A cada quién su cine

 

El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano llega cada diciembre a La Habana

El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano llega cada diciembre a La Habana

Diciembre es sinónimo de cine en la Habana. La vida se vuelca al espacio íntimo de las salas oscuras de los cines. Y uno aprende a respirar, a emocionarse, a compartir quejidos, suspiros, risas y el hastío también, junto a decenas de personas que ensayan los mismos gestos en la oscuridad. Dentro del cine nace un animal colectivo, que siente al unísono muchas veces, que aprende a moverse en la misma dirección con sus cientos de piernas y brazos y su corazón agigantado. Tus ojos son cien ojos más, tu codo cobra nueva extensión de butaca en butaca, todo se multiplica bajo el influjo de ese espacio cerrado, que al mismo tiempo se abre en diversas constelaciones cuando cada quién sale a buscar su propia historia a partir de la trama que propone el filme de turno.

Y no se habla de otra cosa en la ciudad. Durante el tiempo que dura el Festival Internacional de Cine Latinoamericano de La Habana casi puedes adivinar, con certeza, hacia donde van esa mujer y ese hombre que corren tomados de la mano, sorteando a los transeúntes que caminan sin prisas. Van en busca de su historia. En cualquier cine, si tienen suerte, van a encontrar la emoción,  van a guardar una escena en la memoria y van a recurrir a ella siempre que quieran volver a sentirse como en ese instante en que quedaron expuestos y sangrantes en medio de la oscuridad una sala de cine.

En diciembre todos nos conocemos. Se aparta la timidez, el andar ensimismado, para preguntar qué tal las películas, cuál de ellas es la más recomendable. Todavía quedan aventureros que no quieren a ningún agorero, y se lanzan al cine, con el pecho descubierto y las manos temblonas. Van  en pos de su propio hallazgo, listos para decapitar a la serpiente o tan solo convencer a la princesa de que abandone la torre y los vestidos pasados de época para irse por las calles, tras los gorriones y una canción.

Un mundo para Fernando

Fernando Pérez, cineasta cubano

Fernando Pérez, cineasta cubano

Hace ya varios años un amanecer -que parecía  similar a otros 100 vividos antes- trajo un encuentro placentero y me van a perdonar la exageración cuando lean lo que sigue.  Justo al bajarme del ómnibus que me acerca al trabajo avisté a Fernando Pérez, uno de los mejores directores de cine cubano, esperando cruzar la calle. Yo tenía que atravesar un gran lugar desierto pero casi me detuve solo para verlo pasar. Él iba ensimismado, con su mochila al hombro, sus gafas y su andar pausado. Podía ser confundido con cualquier otro ser humano, nada en su figura anunciaba su sensibilidad, la humildad con que ha contando historias necesarias, sobre todo, para la gente de este país. Pero era Fernando y con él toda su lucidez, sus defensas, sus batallas, su vida lejos de las cámaras y las luces, la casa donde viven sus hijas.
Tuve unas ganas inmensas de detenerlo y de darle las gracias por las imágenes y sensaciones que ha creado para los cinéfilos cubanos; pero me detuvo el pudor de interrumpir sus cavilaciones. Tal vez en ese momento estaba ideando un nuevo proyecto o persiguiendo algún sueño escurridizo o tratando de no darle demasiado espacio a los dolores cotidianos. Lo seguí con la mirada mientras cruzaba la plaza casi desierta a esa hora y se perdía, ya lejos entre los árboles.

Por aquellos días Fernando acababa de filmar una película sobre la infancia y la primera adolescencia de José Martí, el Héroe Nacional de Cuba -no los asuste el epíteto y quizá la solemnidad que entraña. En manos de Fernando este trozo de la vida de Martí vino con nuevas significaciones y latidos, con una visión menos mármol y pudorosa de lo que fue el vivir del cubano más universal, como es llamado. Al igual que en sus anteriores obras -Clandestinos, Madagascar, Hello Hemingway, La vida es silbar, Suite Habana y Madrigal- Fernando nos regaló a ese primer Martí, germinando, abriéndose al mundo, conviviendo en familia, etapas vitales que se nos pierden muchas veces entre la potencia de su obra posterior.

Hace apenas algunas tardes  volví a encontrar a Fernando. Yo iba para la casa y él iba en la misma dirección que la primera vez que sorprendí su anatomía en las calles de esta Habana. Otra vez lo capturaron mis ojos reconcentrado, caminando sin prisas, con su mochila al hombro, su camisa sencilla.  Coincidentemente por esos días supe que andaba enfrascado en la filmación de su nuevo proyecto, la película La pared de las palabras, en la que reunió a los actores Isabel Santos, Jorge Perugorría y Verónica Lynn y donde habla de la capacidad -o su reverso- que tenemos los seres humanos para entender palabras, señales, ondas, miradas que se pierden en la oscuridad de lo cotidiano.

Viéndolo tan lejos y tan cerca, volví a desearle mucha fuerza y muchas ganas para lanzarse al vacío, buscar el riesgo y las iluminaciones,  como el define el complejo oficio de hacer cine, de contar historias.  Y también volví a quedarme con las gracias atascadas en  la boca.

El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, según cuenta, le dedicó todo un libro -Un mundo para Julius- a Julio Cortázar después de encontrarlo paseando su recia anatomía por las calles de París. Mi tributo a Fernando Pérez es más modesto, yo sólo he podido escribir estas palabras.

Clandestinos: la primera vez de Fernando Pérez

Cartel de la película cubana Clandestinos, de Fernando Pérez

Cartel de la película cubana Clandestinos, de Fernando Pérez

Fernando Pérez es uno de los cineastas cubanos al que nadie duda en llamar maestro, aunque él no se lo crea y su sencillez no le permita aceptarlo. Para él maestro siempre será Tomás Gutiérrez Alea o Titón, como cariñosamente le llaman él y tantos otros cubanos. 

Fernando ha confesado que sin el cine no sabe expresarse, fue el camino que escogió desde los trece años por su magia y su poder de convocatoria. Al mismo tiempo que cineasta es cinéfilo, pues ha vivido tantas vidas como películas interesantes ha visto. Su afán de contar historias persigue que el espectador reciba lo que él siente viendo otras películas.

Es un director al que le place afirmar que hace el cine que quiere, siguiendo siempre su brújula interior y con el rigor como referente ineludible.

Este año la película Clandestinos, su ópera prima, cumple 25 años de estrenada. Es una cinta por la que Fernando siente un cariño muy especial por ser la primera, por la complejidad de la producción y por las dudas, porque hasta el final de su filmación nunca supo si la iba a lograr.

La sinceridad con la que siempre ha asumido sus creaciones le permitió contar una historia veraz como resultado de nueve días de incendio creador entre él y los actores protagónicos Isabel Santos y Luis Alberto García, quienes le descubrieron la complejidad del trabajo del actor y demostraron cuánto agradece el espectador  la veracidad interpretativa.

Clandestinos es de las mejores películas que sobre esa etapa de la historia cubana le hayan podido regalar al público de la isla y en justa reciprocidad el público le ha proporcionado a su director las emociones más grandes que conserva de la realización de un filme.

 

The Help, la película que vi.

Los Oscar ya fueron, y aun persiste su estela.
Muchos nunca creyeron en la relevancia de las películas nominadas. Acusaron demasiada nostalgia por tiempos pasados, demasiado interés por contar historias correctas, sin riesgos y sin consecuencias que no dejen dormir por las noches.
Se sumó a la desconfianza, justificada por demás, los resultados del estudio realizado por Los Angeles Time, el cual demostró que de los 5 mil 765 integrantes de la Academia que deciden quién se lleva el Oscar, casi el 94% son blancos, de ellos el 77% son hombres y la edad promedio de los votantes es de 62 años.
Pero a mí nunca me han importado mucho los Oscar, ni otros premios, me importan las películas. Lo que me dicen o no me dicen. Lo que me mueven dentro. El sueño que aniquilan o la luz que dejan entrever entre escena y escena.
Así me sucedió con “The Help” o “Criadas y señoras” o “Historias Cruzadas”; en dependencia de la zona horaria, geográfica y hasta emocional en que hayas accedido a esta cinta.
Algunos sectores de la población negra de Estados Unidos no han estado muy conformes con la película por el papel “estereotipado” de las criadas que se personifican, ni porque la feliz idea de escribir un libro haya venido de manos de una “blanca” para su propio provecho. Por otro lado, una parte de la población blanca no ha estado muy feliz por la vuelta a las pantallas grandes de un fenómeno que tienen todos los días frente a sus narices, que persiste y cobra nuevas formas de expresión aunque quieran negarlo.
A mí me valió la historia de colaboración y de alianza entre las mujeres –sin importar sus razas o sus posiciones en la escala social- en ese Jakson infernal de la década de los sesenta del siglo XX. Porque es otra muestra de las reacciones de las mujeres contra el patriarcado que las segrega, las invisibiliza, las discrimina, las silencia.
The Help, con todos sus defectos, sus ambigüedades, sus lugares comunes, me cuenta la lucha de las mujeres contra el silencio. Su capacidad de crear finas redes, a veces vulnerables, para tejer entre todas la resistencia.
Por eso me ha gustado la historia de la escritura de un libro con las vivencias de las domésticas de Mississippi, de un pequeño territorio, como camino para descubrir y describir diversas estrategias patriarcales configuradoras de una conspiración del silencio, en una época en que se estaba gestando el movimiento por los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos, con Martin Luther King como abanderado.
“Nadie me había preguntado que se sentía ser yo” dice casi al final de la película Aibileen Clark, una de las protagonistas. El proceso escritural les permitió nombrar una experiencia donde pesaba tremendamente el color de la piel y el género. El yo íntimo de cada una de las que participaron en este proyecto fue puesto en evidencia, dejó de ser una entelequia, un algo inexistente. A través de las palabras cada una nombró su dolor, sus temores y sus pequeñas alegrías y por lo tanto tomaron la voz que les correspondía, el espacio vedado por décadas de discriminación racial y de género.
Al mismo tiempo esta película pone en evidencia algo que muchas veces a las mujeres nos cuesta asimilar; y es que dentro de nuestras sociedades, patriarcales por excelencia, también tenemos que lidiar con otras féminas que se encargan de vigilar que los patrones sexistas, discriminatorios y diferenciadores se mantengan y se reproduzcan.
En la cinta es el personaje de Hilly, quien principalmente se encarga de esta tarea. Todo el tiempo se ocupa de estar observando, vigilando, los comportamientos de género de las otras personas. Se erige en la propia carcelera de las demás mujeres de su entorno con métodos lamentables. Asume con suma complacencia el papel de policía de género, al decir de Marcela Lagarde. Y de paso ayuda a hacer más efectivas las maniobras de un patriarcado por establecer reglas inamovibles.
La escritura frente a la dominación. La escritura como método de solidaridad, de potenciación de los propios recursos, de arma contra todo aquello que disminuye, subyuga, discrimina. La fortaleza de la palabra de la mujer contra un destino que no escogió, contra los barrotes de una jaula que a cada momento se cierra más sobre ella.
Esta fue la cinta que vi.
Coincidentemente este año el movimiento feminista cubano celebra su centenario y es un momento en que los debate de género se han revitalizado en el país, sin que se piense por ello que la palabra de la mujer cubana hoy encuentra siempre los espacios más propicios para germinar.
Ficha técnica:
Dirección: Tate Taylor
Guión: Tate Taylor basado en el bestseller de Kathrin Stockett
Reparto:
• Emma Stone como Eugenia «Skeeter» Phelan.
• Viola Davis como Aibileen Clark.
• Bryce Dallas Howard como Hilly Hoolbrook.
• Octavia Spencer como Minny Jackson. (ganadora del Oscar a mejor actriz de reparto)
• Jessica Chastain como Celia Foote.
• Allison Janney como Charlotte Phelan