Liza Josefina Porcelli: «El hábito lector se contagia»

Liza Josefina Porcelli, escritora argentina autora de varios álbumes para pre-lectores, como Colash, Purapanza y Ni se te ocurra, así como otros libros ilustrados: Letra por letra, Lo que sé de mis monstruos, ATP (H)Arta para Todo Público, Peligro de extinción y otros cuentos incómodos y Más letras que no sé qué... Foto: La Jiribilla

Liza Josefina Porcelli, escritora argentina autora de varios álbumes para pre-lectores, como Colash, Purapanza y Ni se te ocurra, así como otros libros ilustrados: Letra por letra, Lo que sé de mis monstruos, ATP (H)Arta para Todo Público, Peligro de extinción y otros cuentos incómodos y Más letras que no sé qué… Foto: La Jiribilla

Por Enrique Pérez Díaz

Tomado de La Jiribilla

Liza Josefina Porcelli ya antes había publicado en Argentina varios álbumes para pre-lectores, como Colash, Purapanza y Ni se te ocurra, así como otros libros ilustrados: Letra por letra, Lo que sé de mis monstruos, ATP (H)Arta para Todo Público, Peligro de extinción y otros cuentos incómodos y Más letras que no sé qué, este último coescrito con una vieja conocida del lector cubano: Silvia Graciella Schujer, ganadora del Premio Casa de las Américas por Cuentos y Chinventos y ya divulgada por la Editorial Gente Nueva con sus obras: La cámara oculta (2009) y La abuela electrónica (2010).

En realidad, no debe ser nada fácil para un joven autor argentino como ella darse a conocer, porque se trata de un país con una fuerte tradición literario-editorial y, sobre todo, en la esfera del quehacer para niños y jóvenes destacan firmas ya muy competitivas y de alta calidad como Laura Devetach, Gustavo Roldán, Mempo Giardinelli, Graciela Beatriz Cabal, Ana María Ramb, José Murillo, Alma Maritano, Ricardo Mariño, Graciela Montes, Adela Bach y, más recientemente, Liliana Bodoc, Graciela Bialet, Sandra Comino, Ema Wolff, Alicia Barbieris, María Cristina Ramos (candidata de este año al Premio Andersen 2014), Carlos Marianidis (Premio Casa de las Américas 2002) y la premio Hans Christian Andersen 2012 María Teresa Andruetto, ya publicada en Cuba por la editorial Gente Nueva con sus libros El caballo de Chuang Tzu (2009) y Benjamino (2013). No se debe olvidar tampoco que, como mismo en Suecia generaciones de niños y autores crecieron leyendo o viendo filmes de Astrid Lindgren y en Cuba todos nos criamos con el títere Pelusín del Monte y otras criaturas de nuestra Dora Alonso, en Argentina cada autor ha bebido en su infancia de la savia de una María Elena Walsh, cuyos libros, poemas y canciones trascendieron las fronteras de su tierra y el continente.

En medio de los avatares del Premio Casa y durante la presentación de su libro, mientras me lo dedicaba con unas enfáticas palabras, Liza y yo hablamos de la posibilidad de esta entrevista y de darse a conocer con otros libros en Cuba. Estas son algunas de sus razones para dedicarse a oficio tan hermoso, como a veces incomprendido.

¿Existe para ti una literatura infantil? ¿Una LITERATURA?, o simplemente, ¿Literatura para personas?

Existe una literatura infantil y juvenil que comparte con la literatura “más amplia” el poder transformador del lenguaje que la constituye, el placer estético de quien se acerca a ella, la reproducción gratuita —no utilitaria— de mundos imaginarios y la presencia de un lector-receptor que completa la obra literaria otorgándole sentido, resignificándola desde su propia cosmovisión. Por ello es que, a veces, me tienta decir que una obra es literatura “infantil”, así con comillas, dejando entrever que todos, grandes y chicos pueden disfrutarla porque a ambos cuestiona y moviliza. Dado que la literatura infantil y juvenil es escrita en especial para que acceda a ella un sujeto en formación, que momentáneamente no posee la maduración afectiva y las competencias de vocabulario, sintaxis y cultura general del lector adulto, hay algo evidente que la distingue.

¿Qué piensas de la infancia?

La infancia es el tiempo en el que un ser humano menos miedo tiene a equivocarse. Por eso, los chicos son naturalmente creativos y originales. Pienso en la infancia como una esponja con un poder de absorción inmenso; pienso en una tierra muy pero muy fértil, tan fértil que lo que allí plantes va a crecer. Pienso que es un periodo esencial en el que los potenciales y virtudes que cada chico trae pueden tomar forma y hacerse visibles —para él mismo y para el resto—, dependiendo de lo estimulante y promotor que sea el contexto. Por eso, creo que en la infancia se ven los primeros indicios vocacionales de una persona. Pienso en mi infancia y allí encuentro mi esencia. Pienso en mi adolescencia y allí encuentro muchas de mis verdades que hoy reactualizo.

En tu concepto, ¿los niñ@s leen hoy más o menos que antes?

En principio, creo que hoy esa es una pregunta retórica. Ya haciendo este planteo, se insinúa que los chicos leen menos que antes. Pero yo prefiero no contribuir a la creencia de que “todo pasado fue mejor”. Porque, además de no llevarme a nada, si enarbolamos los cambios tecnológicos y socio-comunicacionales (Internet en general, redes sociales, videojuegos, etc.) como lo que ahora capta la atención de los chicos, nos vamos a terminar conformando y resignando a ese nuevo esquema de realidad. A mí me gustaría cambiar entonces la pregunta y que esta sea: “¿Vos creés que antes los chicos tenían más apertura hacia la lectura o eran más permeables a la literatura?”

Y mi respuesta sería: “No, no lo creo”. “¿Creés que si en la familia o en la escuela de un chico no se promueve el disfrute de la literatura, el chico encontrará a mano más opciones que antes con las que ‘suplir’ ese hueco?” Sí, por supuesto.

Hoy como ayer los chicos se “enganchan” de la misma manera cuando llegan a un buen libro. Claro que si nadie les alcanza ese libro, en el camino hacia él hallarán muchos más “entretenedores” que antes. Pero no es que hoy los chicos lean menos que antes; los que “cambiaron” sus intereses no son ellos, sino los adultos. Los adultos somos la base de información más directa que los chicos tienen para construir sus propios hábitos y encontrar placeres. ¿Y qué pasa si el chico ve que los adultos solo pasan su tiempo frente a la computadora, la tele, o jugando videojuegos o ausentes mirando el celular? La motivación por la que un chico o un adulto lee ficción no ha cambiado. Nos sentimos atrapados por la literatura porque muchas veces nos ayuda a comprender mejor el mundo, y a nosotros mismos, a través de lo que les pasa a los personajes, lo que los personajes sienten frente a sucesos que quizá nunca llegaremos a vivir. Este fenómeno no cambia aunque pasen los años. De los adultos depende que hoy los chicos —que luego serán adolescentes— lean más o menos que antes. Si los chicos ven que los adultos disfrutan de la lectura, es imposible que eso no les genere interés, curiosidad. ¿Acaso no es casi “instintivo” espiar qué es lo que hace el de al lado que se lo ve tan entretenido? El hábito lector se contagia, no hay vuelta que darle. Encima, hoy estamos en un momento glorioso para ese contagio, porque cuando yo era chica, no había ni un décimo de la oferta literaria infantil y juvenil que hay ahora.

Mi hermano llegó de otro planeta un día de mucho viento, libro ganador del Premio Casa de las Américas 2012 en el apartado de literatura para niños y jóvenes. Foto: La Jiribilla

Mi hermano llegó de otro planeta un día de mucho viento, libro ganador del Premio Casa de las Américas 2012 en el apartado de literatura para niños y jóvenes. Foto: La Jiribilla

¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niñ@s?

Más que hablar del que deben tener, hablaría del que no deben tener. El tono moralizante me parece una trampa para el chico o el joven. Un engaño del tipo “me aprovecho de que estás leyendo para, de paso, bajarte línea de cómo deben ser las cosas y cómo deberías comportarte y pensar”. Ahí no hay lugar para que un receptor libre interactúe con una obra. Eso subestima al lector niño que normalmente abandonará ese libro salvo que —como suele ocurrir— sea de “lectura obligatoria” en el colegio. Por otra parte, la voz y el tono de una obra van de la mano para moldear “la promesa” que como escritora le hago al lector sobre lo que va a leer. Si esa “pintura literaria” que utiliza el autor se esfuerza por ser atractiva para el público juvenil (cayendo en jergas coloquiales que emulen la comunicación de los jóvenes, incluyendo email, mensaje de texto, etc.) entonces, el tono general de la obra me resulta demagógico y poco enriquecedor en cuanto a la creación de mundos literarios.

¿Te pareces a alguno de los personajes de tu obra?

Es llamativo que la mayoría de mis personajes son nenes u hombres. A mí misma me sorprende, más que nada porque elegir un personaje masculino me surge de manera espontánea, y luego disfruto mucho su creación, me siento cómoda allí. Debe tener que ver con que los personajes masculinos por un lado me desafían —es otro mundo del que aprendo a diario— y, además, porque a pesar de que siempre hay algo de una puesto en ese hombre o ese nene, elegirlos me permite alejarme de mí. Todavía hay mucho de mi “biografía sicológica” que no se ha trasmutado ni sublimado a través de la escritura. Por eso, cada vez que escribo desde un personaje mujer, aún se pone en juego demasiada carga íntima, al punto de agotarme o perturbarme.

¿Cómo concibes idealmente a un autor para niñ@s?

Para responder, imagino el autor para niños que me gustaría leer a mí —por las obras que intuyo podría escribir—. Sería alguien con mucho sentido del humor y mucha sensibilidad —al humor y a la sensibilidad le sumaría, por supuesto, la habilidad narrativa—. Sería alguien de espíritu libre, un tanto rebelde quizá. Y, por sobre todo, alguien que en su vida cotidiana no le hable a los chicos con diminutivos. Por el contrario, que respete ideológicamente a los chicos, a su discernimiento y a sus capacidades como lectores. Sigue leyendo

Escribir por defensa propia

Alberto Guerra, escritor cubano

 

 «¿Por qué escribo? Creo que es por defensa propia»

 por Silvina Friera

El cubano melancólico camina sin urgencia. Las calles de esta ciudad donde nació son como las páginas de un libro que sabe de memoria. Las horas se ovillan en las nubes del atardecer, como si el cielo de La Habana estuviera lleno de antepasados dormidos. Alberto Guerra Naranjo, autor de La soledad del tiempo, pronto se definirá como un “simple escritor cubano”. Pero antes, en la sede de Casa de las Américas, junto a los integrantes del jurado de novela, derrochará ingenio, gracia, picardía.

“¿Por qué escribo? ¿Por qué narro? Creo que es por defensa propia. Tengo un estereotipo que, por mucho que insisto, no da narrador. Da basquetbolista en retiro, boxeador en retiro, integrante de la Charanga Habanera; ¡a veces hasta me confunden con David Calzado! A las mujeres se les hace agua la boca cuando llego a una fiesta, y no sé bailar. Por lo tanto, en el plano interno, narro para justificar mi existencia; es como decirles: ‘Existo, tengo otra cualidad por ahí guardadita y me hace falta mostrarla’”.

Todos están muertos de risa. Si un cineasta hubiera estado presente, habría filmado la escena de una comedia que se desmadra. El poeta ecuatoriano Fernando Balseca se pone de pie y exclama: “¡Alberto, vas a Quito!”. De pronto, varios se pelean por invitar al cubano melancólico, al basquetbolista o boxeador en retiro, al hombre que se parece al líder de la Charanga, a distintas ferias de libros y festivales literarios. Guerra está en su salsa. Aunque no sepa bailar, se defiende.

El personaje Guerra, la figura de un escritor incómodo, no debe confundirse con las criaturas de La soledad del tiempo, tres escritores ―M. G., J. L. y Sergio Navarro― que buscan su lugar en el mundo de la literatura cubana, después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del campo socialista. Aunque el “mesías” Sergio Navarro, por momentos, parezca su alter ego. “Una buena novela no se hace solamente de hábitos y costumbres ―dice Sergio Navarro―. Más que costumbrismo, más que caricatura, necesito alcanzar las esencias. Las historias que pienso escribir no serán nuevos bodrios para las letras nacionales. De tantas malas páginas y de tantos escritores ridículos el lector se cansa. Mi novela debe ser mi sangre y mi paz. Ah, Walter Benjamin, qué claro estabas, no es la forma ni el contenido lo que importa, es la sustancia, solo la sustancia”.

Cuando Alberto comenzó a escribir, lo hizo para tocar los asuntos que no sentía bien tocados o que no lo estaban en el panorama literario de la isla. “Recuerdo que pasaba horas analizando cuentos escritos por colegas y luego los comparaba con los clásicos para arribar a la conclusión de que algo faltaba en muchos. A veces era magia, fantasía, borrar el límite que distancia el mundo mágico del mundo físico, como diría Ernesto Sabato; otras era falta de hondura y riesgo. En fin, que me preocupé de cubrir zonas en donde pensé que podría ser novedoso, apuntalador de un cambio aunque fuera pequeño, aunque solo lo notara yo mismo. Me veo veinte años atrás de madrugada, leyendo en mi balcón con un blog de notas al alcance de mi mano”, cuenta el narrador cubano en la entrevista con Página/12.

“Escribir para mí es algo más que divertirme”, dice Sergio Navarro en La soledad del tiempo, una novela que después de leerla deja latente un puñado de preguntas: qué es ser un escritor negro en Cuba hoy y qué tipo de intervención implica ese “más” que divertirse.

―Infiero que nos has hecho la misma pregunta a los dos: por un lado al Sergio Navarro, personaje de La soledad del tiempo, y por otro a la persona Alberto Guerra Naranjo, autor de esa novela. Pudiera parecer que somos los mismos, pero no somos los mismos. Así que preferiría no responder por Sergio Navarro, sino hacerlo como autor. A Sergio habrá que preguntarle después (risas). Escribir ficciones para mí, además de divertirme y de agobiarme, es un acto de entera responsabilidad, sobre todo cuando noto que con mi escritura interactúo con otras personas, los lectores, quienes me advierten del grado de responsabilidad que representa escribir y publicar mis ficciones, cuando me hacen saber que me han leído y que les ha resultado interesante mi propuesta.

»Por otra parte, ser un escritor negro en Cuba hoy, a mi juicio, es un hecho doblemente responsable, una necesidad de interpretar la realidad de las cosas sin caer en trampas ni en estereotipos, un compromiso con aquella zona cultural de donde provengo y donde no suelen abundar los escritores negros, ni en Cuba ni en ninguna parte».

Quizá lo más incómodo de la novela reside en colocar en un plano de igualdad absoluta a escritores que intentan ganarse un espacio dentro de la literatura cubana, con pobres diablos o buscavidas, ¿no? Es muy persistente la imagen de Sergio Navarro pedaleando y sudando, contra la corriente, por la ciudad.

―Ese Sergio Navarro en constante pedaleo por la ciudad, sudoroso y desafiante, somos todos o casi todos los cubanos, escritores o no, artistas o no, nacidos después de 1959, y con más de veinticinco o treinta años a partir de los años noventa. Al desbancarse el campo socialista, Cuba y los cubanos caímos en una crisis total, justo cuando mi generación literaria salía al ruedo; entonces los trámites que debimos hacer normalmente en guaguas o colectivos, tuvimos que hacerlos en bicicletas. Las comidas que debimos tener en nuestras mesas nunca estuvieron y los sueños coherentes de juventud tuvimos necesidad de forjarlos en condiciones muy difíciles, que son realmente las condiciones en las que mejor se conocen a los seres humanos.

»La soledad del tiempo como novela relata ese estado de ánimo a través de tres personajes que asumen diferentes determinaciones ante el mismo conflicto: Sergio Navarro prefiere dedicarse en cuerpo y alma a la literatura, debe ser por eso que lo ves pedaleando contra la corriente; J. L. apuesta por el bajo mundo moral, y M. G. elige el mercadeo y la trampa o sea, el mismo bajo mundo moral, pero con cuello blanco».

“Diferenciarse, esa es la palabra, los jóvenes en todos los tiempos tienen derecho a sentirse el ombligo del mundo, aunque sean su chancleta… Un escritor joven necesita acomodar la historia literaria a su manera”, se lee en La soledad del tiempo. ¿De qué querían diferenciarse Alberto Guerra Naranjo y la generación de “novísimos escritores cubanos”?

―En una secuencia de Memorias del subdesarrollo, la excelente película del cubano Tomás Gutiérrez Alea (Titón), en la Casa de las Américas, un grupo de intelectuales debate acerca del problema fundamental de nuestra época; algunos dicen que el conflicto central era entre el campo socialista y el capitalista, y otros que entre el imperialismo y las antiguas colonias, pero ninguno excepto el director del filme se detiene en el conflicto existencial del hombre contemporáneo. Creo que esa línea trazada por Titón la continuamos nosotros, más de veinte años después, como generación literaria. Los novísimos escritores cubanos, sin obviar aquellos temas catedráticos o académicos o globales, preferimos centrarnos en el hombre concreto y sus conflictos concretos, en la ciudad concreta. Por ahí creo que andaban nuestras diferencias. Sigue leyendo

Marilyn Bobes: “Escribo por aquello tan demodé que llaman inspiración”

A lo largo de la obra de la escritora Marilyn Bobes prevalece el interés de poner al lector frente a peculiaridades de las relaciones interpersonales, a elecciones de vida diferentes, a las motivaciones de ciertos sujetos en momento determinados de sus vidas y la del país y las “soluciones” que encuentran.

Sus lectores agradecen esta necesidad suya de contar historias con temas que pueden parecer intrascendentes, pero que en modo alguno lo son. Al mismo tiempo, desde las primeras páginas de sus narraciones se advierte un hilvanado tan exacto que la ardua elaboración puede pasar inadvertida.

Lo cierto es que Marilyn escribe las historias que se siente compulsada a sacar de dentro. También se    dedica a la crítica literaria y a la edición. Vive sin desvelos después de recibir dos de los reconocimientos más importantes que su obra ha merecido: El Premio Casa de las Américas por los libros Alguien tiene que llorar, de cuento, en 1995, y la novela Fiebre de invierno, diez años después; lauros que sólo la obligan, según ha confesado, a ser más rigurosa con lo que escribe, a fin de no defraudar a sus lectores con libros de calidad inferior a los que obtuvieron esa distinción.

 -Conversando sobre su poesía con el escritor Ahmel Echevarría, usted dijo: “Aspiro a que los recursos con los que construyo mis poemas estén en función de lo que quiero decir. Que constituyan un medio y no un fin”.¿Puede ser una postura que a veces se da de bruces con la de escritores cuya intención es armar toda una algarabía tecnicista y no establecer una comunicación efectiva con quien los lee?

Los problemas de la comunicación son complicados. Hay quienes disfrutan hasta de esa algarabía tecnicista a la que usted se refiere, y hay también quien piensa, como yo, que escribe en función de lo que quiere decir y se tropieza con un tipo de lector que desea aún más claridad. Creo que la diversidad es la mejor manera de que existan los públicos y no el público. En mi opinión, es un error considerar al receptor una masa homogénea con iguales intereses de recepción. Las preferencias pueden ir desde la diafanidad de un Mario Benedetti hasta la hermeticidad de un Lezama Lima. Creo que todo radica en el nivel de autenticidad y rigor. Se exprese de la forma que quiera expresarse.

 -Usted ha escrito que la poesía le parece en estos momentos un género demasiado pródigo. Un bosque que no le permite vislumbrar los árboles. ¿Se ha relajado demasiado el rigor del escritor, de los jurados de los concursos, de los editores, de los periodistas y hasta del mismo lector con respecto a la poesía que se escribe hoy?

 Eso pienso, aunque admito la posibilidad de estar equivocada.

-Refiriéndonos a su narrativa, en Fiebre de invierno y Mujer Perjura escribir se convierte en la manera de atestiguar la existencia, de encontrar sus claves. Pero al final de su novela Fiebre de invierno se lee: “Mientras tanto, yo, decidida a escribir Fiebre de invierno, contemplo de nuevo el rostro de Mozart y releeo la dedicatoria de la tarjeta postal de Nuta. Incomprensión y mezquindad, ¿qué sabrá Benvenuta de incomprensión y mezquindad? Ella, para quien todo ha sido tan fácil”. Aunque la protagonista de la novela logra escribir, sacar todo de dentro de sí, se advierte un ligero aire de ¿derrota? ¿Alcanza la escritura para estar en paz con el mundo y consigo mismo?

 Confundir personajes con tesis de autor es un frecuente hábito que tienen algunos críticos. Evidentemente a la protagonista de Fiebre… la escritura no le bastó para como usted dice “estar en paz con el mundo y consigo mismo”. Supongo que a otros personajes de otras novelas sí. La escritura no es un método terapéutico ni un testimonio, sino una forma de conocimiento, una reflexión sobre la existencia. Eso no quiere decir que el escritor coincida siempre con el punto de vista de sus personajes. Solo se coloca en el lugar de los mismos para darles una vida virtual.

-¿Cómo ha sido su relación con el lector cubano? ¿Siente que cada uno de nosotros ha leído sus historias de acuerdo con sus propósitos o hemos podido hacer otras lecturas, llegar incluso a la guerrilla semiológica?

Lo bueno de la literatura es su carácter polisémico. De ahí que los lectores puedan añadir a la obra su propia subjetividad. Estoy convencida de que cada lector siempre lee una historia de diferente manera. Y ello me complace.

 -Hace poco tiempo presentó una antología de su poesía, pero narrativa no publica desde el 2009. Después de tantos años de escritura, ¿cómo se enfrenta al proceso creativo?

Del mismo modo de siempre: por necesidad expresiva. No escribo para acumular títulos sino por aquello tan demodé que llaman inspiración. Además de hacer literatura tengo muchas otras ocupaciones, como la edición, el periodismo y las labores de promoción cultural. Todas tienen para mi vida profesional la misma importancia.

 -¿Puede darme noticias de Aprendiz de Menard?

Es mi segundo libro de cuentos, que alguna vez tuvo ese título. Ahora se encuentra en proceso de edición por Letras Cubanas y se llama Los signos conjeturales. Se trata de un conjunto de relatos que tienen como tema a personajes de la literatura universal, contemporaneizados y revisitados para colocarlos ante nuevas situaciones.

-¿Pudiera suceder la reedición de Alguien tiene que llorar?

Tuve una propuesta de Ediciones Cubanas pero hasta ahora no se ha concretado.

-A la altura del 2012 cree que la literatura cubana ha podido desembarazarse de los temas abordados en los años 90. ¿Cuáles nuevas o viejas preocupaciones alientan los libros que se están editando en Cuba o que recientemente usted ha leído?

Creo que estamos viviendo un nuevo período de ruptura, donde irrumpe una mayor universalidad en los temas. Muchos libros que he leído desarrollan sus historias en metarrealidades o tienen como escenario otros países que no son Cuba. Aprecio también un desplazamiento hacia problemas intemporales del ser humano y un abandono de ese tono un poco periodístico o testimonial que prevaleció en los noventa, con excepciones.

-Pudiera caracterizarse como editora en un mudo editorial en el que usted ha dicho que falta agresividad o curiosidad por parte de los editores, ¿cómo es su relación con el autor cuyo libro está ayudando a salir al mundo?

Todo lo que me parece valioso trato de encaminarlo a través de la editorial donde trabajo, Ediciones Unión. Por supuesto que los libros que propongo pasan por una evaluación que realizan nuestros lectores y necesitan la aprobación de nuestro Consejo Editorial. La edición es un trabajo colectivo en lo que se refiere a la gestión. En cuanto a los libros aprobados que llegan a mis manos los asumo también como míos y sugiero cambios, supresión de capítulos, cualquier cosa que, en mi opinión, pueda mejorarlos. Al final, respeto siempre la decisión del autor. Pero nunca me limito a la función de redactora de estilo. Creo que un editor es mucho más que eso y en este sentido siempre trato de hacer lo que hago dando el máximo de la experiencia que puedo tener como escritora.

-¿Qué fue lo que la motivó a comenzar a escribir poesía a los 12 años?

Resulta difícil recordar por qué comencé a escribir. Quizás el hecho de que durante todos mis estudios primarios fui seleccionada por mis profesores para memorizar y recitar en los actos escolares textos de Martí, Bonifacio Byrne y otros autores que ya no recuerdo. Esas lecturas me pusieron en contacto desde edades muy tempranas con ese género de la literatura. Después, mi madre era asidua lectora de poetas “comerciales” como José Ángel Buesa o Hilarión Cabrisas y otros de más trascendencia como Juana de Ibarburu y Alfonsina Storni. En la Secundaria, con los primeros amores de adolescencia, surgió en mí el deseo de componer textos relacionados con sentimientos hasta entonces no experimentados que afloraban en mi interior. Mis motivaciones fueron ingenuas y nacieron de una necesidad expresiva muy íntima.

-¿Recuerda la sensación ante el primer libro publicado; ha variado esta con el paso de los años y la publicación de nuevos libros?

La sensación ante mi primer libro publicado fue de inmensa alegría. Tenía la certeza de haber alcanzado un nivel de realización profesional que no volvió a repetirse después con el paso de los años. Mi inmadurez de entonces no me permitía darme cuenta de la gran responsabilidad que había adquirido ante la sociedad y mis posibles lectores. Después de La aguja en el pajar he sentido siempre ese peso y un cierto malestar cuando me percato de la curiosidad (quizás lógica) que mi persona y no solo mi obra despierta entre los otros. Soy tímida y prefiero el anonimato. Pero creo que esa es una aspiración imposible para un escritor y, en general, para todo artista. Especialmente si ha ganado algún (o algunos) premio(s) de cierta importancia.

 -¿Qué papel ha desempeñado su familia a la hora de perseverar en la escritura?

Mi perseverancia en escribir no ha dependido nunca de ningún factor externo, sino de mí misma. Mi familia siempre me ha dado su apoyo, a pesar de que no siempre les guste todo lo que escribo.

-¿Cómo es un buen día para Marilyn Bobes?

Un buen día para Marilyn Bobes son todos los días. Incluso los peores.

 -En la entrevista con Amaury Pérez en el programa televisivo Con dos que se quieran usted dijo que había una manera cubana de escribir, refiriéndose a las claves de cubanidad presentes en la obra de escritores de la isla ¿Cómo es la manera cubana de vivir de Marilyn Bobes?

Esas son cosas que no se conceptualizan. Se experimentan y van desde la manera de comer hasta los modos de relacionarnos con nuestros compatriotas y con el entorno. Mi manera cubana de vivir quizás pudiera sintetizarla diciendo que es mi manera de ser como soy: una cubana orgullosa de serlo y de vivir en esta Isla que me hizo como soy.