aquellos años, a un embarazo no santificado. Para colmo: la huida del Viejo, un cuarentón que la esperaba a la salida, en el parquecito, y con quien se perdía, confiadamente, en el Bosque. Junto a Cary, también a la izquierda, dos muchachas no identificadas. Son muy parecidas, casi diríase gemelas. Bajitas, redondas, con ojos de muñeca, sólo están ahí para que, desde atrás, alzándose sobre sus cabezas y sus cerquillos y sus destinos pequeños y felices, aparezca Maritza. Ella se levanta con su estructura poderosa y es, en el retrato del grupo, una presencia agresiva.

El tiempo, trabajando sobre la foto, ha vuelto transparentes los ojos de Maritza. Ya parece marcada para morir. No mira hacia la lente. No sonríe. Es la única que no tiene cara de cumpleaños. Sus hombros anchos revelan a la deportista, a la campeona en estilo libre durante cuatro juegos escolares consecutivos. Es también bella, aunque de otro modo. Su rostro era perfecto y misterioso, como no hay ningún otro en la foto, como quizá no vuelva a haberlo en La Habana.

Cary

La encontraron ahogada. Como un personaje de la telenovela de turno: el vaso volcado y una botella de añejo medio vacía en los azulejos del piso, a unos pocos centímetros de la mano que colgaba sobre el borde de la bañadera. Los restos de las pastillas en el mortero, que quedó encima del lavamanos, y los envoltorios arrugados en el cesto de papeles del baño.

En el velorio, un hombre cuyo rostro me resultó familiar comentó que no parecía el suicidio de una mujer. Excepto por las pastillas. Le resultaba demasiado racional aquello de prever el deslizamiento, con el sueño profundo de los barbitúricos, hasta que la espalda descansara sobre el fondo y los pulmones se llenaran irreversiblemente de agua. Sospecho que le molestó la idea del cadáver desnudo de Maritza, expuesto a la mirada de una decena de curiosos, en espera de los técnicos de Medicina Legal.

Pero Maritza nunca tuvo sentido del pudor. Era la primera en llegar al centro deportivo y, antes de abrir la taquilla, se sacaba la blusa de un tirón, se desprendía de la saya, y empezaba a hacer cuclillas y abdominales en una explosión de energía incontrolable. Su torso y sus piernas, de músculos entrelazados y fuertes, giraban compulsivos ante nuestros ojos. Recuerdo que, una vez terminados los ejercicios, colocaba un gorro elástico sobre su pelo corto y, ya completamente  desnuda, se perdía en las duchas con aquel paso tan suyo: largo, lento, seguro.

A diferencia de nosotras, ella le daba a su imagen muy poca importancia. Ahora el tiempo ha pasado y veo las cosas de otro modo, y se me ocurre que cultivó siempre su cuerpo como valor de uso. Todas las demás, aunque nos concentráramos en la gimnasia o en la natación, nos preparábamos al mismo tiempo para una futura subasta; de algún modo, estábamos siempre en exhibición.

Lázara, Alina y yo nos torturábamos a diario con cinturones apretados y pantalones estrechos. Maritza era más feliz: se disfrazaba con atuendos cómodos, un poco extravagantes, como queriendo deslucirse obstinadamente. Más de una vez la regañamos por su descuido y, a veces, por su falta de recato: se sentaba y nunca se estiraba los bordes de la minifalda ni se colocaba una cartera encima de los muslos, como hacíamos las demás. Ni siquiera la recuerdo usando una cartera. Salía de la casa con un monedero gastado, hecho por algún artesano anónimo, donde apenas cabía el carnet de identidad y algún dinero. Muchas veces, durante el paseo, le pedía a Alina que lo guardara en su comando repleta de crayones delineadores, perfume, servilletas y cuanto objeto de tocador era posible imaginarse.

Alina

Siempre lo llevó por dentro. Siempre. Más de una vez me pasó por la cabeza y estuve a punto de advertírselo a Cary: esa desfachatez para exhibirse desnuda, aquellas teorías indecentes, la manía de querer estar a toda hora controlándola… No sé cómo no lo descubrimos a tiempo. Nosotras éramos normales, nos vestíamos con gracia, pensábamos como siempre piensan las mujeres.

Lo de mi marido no lo hizo solamente por molestarme, sino sabe Dios por qué otras sucias razones. Sin embargo, lo pagó. Esas cosas se pagan.

Él no pudo hacer nada con ella. Me lo dijo esta mañana en la funeraria. Había algo raro en su manera de quitarse la ropa, algo como un desparpajo. Y, después, lo humilló: volvió a vestirse como si nada, no quiso explicaciones, lo despidió con una expresión maligna y hasta se tomó el atrevimiento de hacerle un chiste cínico: Y ahora, ¿qué vas a hacer si yo decido contárselo a Alina?

Me lo confesó en un arranque de sinceridad y de rabia, para que no me conmoviera, para que no me dejara arrastrar por la debilidad de Lazarita y pusiera mi nombre en la corona. No se lo voy a permitir. Si a Caridad y a Lázara no les importa que la gente hable, a nosotros sí. Bastante hicimos con estar en el velorio. Pero al entierro no vamos. La urbanidad tiene sus límites.

Es cierto que yo me descuidé. Los partos acabaron conmigo, me desgraciaron, es la verdad. Pero cómo iba a ponerme a pensar en mi figura. La mujer que no tiene hijos nunca logra sentirse realizada. Muchas, como Maritza, como Cary, se conservan mejor porque no paren. A mí me educaron de otro modo: para formar una familia. Y no me arrepiento. Quiero mucho a mis hijos y las alegrías que ellos me han dado no las hubiera podido sustituir con nada. Eso es lo que completa a la mujer: una familia.

Llegué a pensar que ellas sacrificaban todo eso porque les gustaba lucirse. Si hubieran tenido que cocinar, lavar, planchar y atender una casa, difícilmente les alcanzaría el tiempo para leer libritos y estar pensando en musarañas. Cary sacó la cuenta. Se ha pasado la vida divorciada. Pero Maritza… Ahora se comprende por qué no le interesaba el matrimonio ni la estabilidad. En su caso, la respuesta era mucho más sencilla.

Fui una tonta. Si me sorprendían en un mal momento, me desahogaba con ellas, diciéndoles cosas que ni siquiera pensaba. Todavía era joven, inmadura. Yo no tenía que haberles contado lo que pasaba entre mi marido y yo. Maritza no tenía que haberme visto llorando. Para qué les habré dado ese gusto. Con el tiempo, comprendí que es normal. Pasa en todos los matrimonios: la pasión se transforma en compañerismo, en un afecto tranquilo y perdurable. Aun cuando ellos necesiten de vez en cuando una aventurita: una esposa es una esposa. La mujer que eligieron para casarse. Cuando uno madura, el problema del sexo pasa a ser secundario.

De todas maneras, me dolió. Maritza siempre quiso hacerme la competencia, llevarme alguna ventaja. En el 72, en un trabajo voluntario, consiguió llegar a finalista en el concurso para la Reina del Tabaco. Por supuesto que fui yo quien ganó. El jefe del Plan, tres campesinos y el director del Pre eran los miembros del jurado. El director y un campesino votaron por ella. Pero el resto del jurado y el público estuvieron, desde el principio, de mi parte. Ella nunca se pudo parar al lado mío. A pesar de su cara bonita y toda aquella fama de difícil que se buscó. Sabía que era el misterio lo que la volvía interesante. Y consiguió mantenerlo mucho tiempo. En el tercer año de la carrera todavía era virgen. O, al menos, se comentaba.

La tuve que sufrir día por día, también en la Universidad. Cuando supo que yo quería estudiar Arquitectura, allá fue ella y se matriculó. Por eso la conozco mejor que nadie. Le aguanté muchos paquetes. Sobre todo su envidia. Lo único que nunca le soporté fue que me dominara. No le gustó y ahí mismo se acabó la amistad: nos distanciamos.

Todavía me parece que la estoy viendo, haciéndose la modesta y, en el fondo, tan autosuficiente: aquella vocecita medio ronca, melosa, y su vocabulario rebuscado. Se desgastó en entrevistas, cartas, reuniones, pensando que alguien se iba a interesar en su tesis: edificios alternativos. Era una esnob. Tanta gente sin casa y ella preocupada por la diversidad, por la conciliación entre funcionalidad, recursos disponibles y estética. Nos desgració un 31 de diciembre completo con aquella letanía. No sé ni por qué la invitamos. Fue idea de Lazarita o de Cary.

Todo el mundo queriendo divertirse y ella sentada en la poltrona, como una lady inglesa, monopolizando la atención. Y Cary le daba y le daba cuerda para que siguiera hablando. Hasta Lázara se embobecía con sus idioteces. Le parecía el colmo de la genialidad algo que Maritza había dicho: levantarse todos los días a mirar edificios iguales vuelve a las personas intolerantes, las predispone contra la diferencia.

Lázara, tan estúpida, pobrecita, se impresionó con aquel disparate. Siempre tuvo complejos con las supuestas inteligencias de Maritza y de Cary. Ellas, Maritza en especial, le llenaron la cabeza de humo siendo todavía una niña. Y ahí la tienen: ningún hombre le dura. Y no sólo por fea. Sino por boba. Mucho más feas que ella las he visto yo casadas. Es que no aprende. Los persigue, enseguida les abre las piernas. Les confiesa que lo que quiere es casarse. Nada hay que espante más a un hombre que sentir que lo quieren atrapar. Por eso el Viejo la dejó plantada y hasta el sol de hoy está cargando con una hija sin padre. Mira que me cansé de repetírselo. A los hombres hay que demostrarles indiferencia, llevarlos hasta la tabla y hacerles creer que son los que toman las decisiones. No voy a gastar más saliva con ella. Que siga dejándose guiar por Cary para que vea. Al final, esa ya se casó tres veces y ha tenido cuantos maridos le ha dado la gana, mientras a la pobre Lazarita… nada se le da. Y a los cuarenta ni Marilyn Monroe consigue un tipo para casarse. Sigue leyendo