Fantasmas

Belén Gopegui

Visito al fantasma por rachas. Porque la vida del otro lado hay que pararla a veces. Entonces voy al mundo de quienes, se dice, no existen, expresión carente de sentido pues si los personajes no existieran tampoco existirían los pensamientos. Sin confusiones: existen a su modo.

-¿Qué tal el día?

-Comí con X, di unas clases. El autobús cada vez tarda más en llegar, nevaba.

Y no decir: Al salir del trabajo, viajé en tren con el profesor Barrow, le perseguía un espía de Ixania, le dimos esquinazo. Luego nos alojaron en un hotel decadente, el ruido de tuberías no nos dejaba dormir.

No lo dices, pero lo haces: viajáis en ese tren, lográis sorprender al hombre que esperaba agazapado, y no obstante luego os descubren, teméis por vuestra vida, os presionan, pensáis un plan. Son cosas que pasan cuando lees, cuando fuera se oye la lluvia y dentro los ruidos son más bajos, como si todo tuviera silenciador. Pasan en secreto.

Antes me preocupaba más desatender unos minutos lo de afuera. Ahora la mayoría no está casi nunca a lo que está. Gentes que viven, vivimos, y pasan, pasamos, cada vez más tiempo al otro lado. A veces quedo con mis semejantes y me parecen menos reales que cuando leo sus frases en la pantalla, y si les pienso lo primero que me viene a la cabeza no es su cara ni su cuerpo sino su avatar. A veces me pregunto si los animales, los demás animales, imaginan, si el elefante cuando mira puede ver algo distinto de lo que está viendo. ¿Pueden representarse un futuro que no sea repetición de lo vivido? Para leer y escribir hay que imaginar lo que no sabes si pasará nunca. Un pie en el suelo y otro fuera, las manos en el teclado y la cabeza en Italia, en Nairobi o en Moscú. En la habitación, un radiador y frío, en el teclado, lluvia tropical. Antes, prácticamente solo mediante la lectura nos alejábamos: mientras el trayecto en metro se repetía, en el libro nuestras capacidades eran puestas a prueba, atravesados nuestros cuerpos por esa tensión que no da miedo, por esa música del habla capaz de producir espacio transitable. Ahora las novelas son un ala más de la nube, un departamento y no el más amplio. Las horas se pasan en amplias naves heladas llenas de servidores, o en el viaje de ida y vuelta a los satélites. Una mano en el teclado, la otra a treinta y seis mil kilómetros de la tierra. La cara aquí y la voz tan lejos.

Hoy he vuelto a ver al chino que cada tarde se sienta en un saliente de la pared de la frutería. A las cinco de la tarde, a las siete, hasta las nueve de la noche, hora en que cierran, el chino, sin abrigo, con un pantalón bien planchado, camisa y un jersey fino aunque haga frío, sostiene el smartphone, teclea, lee, teclea. Antes de los bits la vida ocurría más a menudo en la materia, pero los fantasmas siempre estuvieron. El contacto directo ¿qué es? Cuando toco una piel con los dedos también toco una expectativa.

El fantasma no sabe de la materia sino de su descripción. No sabe de las personas sino de los personajes, me espera en las historias, va conmigo. “Hay que continuar, no puedo continuar, hay que decir palabras mientras las haya, hay que decirlas hasta que me encuentren, hasta el momento en que me digan -extraña pena, extraña falta- hay que continuar, quizás está ya hecho, quizás ya me han dicho, quizás me han llevado hasta el umbral de mi historia, ante la puerta que se abre ante mi historia; me extrañaría si se abriera”. Es Foucault en El orden del discurso, las frases no terminan de organizarse racionalmente y sin embargo entran en sintonía con nuestro receptor pues captamos una sensación pensada, un pensamiento sentido y lo reconocemos.

Visito a mi fantasma. A menudo, sí, pienso que no son tiempos para la lírica ni para la novela ni para los fantasmas. La realidad espera fuera, hay que acudir pues se cae el porvenir, pero así es como crecemos, el texto en la mirada y en las neuronas, sucesos invisibles. Le visito por rachas, sabe que no debe retenerme demasiado, sabe que ahí fuera se lucha: todo lo que hay en la cabeza, ciudades, muebles, pájaros, la risa y la bravura, tiene su peso, deja su huella, dice el fantasma y se viene a la calle conmigo.

 Tomado de Rebelión

Arder

Belén Gopegui es una autora que siempre estoy trayendo a estas páginas. Hoy sábado la anduve buscando con tan buena suerte que me tropecé con este texto.

Por Belén Gopegui

Contraincendioonline.com, página argentina para uso de bomberos y rescatistas, podría ser una página literaria o política pues tiene versos involuntarios: “La puerta cerrada de un cuarto, nuestro último escudo” o “Incendio estructural: combate en compartimentos interiores”, y tiene un curso de incendios estructurales como los de este tiempo.

Llegué a ella buscando información sobre fuegos subterráneos, sobre la acción de arder sin llama. Porque a veces parece que los procesos sólo existen cuando despiertan o cuando se reparten por el terreno con sus resplandores y su libre combustión. Y a veces hay preguntas que traen angustia, desánimo o reproche cuando dicen: ¿de aquellas llamas, qué se hizo? ¿dónde están los resplandores?

Hay tres etapas progresivas en la combustión de un incendio: incipiente o inicial, de combustión libre y de arder sin llama. Hoy, junto a llamaradas que seguirán vivas –escraches con botes de luciérnagas que se convierten en pegatinas de luz, marchas, acciones, huelgas–, ha empezado la etapa, quizá ni siquiera buscada, de arder sin llama y si nos preguntáis en dónde estamos, deberemos decir: sucede. Cuando las llamas dejan de existir en mayor o menor medida dependiendo de la hermeticidad del recinto, “todo el ambiente tiene la suficiente presión como para dejar escapar esa presión por las pequeñas aberturas que queden”. ¿Acaso no sentís cómo escapa la presión, acaso no la veis?

El fuego seguirá en estado latente y aumentará la temperatura por arriba del punto de ignición. Quienes miren desde lejos pensarán que no ocurre casi nada, que todo está más o menos controlado, que el aguante es elástico, y la ventaja de la clase dominante, demasiado grande para que pueda acortarse en meses, ni siquiera en años. Si miran desde lejos. Pero si bajan al terreno, si lo pisan, notarán cómo quema.

Todo incendio estructural genera una descarga disruptiva o escalada cataclísmica del fuego a los distintos materiales combustibles. Hace ya mucho que Rilke escribiera: “Querían florecer y florecer es ser bellos; pero nosotros queremos madurar, y madurar significa ser oscuros, y esforzarse”. Hace menos tiempo, en Panfleto para seguir viviendo, Fernando Díaz decía: “Oxidarse violentamente es arder”. Tal vez la mayoría de no­sotros y de nosotras prefiriéramos madurar y no oxidarnos violentamente, pero a veces no basta con preferir no hacerlo.

Tomado de Rebelión

Romperse en siete, en mil pedazos…

Deseo de ser punk, de Belén Gopegui

Deseo de ser punk, de Belén Gopegui

En un post anterior publiqué una entrevista a Belén Gopegui sobre su novela Deseo de ser punk publicada en Cuba por la editorial Arte y Literatura. Ahora les dejo uno de los fragmentos que más releo de la novela. Espero que el padre de Vera les caiga tan bien como a mí,  que a veces tengo ganas de tropezármelo por las calles de esta ciudad. Los subrayados son míos, quise  hacer como con mis libros, dejar notas al margen, marcar palabras, volver una y otra vez sobre lo que dicen y lo que ocultan.

«El padre de Vera me caía muy bien. Era un poco desastre, bueno, más que un poco. A veces tenía que ir a recogerla a algún sitio y se le
olvidaba, aunque nunca se le olvidaba tanto como para no ir. Siempre aparecía, pero igual una hora después. Yo me he pasado muchas de esas
horas hablando con Vera, mientras le esperábamos. Luego, casi siempre me iba con ellos. Los padres de Vera estaban separados, aunque creo
que ninguno de los dos salía con otra persona. Vera decía que seguían queriéndose, pero que como su padre no estaba bien, se había ido a
otra casa para no acabar extendiendo su confusión por todas partes. No sé por qué su padre estaba confundido. Lo estaba, yo ahora me acuerdo
de él porque también estoy confundida. Y le entiendo un poco, o bastante. Porque imagina que se te rompe algo, el vaso, por ejemplo,
ese que tiras sin querer, y la gente se limita a traer una bayeta para el agua y una escoba para los cristales. Pero imagina que tú no quieres la bayeta. Querías ese vaso. Te importaba ese vaso. No entiendes que esté roto. Y entonces te pones a recoger los cristales uno a uno. Y tratas de pegarlos. Aunque, claro, mientras haces eso, se te ha olvidado secar el agua con la bayeta. Y también se te ha olvidado la hora que es. Y, encima, hay veces que las cosas se rompen en siete trozos y vale, las puedes pegar. Pero a veces se rompen en cien o más. ¿Entonces qué haces? Pues lo que él hacía era intentar pegarlas de todas formas. No abandonaba, aunque en el suelo hubiera cuatrocientos trozos. Y al final, sin querer, acababa dejando tirada a mucha gente, porque él estaba con el vaso. Que no era un vaso: era una persona.

Claro, la gente dice que hay que distinguir entre lo que es muy importante y lo menos importante. Pues el padre de Vera no distinguía.
Tenía un código. Si alguien está mal, ¿cómo voy a dejarle ahí? Eso es todo lo contrario de comparar. Comparar es una putada. Tendría que
estar prohibido, ¿o no? ¿No es mil veces peor comparar que echar el humo por la nariz? Entra en este bar, si quieres, pero que sepas que
aquí no compara nadie, y el que compara se va fuera. El padre de Vera no comparaba. Conmigo estuvo una vez. Una de esas veces que llegó
tarde, una de esas veces que, para no dejar tirada a otra persona, acabó dejando tirada a Vera durante cincuenta minutos en la puerta de
una discoteca adonde, además, se había empeñado él en ir a buscarla. Yo me quedé con Vera hablando de chorradas. Estábamos sentadas en unas
escaleras enfrente de la puerta y pasaban bastantes tíos y nos decían de todo. Pero, bah, nos reíamos. Llegó el padre de Vera y dijo que me
llevaba a casa, me hizo una caricia en el cuello y de pronto voy y me pongo a llorar, tampoco como una magdalena, pero se me saltan las
lágrimas y él se da cuenta. Ese día a Vera le tocaba ir a casa de su madre. Su padre dijo:

—Vera, te dejo a ti primero, que se nos ha hecho tarde y no quiero que mamá se preocupe.

Vera no se había dado cuenta de mis lágrimas. Ella se había sentado delante, al lado de su padre, y yo detrás. Así que dejamos a Vera. Mi
casa está como cuatro manzanas después de la suya. Pero me doy cuenta de que el padre de Vera no sigue ese camino sino que tuerce, y yo no
digo nada. Luego para el coche enfrente de un bar y me dice:
—Vamos a tomar algo aquí, ¿quieres? Sigue leyendo

Consecuencias de la ficción

Belén Gopegui

Belén Gopegui

Madrid 15-M

La escritura es tiempo y es máscara, una voz que se construye con distancia y se distingue del cuerpo que actúa. En el espacio que media entre lo vivido y lo narrado la materia se hace transparente, los cuerpos no son ásperos, la inteligencia no desfallece y, aunque sea sólo durante unos momentos, la vida parece reversible, nada se cierra en falso, todo puede volver a empezar.

La ciencia ficción imaginó los videoteléfonos pero apenas supo, como tampoco la industria, predecir la expansión del SMS, esas primeras imprentas portátiles. ¿Por qué, pudiendo hablar, tantas personas preferían enviar mensajes? No sólo por el precio: el SMS era tiempo para frenar lo obvio, lo incompleto, «la manera de estar presente siendo invisible», la máscara para inventarse, protegerse y danzar como si los días no se jugaran en el instante fugitivo.

Con Gutenberg se imprimían libros y ahora se imprimen imprentas, móviles y ordenadores que pueden publicar y difundir mensajes desde cualquier sitio. No olvido la brecha digital, ni la precaria y amenazada neutralidad de la red, ni la desigualdad, pero aun con ellas aquel título de Umbral, la escritura perpetua, se parece mucho a la red donde vamos viéndonos vivir. De la escritura perpetua se sigue la lectura perpetua y de este modo vamos, también, viendo cómo nos vemos vivir.

¿Escribir y leer son sólo acciones recurrentes, pensamientos circulares que retroalimentan un circuito paralelo de palabras mientras el mundo sigue en manos de quienes tienen la violencia y el poder? ¿O pueden ser acciones transitivas, por así decir, acciones que pasan de un sujeto a otro sujeto o a un objeto, tal como decía Fogwill hablando de los textos que le importaban: «cuando los lees pasa algo, pero no en el sentido de que suceda sino de que algo del libro pasa a ti»?

Admitámoslo: la ficción siempre tuvo consecuencias. Una imagen mental mueve la sangre y excita un cuerpo, otra imagen produce lágrimas, y una idea, valor en forma de adrenalina. La ficción literaria viaja por las células convertida en impulso eléctrico y si es cierto que la pared real ofrece resistencia mientras que la pared imaginaria la atraviesas como un fantasma, no lo es menos que la máscara ofrece, a su manera, resistencia, y que cuando la realidad nos golpea la evocación de determinadas palabras puede crear una armadura con su dureza particular.

Hoy que la literatura ya no es un recinto separado de la escritura perpetua, sino que ocupa un sitio en ella, sin solución de continuidad, la pregunta vale para cada texto como sirvió para la filosofía: ¿justifica el mundo o lo transforma? Dicen que entre justificar y transformar hay un término medio, dicen que ese término medio es explicar. Pero ya es tarde para que nadie crea que, en un mundo dividido como el nuestro, se puede ser neutral cuando se trata de contar una historia.

Apenas un ejemplo: Estados Unidos en la década de 1930, un suburbio de clase media de Kansas; Mrs Brige, Mr. Bridge , novela de Evan Connell donde, se diría, sólo ocurre lo cotidiano, un peine en una papelera, un beso en el jardín. Sin hacer ruido, al volver la página, dos gestos cuentan de pronto la tragedia de una mujer que ha sido educada para no pensar, frente a la libertad despreocupada, en apariencia gratuita, en apariencia innata, de un niño quien, desde otro género, nunca conoció esa presión: «Pero entonces, en lugar de contestar, su hijo se quedó pensativo y Mrs. Bridge se sintió desfallecer por dentro. Durante toda su vida ella había respondido inmediatamente cuando alguien le hablaba. Si le hacían un cumplido, en seguida daba las gracias, muy modosa, o si por casualidad le pedían opinión sobre algo, ya fuera el precio de la mantequilla o la situación de Italia, ella contestaba rápidamente. Ahora, al ver a su hijo con la boca cerrada como la tortuga que ha pillado una semilla y la cara contraída con gesto pensativo, no sabía qué hacer». La integración de los distintos componentes de la novela hace que un enlace se active acaso de este modo: nunca más dejaremos que esa indefensión aprendida y el temor de miles de mujeres educadas para evitar la deliberación vuelvan a suceder.

Frente a la supuesta descripción neutral, objetiva, surge lo que Tolstoi llamaba arte: expresar algo con la voluntad de unir a otra u otras personas en un sentimiento común. Aunque esa palabra, común, esté todavía por hacer; esa palabra hoy requiere, como la vida, capacidad de establecer enlaces y formar estructuras en un ambiente hostil. Pero si no es para construir un nuevo sentido común, entonces sólo escribiríamos para justificar el -falso- sentido común existente.

Fuente: http://madrid15m.org/quiosco.html

Huellas de Belén Gopegui:

Madrid 1963. Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid. Alumna de filosofía de Juan Blanco.
Ha publicado las novelas La escala de los mapas (1993), Tocarnos la cara (1995) La conquista del aire (1998) Lo real ( 2001) El lado frío de la almohada (2004), El Padre de Blancanieves (2007) y Deseo de ser punk (2009), todas ellas en la editorial Anagrama. En SM ha publicado El balonazo y El día que mamá perdió la paciencia. En Foro Complutense, el pequeño ensayo Un pistoletazo en un concierto y en la editorial Mondadori la novela Acceso no autorizado (2011)
Ha colaborado en el guión de La suerte dormida, dirigida por Ángeles González-Sinde. Es autora del guión de El principio de Arquímedes, dirigida por Gerardo Herrero, quien también dirigió Las razones de mis amigos, basada en la novela La conquista del aire. Ha escrito la pieza teatral El coloquio en colaboración con Unidad de Producción Alcores.
De tanto en tanto, escribe artículos en diversos medios.

 

Belén Gopegui: No hay que cansarse de buscar la excepción.

Belén Gopegui, autora de Deseo de ser punk

Belén Gopegui, autora de Deseo de ser punk

“Porque imagina que se te rompe algo, el vaso, por ejemplo,
ese que tiras sin querer, y la gente se limita a traer una bayeta para
el agua y una escoba para los cristales. Pero imagina que tú no
quieres la bayeta. Querías ese vaso. Te importaba ese vaso. No
entiendes que esté roto. Y entonces te pones a recoger los cristales
uno a uno. Y tratas de pegarlos. Aunque, claro, mientras haces eso, se
te ha olvidado secar el agua con la bayeta. Y también se te ha
olvidado la hora que es. Y, encima, hay veces que las cosas se rompen
en siete trozos y vale, las puedes pegar. Pero a veces se rompen en
cien o más. ¿Entonces qué haces? Pues lo que él hacía era intentar
pegarlas de todas formas. No abandonaba, aunque en el suelo hubiera
cuatrocientos trozos. Y al final, sin querer, acababa dejando tirada a
mucha gente, porque él estaba con el vaso. Que no era un vaso: era una
persona”

Este es un pasaje de la novela Deseo de ser punk, es la voz de Martina, su protagonista y también es la voz de su autora la escritora española Belén Gopegui. Al mismo tiempo es el sistema de combates de otro personaje entrañable, el padre de Vera. Un sistema de combate, una manera de vivir un tanto en desuso; quizá anacrónica, quizá olvidada pero que Gopegui insiste en poner delante de los ojos de los jóvenes, de todas las personas que leamos su libro.

Arte y Literatura es la editorial cubana que sumó este título a su catálogo. Existe el riesgo de que haya quedado diluido entre la marea de propuestas que las editoriales cubanas lanzan continuamente sobre los lectores de esta isla. Por ello – y deseando que haya ocurrido todo lo contrario- quiero proponer a manera de conjuro una conversación sostenida vía correo electrónico con su autora.

El pretexto fue la edición cubana de su libro, pero en el camino sus respuestas o proposiciones se convirtieron en la más eficaz  invitación a la lectura, a la reflexión. Porque como le gusta decir el Diablo es no pensar.

-¿Por qué tuvo la necesidad de escribirles a los adolescentes? ¿Qué elementos debe tener la literatura que se escribe para ellos? ¿Cómo hablarles?

-Quise contar una historia que también los adolescentes pudieran leer.

Te transcribo esto que escribí hace tiempo: “Todo arte es político, es la última consigna que nos atrevemos a pronunciar. Tan política es una película sobre el paro como una película sobre un tiburón. (…) Sin embargo, seguimos en la trampa. Aceptamos que la película sobre el desempleo es política de la nuestra, y que la película sobre el tiburón, política de la suya. Así, nos resignamos a que el arte comprometido y aún revolucionario sea el de ciertas materias (…) Al mismo tiempo, renunciamos, permitimos que nos hagan renunciar a un arte, a una ficción de clara intención revolucionaria que traten de abordar, refutar, construir a su modo los paradigmas propios del arte convencional, ya sean la adolescencia, la insatisfacción o el ansia de aventura”.

No pretendo saber qué elementos debe tener la literatura que se escribe para adolescentes, lo único que hice fue escribir una historia que se acercara a su mundo, y procuré buscar un estilo nítido, desnudo.

Deseo de ser punk,  publicada por Arte y Literatura

Deseo de ser punk , publicada por Arte y Literatura

-Usted ha dicho que la literatura es para disfrutar pero que llegado el momento también puede servir para combatir, ¿Cómo puede Deseo de ser punk ayudar a los jóvenes en sus combates cotidianos, frente a las amenazas y tristezas?

-Los personajes pueden llegar a ser instrumentos, herramientas, con que afrontar el mundo. Forman parte del conocimiento, como las matemáticas o la filosofía. En un personaje hay experiencia, sentimiento y razón, en Martina esa combinación produce ganas de pelear, y sirve para poner en evidencia algunas ausencias en la sociedad española, en especial la falta de espacios para los adolescentes y jóvenes, espacios que sean algo más que unos metros cuadrados, que sean puntos de partida para proyectos colectivos.

 

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Belén Gopegui

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