El parque de H y 21, en el medio del Vedado, ha sido desde mis tiempos de universitaria uno de mis lugares felices. Cualquiera de sus esquinas, de sus bancos eran propicios para leer, sentarse a conversar, tenderse sobre la hierba y mirar sin ver hacia arriba, hacia la copa de los árboles, hacia un punto lejano que sólo tú veías encima de tu cabeza.
Su glorieta en forma de bohío taíno abrigó muchos encuentros guitarreros de toda la tropa trovadicta de la facultad, nos resguardó del sol y del tedio de clases que se interrumpieron porque era mejor estar allí, que prisioneros entre cuatro paredes.
Por sus veredas, sobre su césped se han perdido cientos de pasos de distinto tamaño, niños que aprenden a caminar o a montar bicicleta, abuelos que retan a la vida haciendo ejercicios bien temprano en la mañana, enamorados, amantes, esposos que bajo sus árboles se entregaron el amor sin recato, hormigas bajando y subiendo de los nudosos árboles, cayendo desde las ramas sobre los cuerpos de los amantes del parque.
Bajo la ceiba desde siempre han habitado las ofrendas traídas desde cualquier lugar cercano, con la noche como seguro resguardo, para las deidades de los panteones que apuntalan la fe de muchos cubanos.
La ciudad palpita a otro ritmo en esta dirección, el aire huele distinto, la vida corrige su ritmo y no se lanza despavorida a gastarse, se da su tiempo, toma un respiro.
Pero el parque de H y 21, o el Víctor Hugo, como ha quedado oficializado, ya no existe. Al menos el que yo conocí. Se ha ido, ha desaparecido y a nadie le importa. La hierba, antes bajita y buena para correr o para acostarse, ahora se eleva hacia el cielo sin complejos. Un niño pequeño puede esconderse entre ella, jugar a ser atrapado. Los desperdicios aparecen desperdigados en cualquier parte, a falta de cestos hemos preferido tirarlos en cualquier parte. A falta de cuidador el parque fenece bajo la mirada impasible de los vecinos, de las autoridades competentes, de los que solíamos visitarlo.
Un parque es un lugar de magias, pero si no nos apuramos el de H y 21 quedará prontamente vencido, dispuesto a presentar fecha de caducidad para todos los sueños que en él se tejen.