XVI Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar

CONVOCATORIA

El Instituto Cubano del Libro, la Casa de las Américas, y la UNEAC, con el auspicio del Ministerio de Cultura de la Nación Argentina y la Fundación ALIA, convocan a la décimo sexta edición del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, creado por la prestigiosa escritora y traductora lituana Ugné Karvelis.

Este premio, que tiene una frecuencia anual, fue concebido como un homenaje al gran escritor argentino, uno de los mayores de nuestra lengua, y tiene el objetivo de estimular a los narradores de todo el mundo que escriben en lengua castellana.

Los interesados deben presentar un cuento inédito, de tema libre, que no esté comprometido con ningún otro concurso ni se encuentre en proceso editorial. Los autores enviarán tres copias del cuento, cuya extensión máxima no debe sobrepasar las 20 cuartillas mecanografiadas a dos espacios y foliadas. Los relatos estarán firmados por sus autores, quienes incluirán sus datos de localización. Es admisible el seudónimo literario, pero en tal caso será indispensable que lo acompañe, en sobre aparte, su identificación personal.

Las obras deberán ser enviadas, antes del 15 de julio de 2017 a:

Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, Centro Cultural Dulce María Loynaz, 19 y E, Vedado, Plaza, La Habana, Cuba.

O a:

Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, Casa de las Américas, 3ra, esquina a G, Vedado, Plaza, La Habana, Cuba.

El jurado estará integrado por destacados narradores y críticos. Se conocerá su decisión en agosto de 2017. Se otorgará un premio único e indivisible que consistirá en 1000 euros, la publicación del cuento premiado en la revista literaria La Letra del Escriba, tanto en su versión impresa como electrónica, así como su publicación en forma de libro junto con los relatos que obtengan menciones, volumen que realizará la Editorial Letras Cubanas y será presentado en la Feria Internacional del Libro de La Habana de 2018. La premiación se efectuará en La Habana el 26 de agosto de 2017, aniversario del natalicio de Julio Cortázar.

Su presidente de honor es Miguel Barnet y la coordinadora general, Basilia Papastamatíu.

Premio Literario Casa de las Américas: ganadores de su 58 edición

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Novela: Incendiamos las yeguas en la madrugada, de Ernesto Carrión (Ecuador)

El jurado integrado por Rey Andújar, de República Dominicana; Juan Cárdenas, de Colombia; Milton Fornaro, de Uruguay; Ana García Bergua, de México, y Ahmel Echevarría, de Cuba, consideró lo siguiente:

Incendiamos las yeguas en la madrugada, de Ernesto Carrión (Ecuador), “ofrece un crudo y vibrante retrato social cuya intención no es solo sondear un paisaje urbano estratificado y violento, donde el desencanto y la pesadilla son las constantes de una ecuación de vida, sino que consigue otorgarle al relato un peso literario específico que logra aunar una estructura dinámica, con zonas de suspenso bien administradas, personajes verosímiles y conflictos que, lejos de circunscribirse a un contexto específico, arrojan luces sobre una situación humana observable en todo el continente”.

Mención: La pérdida, de Karina Puentes (Argentina)

Poesía: Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa, de Reynaldo García Blanco (Cuba)

El jurado integrado por Leonel Alvarado, de Honduras; Eduardo Langagne, de México; Selena Millares, de España; Freddy Ñáñez, de Venezuela, y Sigfredo Ariel, de Cuba, consideró lo siguiente:

Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa
, de Reynaldo García Blanco (Cuba), posee una “expresiva claridad de exposición y […] presenta poemas de escritura depurada no desprovistos de un delineado humor y una serena ironía. Con mirada incisiva, el poemario refiere personajes y situaciones de la cultura contemporánea sin extraviarse del verso libre o del poema en prosa. Contiene un doble diálogo con la inmediatez y la tradición, donde lo literario no es una realidad libresca sino natural y cercana”.

Mención: Carta de las mujeres de este país, de Fredy Yezzed López (Colombia)

Ensayo de tema histórico-social: 
América pintoresca y otros relatos ecfrásticos de América Latina, de Pedro Agudelo Rondón (Colombia)

El jurado integrado por Pablo Mella, de República Dominicana; Berenice Ramírez López, de México, y Aurelio Alonso, de Cuba, consideró lo siguiente:

América pintoresca y otros relatos ecfrásticos de América Latina, de Pedro Agudelo Rondón (Colombia), “reinterpreta el concepto de imaginario, con el propósito de pensar creativamente a la América Latina en diálogo con la tradición cultural en sus múltiples expresiones. Con interlocutores teóricos como Castoriadis y Gilbert Durand, a quienes recrea a partir del análisis crítico del discurso, de la hermenéutica filosófica y de la pragmática lingüística, Agudelo Rondón navega por diversas expresiones culturales latinoamericanas sugiriendo pistas de construcción de la identidad nuestroamericana para el siglo XXI. En una prosa clara y elegante teje expresiones de la literatura latinoamericana con iniciativas de la denominada comunicación para el cambio social y con relatos de viajeros europeos del siglo XIX; así como convoca la fotografía periodística, expresiones de las artes plásticas contemporáneas que se intersecan con lo precolombino, y con la creatividad popular vehiculada en el lenguaje ordinario”.

Mención: Los movimientos sociales y la izquierda en México. 150 años de lucha, de Baloy Mayo (México),

Literatura testimonial: Lloverá siempre, de Liliana Villanueva (Argentina)

El jurado integrado por Stella Calloni, de Argentina; Alberto Salcedo Ramos, de Colombia, y Arístides Vega Chapú, de Cuba, consideró lo siguiente:

Lloverá siempre, de Liliana Villanueva (Argentina) es “una larga entrevista con la periodista y escritora uruguaya María Esther Giglio, quien coincidentemente obtuvo el Premio Casa de las Américas en testimonio en 1970, la primera vez que fue convocado el género. Manejada con originalidad, sin preguntas, posee un atrapante lenguaje coloquial, abierto, sincero, y una voz única, cálida, con momentos conmovedores y otros que surgen del humor inteligente que caracterizaba a esta ‘leyenda histórica’ de su país, cuya obra dio una nueva dimensión a los géneros periodísticos y literarios. Su vida, contada sin prejuicios, nos revela a una mujer que fue abogada de los primeros presos políticos del movimiento Tupamaros, y ella misma perseguida y luego exiliada. Las huellas magistralmente registradas nos llevan a revivir momentos inolvidables, como si no se tratara de una lectura sino de una escena teatral o cinematográfica.”

Mención: Charlas en el mosaico, de Yoe Suárez (Cuba)

Literatura brasileña: Outros cantos (novela), de Maria Valéria Rezende

El jurado integrado por Lúcia Bettencourt, Adriana Lisboa y Guiomar de Grammont consideró lo siguiente:

Outros cantos, de Maria Valéria Rezende, está “construida a partir de memorias de viajes, la narradora rememora sus elecciones y sacrificios personales cuando trabajó en la alfabetización de adultos en el nordeste de Brasil. Una narrativa lírica y de gran riqueza metafórica permite componer un mosaico de tipos. La obra reflexiona sobre la sustitución de valores éticos y humanos por el simulacro de una sociedad consumista que sofoca manifestaciones populares y tradicionales. En los meandros de sus recuerdos, recorremos regiones en las que impera la pobreza pero donde hay un impulso vital y una sabiduría tradicional que muchas veces hacen de la profesora, una aprendiz. Nociones arraigadas de un poder patriarcal, incorporadas por la comunidad, la desafían y la hacen cuestionar su papel de educadora. Sin embargo, las dificultades reafirman el sentido de su lucha, a pesar del rumbo sombrío tomado por la política en Brasil.”

Mención: Rol (poesía), de Armando Freitas Filho

Premio de estudios sobre la presencia negra en la América y el Caribe contemporáneos: Una suave, tierna línea de montañas azules, de Emilio Jorge Rodríguez (Cuba)

El jurado, integrado por João José Reis, de Brasil; Silvio Torres-Saillant, de República Dominicana, y Gloria Rolando, de Cuba, consideró lo siguiente:

Una suave, tierna línea de montañas azules, de Emilio Jorge Rodríguez (Cuba), “rastrea capítulos importantes de la historia de intercambios entre Cuba y Haití a través del estudio de las relaciones de Nicolás Guillén con escritores, artistas e intelectuales de la sociedad haitiana. Además de esbozar la presencia de Haití en las letras cubanas y la de Cuba en la literatura haitiana, el autor documenta la visita de Guillén de ese país, con una rigurosa investigación, riqueza bibliográfica y un uso minucioso de recursos de archivos nunca antes considerados. La obra muestra un camino para futuros estudios “trans-caribeños” poniendo énfasis en la necesidad de profundizar en la historia de conflictos, colaboración, interdependencia y solidaridad intra-regional, área que hasta ahora ha privilegiado la relación transnacional del Caribe con Europa y los Estados Unidos. Una suave, tierna línea de montañas azules se inserta en la crónica de esa historia en la que cubanos y haitianos, asediados por amenazas comunes, se han reconocido en la visión de un destino común.”
Premio de poesía José Lezama LimaMística del tabernario, de Raúl Vallejo (Ecuador)

Explora en sus versos una materia proteica que transita cómodamente de la gravedad al humor, atenta lo mismo a los grandes acontecimientos que a los pequeños sucesos de la vida cotidiana.

Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada
Cuestiones y horizontes: De la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder, de Aníbal Quijano (Perú). (Selección y prólogo de Danilo Assis Clímaco)

“Antología esencial” de uno de los grandes pensadores latinoamericanos de las últimas décadas, que ha contribuido como pocos a la comprensión de los desafíos más apremiantes de nuestras sociedades.

Premio de narrativa José María ArguedasTríptico de la infamia, de Pablo Montoya (Colombia)

«Construye una fascinante, peculiar y polifónica historia de los tiempos de la conquista de América, y a algunos de los singulares personajes que tomaron parte en ella, con una prosa cuidada y subyugante».

Tomado de La Ventana. Portal Informativo de Casa de las Américas

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Casa de las Américas en La Habana

 

Los motivos de un cuento

El pasado 26 de agosto, Nara Mansur obtuvo el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2013 con el cuento “¿Por qué hablamos de amor siempre?”. A propósito del galardón, comparto este texto de la escritora cubana, escrito especialmente para la Casa de las Américas. 

Por Nara Mansur

El cuento lo empecé a escribir ese sábado en que llegaron a cortar los árboles enfrente del edificio donde vivo. Era un pequeño terreno muy estrecho lleno de un tipo de árboles que se llaman gomeros, y estuvo durante décadas sin construirse nada allí… en verdad nunca hubo nada construido ahí, quedaba como un espacio verde entre dos edificaciones. Esto es pleno centro de Buenos Aires, calle Perón al 2000 o como decimos los cubanos entre Junín y Ayacucho.

En esta cuadra hay muchas casas antiguas que fueron demolidas para construir garajes (estacionamientos), una manera muy rápida y barata de sacarle dinero a un terreno ―yo lo veo como lo más grosero del mercado inmobiliario―. No se conservan fachadas, no hay leyes que obliguen a seguir determinadas patrones urbanísticos… Entonces ese pequeño bosquecillo resulta que es comprado por el estacionamiento de al lado que quiso expandirse. Ahora lo que tenemos es un gran paredón con una pancarta publicitaria que va cambiando regularmente; por estos días hay una gran publicidad de Motorola.

Ese fue el disparador, tiré fotos con el celular mientras lloraba a moco tendido y llamaba por teléfono a mi marido que ya se había ido a Palomar a dar clases de batería.

En verdad no sé si “cuento” algo en el texto. Me interesa cada vez menos leer un libro, ir al teatro, al cine, a ver una historia, no soy de las apasionadas por la hipnosis del relato ―para decirlo en términos de Cortázar―, por el armado de sucesos y peripecias; creo que casi “me ofende” ese tipo de vínculo con “la obra” (risas), me hace sentir bastante estúpida convertirme en el lector o espectador detective que trata de descubrir qué va a pasar ―casi siempre lo adivino enseguida además, un verdadero horror―… debe ser por tanta telenovela que consumí desde niña, y en las condiciones que la vemos en Cuba: sentada toda la familia frente a un único televisor, y después vienen “los foros” más desopilantes que se puedan imaginar: en la bodega, la escuela, las oficinas, la parada de la guagua… todos opinando, adivinando sobre cómo seguiría la historia, qué debería hacer cada uno de los personajes, uno de verdad atravesaba la pantalla y vivía dentro de esas ficciones… pienso que las telenovelas nos han convocado a los cubanos como a los griegos la tragedia… algo así.

Me gusta pensar en una idea de escritura o textualidad más que en literatura. En un tejido, una urdimbre, en que uno es un escritor multitareas y se puede aproximar a formatos diferentes, a crear vínculos distintos. Pero esto viene del teatro, de la dramaturgia.

En “¿Por qué hablamos de amor siempre?” aparece una sucesión de preguntas que recorren el cuento y si hay una estructura o bastidor son las preguntas: quién soy, cómo hablar de las cosas que me importan, cómo hablar para crear determinados efectos, cómo armar los vínculos que me interesan, qué escribir para crear una participación del otro y no un quedarse quieto, cómo no bajar línea si uno está convencido de determinadas cosas, de algunas pocas al menos, cómo lidiar con los dogmas que nos han poseído ―que nos han violado casi―, qué somos hoy capaces de exigir como ciudadanos, qué somos capaces de ver, podemos constituirnos de un modo suficientemente artístico en nuestras vidas, “qué cosas me motivan, qué cosas me empobrecen”. Uno y sus despojos.

¿Cuándo comencé a pensar en la reparación total de todo lo que tengo a mi alrededor? ¿Cuándo la restauración del comportamiento ―el amor a toda prueba, la entrega total― fue el objetivo más importante de mi vida?

Que nada se eche a perder / que sea posible devolverles una segunda vida, quién sabe si más interesante, más hermosa / Nosotros los cubanos vamos a tener una segunda oportunidad.

Creo que en estos tiempos de seudo-comunicación necesitamos re-crear nuestras relaciones con la vida y con el lenguaje. Las palabras han sido vaciadas y están por llenarse y cargarse en cualquier momento. Lo poético cada vez tiene que ver menos con la literatura, las fuerzas de su redención, de su eficacia, de su organicidad no se las confiere la literatura sino que están dadas por el vínculo que pueden establecer ―físico, mental―, un vínculo libertario que nos permita imaginar y reflexionar. Introduzco fragmentos de “El saber curioso y el saber cruel”, un texto maravilloso del sicoanalista argentino Fernando Ulloa que entiendo complejiza lo que he ido exponiendo en el cuento.

Trabajé en la Casa de las Américas desde octubre de 1994 a enero de 2007. Es un lugar excepcional para formarse, para trabajar; le debo a la Casa casi todo lo que aprendí, desde vestirme, hablar en público sin salir corriendo (risas) hasta conocer a teatristas muy reconocidos de la América Latina. Me dio un bagaje tremendo, me dio la posibilidad de viajar, de intercambiar, hacer entrevistas, pensar una programación, conocer al público, hacer una revista de teatro. Es un trabajo multitareas que tiene de todo un poco, hay mucho de trabajo ejecutivo, de resolver problemas concretos, atender al que llama, fotocopiar, servir el café, escribir cartas, el típico trabajo de gestión cultural, de servicio público, que me ha encantado hacer: de alguna manera te invisibiliza porque no importa si escribes poemas, obras de teatro cuando llegas a tu casa; lo personal está colocado en la apuesta de lo colectivo. Eso me dio mucha seguridad durante muchos años, casi quince.

Yo soy una persona triste, melancólica, la Casa me permitió también salir todos los días a trabajar, bañarme, vestirme. Mi primera jefa, Rosa Ileana Boudet, siempre nos pedía ¡ideas, ideas! en las reuniones de la Dirección de Teatro… así que había que poner el oso a trabajar… En un sentido ella me ha hecho pensar que un gestor cultural es en el mejor de los casos un artista conceptual. Y aunque creo que para ella fui una colaboradora menos eficaz que lo que fui para Vivian (Martínez) porque eran mis primeros años en la Casa, Rosa Ileana tenía una enorme fe en mí, siempre me decía lo imaginativa que era, lo talentosa que era, en ese tiempo ella veía en mí lo que yo no veía. He tratado de imitarla con la gente joven que ha trabajado conmigo, como Dinorah Pérez Rementería o con mis alumnos de Dramaturgia del ISA.

Para algunos la juventud puede ser difícil, esa etapa de la vida en que uno sufre, se siente muy inseguro. Durante mucho tiempo yo escribía por fuera de mi ocupación principal que era el trabajo en la Casa de las Américas y después como profesora del ISA. Puede que haya perdido mucho tiempo o me sentía muy insegura de lo que producía como “escritora”, o quizá es que me gustaba mucho mi trabajo en la Casa y eso me satisfacía,… en algún lado he dicho que me he considerado siempre una “artista aficionada”…

Los premios Guillén y Cortázar han venido asociados a no tener un trabajo estable, lo que me ha hecho tener más tiempo para escribir o no tener la cabeza ocupada en otros pensamientos más que en “el vacío”… es todo bastante paradójico en la vida y los premios son pequeños milagros que a veces suceden. Por eso uno tendría que estar relajado pero concentrado en ese vacío que en verdad es lo lleno o lo que puede llenarse con el trabajo.

Julio Cortázar es un gran escritor, un gran mito, una presencia en la Casa de las Américas, en la literatura cubana, uno lo ve en su bicicleta frente al malecón todavía, escribiendo, participando, asistiendo a los cambios de un país, incorporándolos a su propia persona.

Me resulta extraño oírle a algunos escritores argentinos que Cortázar es una lectura de juventud. Siento que está la idea de que si te dejas capturar por la política, hablar de ello, comprometerte con algo esto finalmente te terminará devorando, achicando tu imagen intelectual. Me encanta no imaginar a Cortázar en la biblioteca sino en un aula dando clases, en la calle, enamorándose, sintiéndose defraudado, pidiendo explicaciones a sus amigos por todo lo que no entiende, pensando en el Che, viajando, haciéndose latinoamericano. Admiro su trayectoria, su transparencia, su sentido del humor, hasta lo que hoy en tiempos de tanto cinismo puede resultar un decir ingenuo.

Tengo una foto en la tumba de Cortázar en el cementerio de Montparnasse en París, 1996. Recuerdo que fuimos Guillermo Rodríguez Rivera y yo con un mapa que trazaba el recorrido de los personajes de Rayuela por la ciudad… había salido en la revista argentina La Maga. La foto es en blanco y negro porque había comprado un rollo de 400 asas para tirar fotos de teatro, y fue el que estaba puesto en la cámara ese día.

Tomado de La Ventana

Escribir por defensa propia

Alberto Guerra, escritor cubano

 

 «¿Por qué escribo? Creo que es por defensa propia»

 por Silvina Friera

El cubano melancólico camina sin urgencia. Las calles de esta ciudad donde nació son como las páginas de un libro que sabe de memoria. Las horas se ovillan en las nubes del atardecer, como si el cielo de La Habana estuviera lleno de antepasados dormidos. Alberto Guerra Naranjo, autor de La soledad del tiempo, pronto se definirá como un “simple escritor cubano”. Pero antes, en la sede de Casa de las Américas, junto a los integrantes del jurado de novela, derrochará ingenio, gracia, picardía.

“¿Por qué escribo? ¿Por qué narro? Creo que es por defensa propia. Tengo un estereotipo que, por mucho que insisto, no da narrador. Da basquetbolista en retiro, boxeador en retiro, integrante de la Charanga Habanera; ¡a veces hasta me confunden con David Calzado! A las mujeres se les hace agua la boca cuando llego a una fiesta, y no sé bailar. Por lo tanto, en el plano interno, narro para justificar mi existencia; es como decirles: ‘Existo, tengo otra cualidad por ahí guardadita y me hace falta mostrarla’”.

Todos están muertos de risa. Si un cineasta hubiera estado presente, habría filmado la escena de una comedia que se desmadra. El poeta ecuatoriano Fernando Balseca se pone de pie y exclama: “¡Alberto, vas a Quito!”. De pronto, varios se pelean por invitar al cubano melancólico, al basquetbolista o boxeador en retiro, al hombre que se parece al líder de la Charanga, a distintas ferias de libros y festivales literarios. Guerra está en su salsa. Aunque no sepa bailar, se defiende.

El personaje Guerra, la figura de un escritor incómodo, no debe confundirse con las criaturas de La soledad del tiempo, tres escritores ―M. G., J. L. y Sergio Navarro― que buscan su lugar en el mundo de la literatura cubana, después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del campo socialista. Aunque el “mesías” Sergio Navarro, por momentos, parezca su alter ego. “Una buena novela no se hace solamente de hábitos y costumbres ―dice Sergio Navarro―. Más que costumbrismo, más que caricatura, necesito alcanzar las esencias. Las historias que pienso escribir no serán nuevos bodrios para las letras nacionales. De tantas malas páginas y de tantos escritores ridículos el lector se cansa. Mi novela debe ser mi sangre y mi paz. Ah, Walter Benjamin, qué claro estabas, no es la forma ni el contenido lo que importa, es la sustancia, solo la sustancia”.

Cuando Alberto comenzó a escribir, lo hizo para tocar los asuntos que no sentía bien tocados o que no lo estaban en el panorama literario de la isla. “Recuerdo que pasaba horas analizando cuentos escritos por colegas y luego los comparaba con los clásicos para arribar a la conclusión de que algo faltaba en muchos. A veces era magia, fantasía, borrar el límite que distancia el mundo mágico del mundo físico, como diría Ernesto Sabato; otras era falta de hondura y riesgo. En fin, que me preocupé de cubrir zonas en donde pensé que podría ser novedoso, apuntalador de un cambio aunque fuera pequeño, aunque solo lo notara yo mismo. Me veo veinte años atrás de madrugada, leyendo en mi balcón con un blog de notas al alcance de mi mano”, cuenta el narrador cubano en la entrevista con Página/12.

“Escribir para mí es algo más que divertirme”, dice Sergio Navarro en La soledad del tiempo, una novela que después de leerla deja latente un puñado de preguntas: qué es ser un escritor negro en Cuba hoy y qué tipo de intervención implica ese “más” que divertirse.

―Infiero que nos has hecho la misma pregunta a los dos: por un lado al Sergio Navarro, personaje de La soledad del tiempo, y por otro a la persona Alberto Guerra Naranjo, autor de esa novela. Pudiera parecer que somos los mismos, pero no somos los mismos. Así que preferiría no responder por Sergio Navarro, sino hacerlo como autor. A Sergio habrá que preguntarle después (risas). Escribir ficciones para mí, además de divertirme y de agobiarme, es un acto de entera responsabilidad, sobre todo cuando noto que con mi escritura interactúo con otras personas, los lectores, quienes me advierten del grado de responsabilidad que representa escribir y publicar mis ficciones, cuando me hacen saber que me han leído y que les ha resultado interesante mi propuesta.

»Por otra parte, ser un escritor negro en Cuba hoy, a mi juicio, es un hecho doblemente responsable, una necesidad de interpretar la realidad de las cosas sin caer en trampas ni en estereotipos, un compromiso con aquella zona cultural de donde provengo y donde no suelen abundar los escritores negros, ni en Cuba ni en ninguna parte».

Quizá lo más incómodo de la novela reside en colocar en un plano de igualdad absoluta a escritores que intentan ganarse un espacio dentro de la literatura cubana, con pobres diablos o buscavidas, ¿no? Es muy persistente la imagen de Sergio Navarro pedaleando y sudando, contra la corriente, por la ciudad.

―Ese Sergio Navarro en constante pedaleo por la ciudad, sudoroso y desafiante, somos todos o casi todos los cubanos, escritores o no, artistas o no, nacidos después de 1959, y con más de veinticinco o treinta años a partir de los años noventa. Al desbancarse el campo socialista, Cuba y los cubanos caímos en una crisis total, justo cuando mi generación literaria salía al ruedo; entonces los trámites que debimos hacer normalmente en guaguas o colectivos, tuvimos que hacerlos en bicicletas. Las comidas que debimos tener en nuestras mesas nunca estuvieron y los sueños coherentes de juventud tuvimos necesidad de forjarlos en condiciones muy difíciles, que son realmente las condiciones en las que mejor se conocen a los seres humanos.

»La soledad del tiempo como novela relata ese estado de ánimo a través de tres personajes que asumen diferentes determinaciones ante el mismo conflicto: Sergio Navarro prefiere dedicarse en cuerpo y alma a la literatura, debe ser por eso que lo ves pedaleando contra la corriente; J. L. apuesta por el bajo mundo moral, y M. G. elige el mercadeo y la trampa o sea, el mismo bajo mundo moral, pero con cuello blanco».

“Diferenciarse, esa es la palabra, los jóvenes en todos los tiempos tienen derecho a sentirse el ombligo del mundo, aunque sean su chancleta… Un escritor joven necesita acomodar la historia literaria a su manera”, se lee en La soledad del tiempo. ¿De qué querían diferenciarse Alberto Guerra Naranjo y la generación de “novísimos escritores cubanos”?

―En una secuencia de Memorias del subdesarrollo, la excelente película del cubano Tomás Gutiérrez Alea (Titón), en la Casa de las Américas, un grupo de intelectuales debate acerca del problema fundamental de nuestra época; algunos dicen que el conflicto central era entre el campo socialista y el capitalista, y otros que entre el imperialismo y las antiguas colonias, pero ninguno excepto el director del filme se detiene en el conflicto existencial del hombre contemporáneo. Creo que esa línea trazada por Titón la continuamos nosotros, más de veinte años después, como generación literaria. Los novísimos escritores cubanos, sin obviar aquellos temas catedráticos o académicos o globales, preferimos centrarnos en el hombre concreto y sus conflictos concretos, en la ciudad concreta. Por ahí creo que andaban nuestras diferencias. Sigue leyendo

Leonardo Padura comparte un adelanto de su nueva novela «Herejes»

El escritor Leonardo Padura en su casa de Mantilla, foto de Abel Carmenate

Leonardo Padura ofreció un regalo excepcional a sus lectores cuando el martes, al finalizar su intervención de apertura de la Semana de Autor que organiza la Casa de las Américas de La Habana, dedicada por primera vez a un escritor cubano,  leyó un fragmento de su novela en preparación Herejes.

Herejes

Se sabía un privilegiado, vislumbraba que asistiría a sucesos maravillosos, y quería tener la alternativa de recordarlos por el resto de los días de su vida y, tal vez, en un futuro imprevisible, trasmitirlos a otros. Por ello, un par de semanas después de que comenzara a frecuentar la casa y el taller del Maestro, Elías Ambrosius decidió llevar una especie de libro de impresiones donde iría escribiendo sus conmociones, descubrimientos, elucubraciones y adquisiciones a la sombra y luz del Maestro. Y también sus temores y dudas.

Mucho debió pensar dónde esconder el cuaderno, pues, de caer en manos de alguien –y pensó ante todo en su hermano Amós, cada día más intransigente en cuestiones religiosas, empeñado incluso en hablar con la escabrosa jerga de los rústicos judíos del este– haría innecesarias todas las precauciones y encubrimientos, imposible el mínimo intento de defensa. Al final se decidió por una trampilla abierta en el suelo de tablas de la buhardilla, resguardada de la vista por un viejo cofre de madera y cuero.

En la primera página del cuaderno, ensamblado y empastado por él mismo en la imprenta, según el modelo de los tafelet en los cuales los pintores solían hacer sus bocetos, escribió en ladino, con letras grandes, poniendo empeño en la belleza de la caligrafía gótica: Nueva Jerusalén, Año 5403 de la Creación del Mundo, 1643 de la Era Común. Y para empezar se dedicó a relatar lo que significaba para él la posibilidad de compartir el mundo del Maestro y luego, en varias entradas, cargadas de adjetivos y admiraciones, trató de expresar la sensación de epifanía que le había provocado convertirse en testigo del acto milagroso a través del cual aquel hombre tocado por el genio sacaba las figuras de la base de color muerto imprimada en el tablero de roble, cómo las vestía, les daba rostros y expresiones con retoques de pincel, cómo las iluminaba con un fabuloso, casi mágico juego de colores ocres, mientras las ubicaba en un semicírculo alrededor de la mujer arrodillada y vestida de blanco, para darle forma definitiva al drama cristiano de Jesús otorgando el perdón a la mujer adúltera, condenada a morir apedreada. El trabajo había resultado un proceso de pura creación ex–nihilo, en el que día a día el joven había podido contemplar una convocatoria de trazos y colores que aparecían y tomaban cuerpo para ser devorados muchas veces por otros trazos, otros colores capaces de perfilar mejor las siluetas, los ornamentos, los decorados, las formas y las luces (¿cómo lograba aquella controversia de oscuridades y luces?) hasta, después de muchas horas de esfuerzo, alcanzar la más retumbante de las perfecciones. Sigue leyendo

Dejarse atrapar

La furia de las pestes de Samanta Schweblin

La furia de las pestes de Samanta Schweblin

Los libros, los buscas o te encuentran. Para ser sincera siempre he preferido que ellos me encuentren, que me sorprendan. De vez en cuando tengo esa dicha. En estos días he sido encontrada por La furia de las pestes de la escritora argentina Samanta Schweblin. Casi no lo leo, pero se las agenció para que entre todos los libros disponibles para mí en el librero de unos amigos, al final de la noche fuera uno de los elegidos.

Y así comenzó esta etapa de plena identificación. En esta época del año y de mi vida, siento que no habría podido encontrar algo mejor para acompañarme. Es un libro pequeño, sincero, sin poses, real, aunque hable de cosas inverosímiles y a la vez tan ciertas.

Todavía no lo termino, pero presiento que a Samanta la rastrearé por las librerías cubanas y por Internet, para saber nuevas noticias editoriales suyas. Es una de las escritoras que ha llegado para quedarse entre mis días.

En este libro suyo el cuento El hombre sirena es uno de los que prefiero, porque me recuerda a Córtazar,  porque sin decirlo habla de las cosas que no deben postergarse bajo ninguna circunstancia. Hay pérdidas que son irreparables y en momentos así de riesgo, es mejor no andar distraídos porque la vida muchas veces no entiende de segundas oportunidades.    

Así que cuando encuentren un libro parecido, déjense atrapar. A veces ser este tipo de víctima tiene sus recompensas.

Algunas pistas sobre Samanta:

Nació en Buenos Aires en 1978. Es egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires. En 2001 obtuvo dos relevantes premios: el del Fondo Nacional de las Artes y el Concurso Nacional Haroldo Conti con su libro El núcleo del disturbio (publicado en 2002). Ha sido premio Casa de las Américas en el 2008, en la categoría de Cuento. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, al francés y al sueco. 

El mundo Feliú

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Feliú no hace televisión, apenas ofrece conciertos (uno o dos al año, en un año pródigo), tiene relativamente pocos discos y menos videos. No arrastra legiones de admiradores y, como él mismo dice, los muchachos que descargan por ahí en parques y fiestas casi nunca interpretan un tema suyo, porque no es fácil lidiar con sus acordes y metáforas.

Su concierto del viernes 1ro. de junio, en la sala Che Guevara de la Casa de las Américas, vino precedido por serios escollos: publicidad escasa y abrupta, y una lluvia pertinaz que parecía diseñada para desleír La Habana. Como es tradición, empezó tarde. Y duró 36 canciones. Dicho de otro modo, el público que llenó el recinto no se limita a admirar a Santiago: es que vive en un mundo Feliú.

En la trova hay tendencias, grupos, y Santiago Feliú. No solo no se parece a nadie, sino que nadie intenta siquiera parecerse a él. Su manera de rasguear y puntear la guitarra, su voz y su lírica tienen una personalidad tan identificable como la de Louis Armstrong o Freddy Mercury.

Conozco al Santi hace un montón de años y siempre ha sido un bicho raro, gracias a Dios. Un ermitaño de la trova. No es que no le interese el público, es que no se desvive por la fama. La canción es su discurso y su argumento, su cosmovisión, su link a la realidad. Lo tomas o lo dejas. En días como ese, uno comprueba que un montón de gente lo toma.

Santiago no mueve multitudes, pero sacude el alma. La gente que se congregó en la Casa de las Américas, gourmets, especialistas en la obra de este tipo zurdo con eterno talante de hippie raído, sabía perfectamente lo que podía esperar, y no salió decepcionada: comentarios breves y entrecortados entre canciones, el olvido ocasional de una entrada —no digo yo, el milagro es que recuerde el resto— alguna broma feroz sobre sí mismo… y un arte puro y lleno de sinceridad, como exige en un viejo tema que no cantó esa noche.

Hay artistas populares que llenan plazas y reparten autógrafos, pero luego no duran un par de años. Hay náufragos como Santiago, atrapados por su isla personal —la de su generación, la de los enamorados, los inconformes, la nuestra— que te acompañan siempre.

Texto de Eduardo del Llano, tomado de La Jiribilla

Fotos: R. A. Hdez.

Me falta Benedetti (+ Fotos)

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Ayer no me acordé, no lo supe, el corazón no me lo advirtió. Este 17 de mayo hizo dos años de que Mario Benedetti cometiera la falta imperdonable de morírsenos. Ayer no lo extrañé, pero hoy, sabiéndolo otra vez muerto me vuelve a dar calor el reproche que tengo atravesado desde el 2009. Si alguien no debió irse del mundo, dejarnos desamparados, ese era Mario.

No nos bastan las poesías, las novelas, la constancia de su compromiso con la justeza y la verdad. No nos alcanzó el tiempo para que Mario nos ayudara a encontrar los caminos, a encauzar la rabia, a aligerar el corazón.    

Qué vamos a hacer los que no rompimos las puertas de Casa de la Américas para escucharlo decir calladamente, con timidez casi, sus canciones. Los que no vislumbramos su asombro al saberse admirado, durmiendo de miles de formas distintas bajo las almohadas de las adolescentes, volando entre pliegos de papel en las aulas de las escuelas, seduciendo al amor, haciendo el amor.  

Dos años ya y la hora del ángelus no ha encontrado mejores palabras que la nombren. Ni otra hora ha sido propicia para los amadores y bardos.

Mario sigue haciendo una falta sin nombre y sin fondo. Mario sigue siendo la añoranza de la poesía.

 

El mundo conocido, cercano, íntimo de cada cual está en peligro

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El árbol de la vida de la Sala Che Guevara de Casa de las Américas de la Habana, testigo de tantos alumbramientos de hermandad, de poesía, de resistencias, este 14 de marzo volvió a abrigar un nuevo parto: la presentación del libro Fidel Castro con los intelectuales. Nuestro deber es luchar.   

Lo presentaron al mundo Roberto Fernández Retamar, presidente de Casa, Osvaldo Martínez, Director del Centro de estudios de la Economía Mundial y Gisela Alonso, Presidenta de la Asociación Ambiental de Cuba.

Al mismo tiempo algo similar estaba ocurriendo en Washington, Ciudad de México, Caracas, San Juan, Kingston, La Paz, Madrid y Berlín. Todo aquel que quisiera presenciar este llamado de atención al mundo sobre su propio futuro podía acceder a cualquiera de estas presentaciones por los canales de cada una de ellas en Justin.TV,  a través de Internet.

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Las páginas de libro descubren una de las mayores angustias de Fidel Castro, el destino humano. Y la cita de la Habana, el pasado 10 de febrero con 69 intelectuales del mundo invitados a la Feria Internacional del Libro de Cuba, fue el momento exacto para convocarlos a trabajar urgentemente para garantizar la sobrevivencia del hombre.

Porque como mismo él confesó ese día de diálogo impostergable “si uno supiera que el mundo va a durar 10 años, está en el deber de luchar para hacer algo en esos 10 años”.

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Ayer fue 14 de marzo, día de la prensa cubana. Yo estaba en medio de aquella sala abarrotada de gente, como periodista, cerca del Árbol de la vida, mirando a cada momento el cuadro donde se podía leer la palabra Nosotros, del pintor cubano Raúl Martínez, que adorna la sala y que al final se me terminó convirtiendo en un llamado insoslayable como un letrero lumínico. Los nosotros presentes allí, teníamos que hacer, tareas urgentes que realizar desde cada una de nuestras pequeñas atalayas. Nos volvían a avisar. El mundo  conocido, cercano, íntimo de cada cual está en peligro, sino por qué la inexistencia del invierno, de la lluvia, de lo verde. Por qué los drones sustituyen a los pájaros del cielo, por qué canjeamos bombas y no regalamos la alegría.