Un canto que tiene color de violetas húmedas (+ Fotos)

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Sé que es fin de semana, que son días estos de fiesta y salutaciones. Pero no quería seguir dejando guardadas estas imágenes del Cementerio de Colón de la Habana que tomé hace algunos días como ejercicio de clase. En esta ciudad donde todos habitan en silencio también tiene su lugar la belleza.

Solo la muerte

Pablo Neruda

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.

Costumbres

Acostumbrarse es una palabra oscura  aseguraba Mirta Aguirre en un poema que siempre he tenido cercano. Y es que el sedimento de la costumbre se acumula con fuerza y con saña mientras creemos que todo cuanto edifica es «normal». Entonces nos acostumbramos a caminar por la calle y esquivar con suerte el agua mezclada con arroz que lanzan a la calle desde una ventana, que nazca la basura como por ensalmo junto a los botes recolectores, como si mereciera un esfuerzo enorme echar el desperdicio en ellos; y que luego venga el camión  y  se lleven la basura de los tanques pero no la que crece en la acera; que alguien en la ternura de alimentar a una animal ( gato, perro o rata, todo ya es posible) vierta la sobras de su alimento en las aceras, a la vista de todos los que pasamos y que ninguno de nosotros le llame la atención por ese atentado contra nuestra salud,  la belleza y las «buenas costumbres».

Ocurre que no se nos enciende ningún bombillo rojo y desesperado cuando vemos que a la ciudad le nacen muchas noches y que nada es como lo suponíamos cuando vemos jóvenes, casi niñas y niños, queriendo crecer demasiado de prisa, poniendo su cuerpo en subasta, ajenos a la magia del amor y sus sobresaltos,  preocupados por el valor monetario que puedan ponerle a la noche vivida junto a sus cuerpos y no por ir descubriendo otros caminos, quizás más pedregosos, menos fructíferos y más lentos, pero a la vez más dignos -le tengo miedo y cariño a esta palabra-, más seguros, porque al final la vida eso, esforzarse, cansarse, ser feliz, amanecer con ganas de enderezar el mundo, responsabilizarnos por nuestras decisiones, romper las trabas de los burócratas,  ir atando la fe a las razones más urgentes,  a las dudas y a los convencimientos,  enfrentar el pesimismo, todo lo que nos daña. Porque nunca se me olvida, ni aún en las peores noches -que las he tenido- que la pobreza pasa: lo que no pasa es la deshonra.

Y no me acostumbro. No quiero que ese tipo de oscuridad se tienda sobre la ciudad. Pero amontonar costumbres es fácil y cómodo, caminar sobre clavos ardientes es más difícil, pero al mismo tiempo, la única opción que nos va quedando.

«Siéntete limpia y ligera, como la luz.»

Hay palabras que nos buscan, que saben de nuestros posibles extravíos, de nuestra tristeza y vienen presurosas a salvarnos, a poner un poco de luz delante de nuestros pasos. Así ha funcionado estos fragmentos de la carta que José Martí enviara a María Mantilla antes de partir a luchar a Cuba. Me alegra reencontrar las palabras del Maestro, tan oportunas, casi bálsamo, para cualquiera de las María Mantilla que a lo largo de la historia accidentada de este mundo las hemos necesitado.

A mi María
Y mi hijita ¿qué hace, allá en el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo, en saber, en querer, -en saber, para poder querer, -querer con la voluntad, y querer con el cariño? ¿Se sienta, amorosa, junto a su madre triste? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego, cuando sea mujer, a hablarle de amores, -a llevársela a lo desconocido, o a la desgracia, con el engaño de unas cuantas palabras simpáticas, o de una figura simpática? ¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido? Eso es lo que las mujeres esclavas, -esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse, -llaman en el mundo «amor». Es grande, amor; pero no es eso. Yo amo a mi hijita. Quien no la ame así, no la ama. Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto. -¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí?
(…) Conocerás el mundo, antes de darte a él. Elévate, pensando y trabajando.
(…) Y cuando tengas bien traducida L’Histoire Générale, en letra clara, a renglones iguales y páginas de buen margen, nobles y limpias ¿cómo no habrá quien imprima;-y venda para ti, venda para tu casa, -este texto claro y completo de la historia del hombre, mejor, y más atractivo y ameno, que todos los libros de enseñar historia que hay en castellano? La página al día, pues: mi hijita querida. Aprende de mí. Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas: -y ve cuántas páginas te escribo.
El otro libro es para leer y enseñar: es un libro de 300 páginas, ayudado de dibujos, en que está, María mía, lo mejor-y todo lo cierto-de lo que se sabe de la naturaleza ahora. Ya tú leíste, o Carmita leyó antes que tú, las Cartillas de Appleton. Pues este libro es mucho mejor, -más corto, más alegre, más lleno, de lenguaje más claro, escrito todo como que se lo ve. Lee el último capítulo. La Physiologie Végétale,-la vida de las plantas, y verás qué historia tan poética y tan interesante. Yo la leo, y la vuelvo a leer, y siempre me parece nueva. Leo pocos versos, porque casi todos son artificiales o exagerados, y dicen en lengua forzada falsos sentimientos, o sentimientos sin fuerza ni honradez, mal copiados de los que los sintieron de verdad.
Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas, -y en la unidad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día. Es hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia del vestido, -la grande y verdadera, -está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor. -Y esa naturalidad, y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con encanto en la historia de las criaturas de la tierra.
(…) Pasa, callada, por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda. Envuelve a tu madre, y mímala, porque es grande honor haber venido de esa mujer al mundo. Que cuando mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la mañana, bañada de luz. Siéntete limpia y ligera, como la luzDeja a otras el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro, -el libro que te pido, -sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. -Trabaja. Un beso. Y espérame.
Tu
J. Martí
Cabo Haitiano, 9 de abril, 1895.

Tomado del blog La isla desconocida