¿Recomendarías leer Cien años de soledad?

Esta es la pregunta que la revista Casa de las Américas formuló a una treintena de escritores de todo el continente como parte de un dossier, dedicado a esa novela y a su autor, que aparecerá próximamente. Hoy, cuando se cumplen exactamente cincuenta años de la aparición –en la Editorial Sudamericana, de Buenos Aires– de dicha novela, la más conocida e influyente de cuantas se hayan escrito en esta zona del mundo, ofrecemos como adelanto algunas de las respuestas recibidas a aquella interrogante:

Juan Cárdenas:

Como dijo una vez Juan Rulfo cuando le preguntaron por su etapa de vendedor de neumáticos: No, yo no vendía neumáticos, explicó el mexicano, se vendían solos. ¿Es necesario recomendar a los lectores Cien años de soledad, un libro que, además de formar parte de todas las lecturas obligatorias de las escuelas, viene avalado por una fama que ha resistido ya cinco décadas? Cien años de soledad no necesita que la recomienden: se recomienda sola. Y pese a ello, podemos decir que, nos guste o no, la novela de García Márquez sigue siendo una fuente inagotable de imágenes de lo latinoamericano, desde los estereotipos hasta las figuras identitarias más complejas, desde los mitos de la exuberancia y el barroquismo for export hasta las alegorías políticas. Y además, no nos digamos mentiras, la novela sigue siendo divertidísima y se lee de una sentada.

Alejandra Costamagna:

Hay libros que no envejecen: Cien años de soledad es uno de ellos. Recuerdo haberlo leído a mis quince años y haber tenido la sensación de que cada página escondía una revelación; que el libro entero era una caja de sorpresas y que nosotros, lectores, teníamos la particular misión de cavar hacia el fondo de aquel misterio que era, a fin de cuentas, el corazón de un mundo ficticio. Eso es lo que provoca este clásico contemporáneo que, a sus cincuenta años, sigue vivito y coleando.

Rafael Courtoisie:

Cien años de soledad no solamente es recomendable, es insoslayable para que el lector del siglo xxi comprenda una Latinoamérica múltiple, heterodoxa, intensa; para entender sus contradicciones y la resolución de sus contradicciones. Pero además es una novela destinada a significar en el tiempo, a desplegar su polisemia, a decir cosas nuevas a generaciones nuevas: hay enigmas de esa obra que solo serán revelados por lectores del futuro, por lectores de dos o tres centurias más adelante.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot:

Pues cómo ha cambiado el mundo. Ahora, en mis cincuenta, ando perdido porque el suelo que pisaba en mis veinte no existe más. Parafraseando a Nicanor Parra, ¿o era Neruda?, diría que «no soy el mismo del año veinte». Por supuesto que no, porque esa fecha, que traía con dramas propios una vida que en su dureza conllevaba ideales, no existe más. Y no son, o no solo, los años.

Aclaremos. El libro icono de Gabriel García Márquez no era en propiedad uno sobre ideales, ni sobre política a pesar de la historia de cien años dentro de otra historia de mil días, y otra y otra acumuladas hasta desvanecer las líneas que dividían la realidad de la ilusión, o el drama del sueño. Pero era algo sólido, el recuerdo, siendo etéreo como es por lo general. Pero ya no.

Habitamos, dentro de nuestras tristes, atávicas y pobres prácticas, lo cibernético. La humedad de la sangre pesa menos que ayer, sin que el retrato del mundo que habitamos haya mejorado un ápice. Nos hacen creer que sí; nuestros intereses están en el espacio exterior simbólico, en una nube, no tanto aquí, como si lo dramático del universo convulso no contara lo suficiente, como si fuera un mal sueño en medio de la futura felicidad universal.

Digresiones confusas para alegar que Cien años de soledad es un libro que debe leerse como documento a la belleza de la vida plena, plagada de odios, muertes y desaires, donde al menos parece que las riendas están bajo nuestras manos y que pase lo que pase intentamos no perder la capacidad del asombro y el goce que nos depara. Páginas-rastros de un mundo que fue, afirmándolo no con la usual nostalgia que el presente debe al ayer, sino como manilla salvadora ante una muerte desesperada, acelerada en un mundo que se ha recreado casi como una paranoia vil, sin memoria.

Andrea Jeftanovic:

Una vez leí en una entrevista de García Márquez que incluía la siguiente afirmación: «Por fortuna, Macondo no es un lugar, sino un estado de ánimo que le permite a uno ver lo que quiere ver, y verlo como quiere». Y es verdad: Macondo propone una atmósfera, un estado emocional continental, un estado de ánimo que oscila entre la melancolía por el origen violento de la Conquista, la naturaleza exuberante y la soledad de esas multitudes que no saben comunicarse.

La novela de García Márquez es la biblia latinoamericana, que explica desde el mito la genealogía maldita de nuestros orígenes, el homicidio original, el tabú del incesto, la guerra inacabable. Aureliano Buendía es nuestro Adán y Eva, es nuestro patriarca, el que enciende la chispa de esta red de paternidades y filiaciones complejas. Nosotros somos parte de esa estirpe maldita, que carga tragedias y fatalidades.

Fundar una ciudad es un acto divino, heroico, de rebeldía. Macondo es una ciudad mito y archivo, una ciudad que contiene todas las ciudades y todos sus conflictos. Es la ciudad utopía que promete otro horizonte, una segunda oportunidad a las gentes condenadas a cien años de soledad.

De algún modo, alguna vez lo escuché, que esta novela es nuestra Las mil y una noches, con narraciones encadenadas de personajes distintos, que repiten hasta la extenuación los nombres propios de una familia –los Buendía– provocando la sensación de que uno tras otro son los mismos o con leves variantes. La impresión de que estamos encadenados a la herencia genética y a la confusión cíclica de un tiempo arcaico. Una combinatoria al infinito de genealogías y herencias anudadas en la cola de chancho en las familias.

Martín Kohan:

Son pocos los libros que han conseguido, por sí solos, fundar un imaginario entero, trazar toda una poética, definir una tradición de género, incluso una sensibilidad. Por supuesto que hay antecedentes que hicieron posible Cien años de soledad (nada existe sin antecedentes que lo hagan posible), por supuesto que no surgió de la nada (nada surge de la nada). Pero ese libro produjo evidentemente una inflexión mayúscula en la literatura latinoamericana. Por eso se lo puede celebrar o cuestionar; lo que no parece sensato, según creo, sería pasarlo por alto.

Eduardo Lalo:

Pienso que muchos escritores de mi edad tienen una asignatura pendiente: releer a García Márquez. Cuando se publicó Cien años de soledad tenía seis años. Diez años más tarde, al comenzar a escribir, el autor colombiano poseía la notoriedad de una estrella futbolera. En cualquier librería se encontraban sus libros: desde los relatos iniciales al más recientemente publicado, y en muchos medios de prensa se le entrevistaba o aparecían sus artículos. Pocos autores son capaces de sobrevivir indemnes a una exposición tan desmedida.

Según me desarrollé como lector y escritor, me acerqué a muchos autores de las más variadas tradiciones literarias. Pensaba que García Márquez repetía una fórmula –el realismo mágico– que a veces me parecía una imagen del Caribe concebida para la exportación, que tenía poco que ver con la desolación, la marginación y el colonialismo que me rodeaba. Por ello, el último García Márquez nunca llegó a mi biblioteca y mis libros fueron escritos dándole expresamente la espalda a su obra.

Sin embargo, el primer libro que leí fuera de los deberes escolares fue Relato de un náufrago y poco después leí la saga de los Buendía. Antes de cumplir los veinte años, la releí en al menos dos ocasiones. Resulta impropio olvidar los primeros amores. Me queda el deber del rencuentro, luego de tantos años.

Pedro Ángel Palou:

Cien años de soledad, la más leída de las novelas de García Márquez, juega con la hipérbole, y procede por acumulación –en lugar de por destilación, como ocurría en El coronel…– porque el relato requiere esa verborrea incontenida e incontenible. La crítica canónica se ha equivocado al pensarla como novela fundacional, y se ha utilizado la lectura de la historia latinoamericana y la forma de la Biblia para probarlo, por ejemplo. Pero todo lo ocurrido en la novela ha pasado ya, la tragedia, el final. Es una novela apocalíptica. Cuando el último de los Buendía lee –al tiempo en que el lector mismo está leyendo y finalizando el relato–, la estirpe condenada de la que él es el último, el único sobreviviente, ha perecido ya. No es una novela exuberante sobre la América ignota, es una novela selvática –aún más, rizomática– sobre la imposibilidad de contar el pasado, la epidemia del olvido es tan dañina como la epidemia de la memoria, arca de la futilidad y de la muerte. En Cien años de soledad, nos costó tanto trabajo entenderlo, Gabriel García Márquez declaraba el acta de defunción de la narrativa latinoamericana y lo hacía con una Vorágine o una Araucana con elefantiasis solo porque la forma, sí, la forma, se había convertido ya en un problema a resolver, no en un continente adecuado al contenido. La novela es una metástasis, un cáncer, un tejido enfermo que necrosa mientras avanza inevitablemente hacia la muerte. El crítico peruano Julio Ortega en su necrológica para El País, intuye lo mismo, y declara con toda la novedad que esa hipótesis de lectura plantea: «Nunca me ha convencido que sus libros se deban a la genealogía. No se explican como la derivación de un paradigma original arcaico. Más bien, sospecho que huyen del origen, que es inexplicable, y somete al lenguaje a una relación perversa de causas y efectos. Estoy por creer que sus novelas se apresuran por traspasar el horizonte que abren de futuro». Hace algún tiempo discutíamos con Daniel Sada cómo seguir escribiendo después de Rulfo. «Destruyéndolo», dijo primero. Pero luego él mismo lo pensó: «Subvirtiendo su lenguaje, la forma». Esa fue su empresa. Pienso que García Márquez es tan difícil de subvertir porque él mismo destruyó lo latinoamericano fingiendo que lo inventaba. Toda imitación es un pastiche del pastiche. La única solución es repensarlo y trabajar en los márgenes de los géneros y los estilos, aumentando la empresa de desmantelamiento de toda mitologización territorial de lo latinoamericano, de toda ilusión de identidad. Hoy es la novela del boom que menos ha envejecido.

Luiz Ruffato:

Si no fuese por todo lo demás, ¿qué novela de la literatura universal tiene un principio y un fin dignos de figurar en cualquier antología? El lector sigue con pasión y deslumbramiento la historia de los Buendía, cuya decadencia se basa en «cuatro calamidades»: la guerra, los gallos de pelea, las mujeres de la vida y las empresas delirantes. La familia cofundadora del poblado de Macondo, lugar inhóspito situado en algún rincón de Colombia, entre la costa y las montañas, es una suerte de síntesis de la tragedia, individual y colectiva, que se abate sobre la América Latina, tierra donde el tiempo no pasa sino que gira en círculos. De penoso arrabal a centro progresista y de nuevo a villorrio decadente, Macondo se embelesa con gitanos charlatanes, se fascina con técnicas de cultivo de banano traídas por los estadunidenses, sufre con las interminables guerras entre liberales y conservadores, se intimida con la opresión, sea la causada por el gobierno o por la Iglesia. Y los Buendía se aíslan en su «casa de locos», entre incestos, pedofilia, parientes arruinados, otros enloquecidos, unos en busca de poder y gloria por medio de la guerra, otros que sueñan con descifrar el libro de la vida –en pocas palabras, la riqueza y la miseria de una crónica familiar común, que se torna singular por la forma en que es contada. Allí las personas vuelan, las lluvias duran años, los hombres y las mujeres se resisten a morir, los fantasmas conviven con los vivos, los trenes repletos de cadáveres corren por las líneas –pero nada es alegórico, todo es absurdamente real, cotidiano, banal. Todo es absolutamente contemporáneo, terriblemente contemporáneo.

Juan Villoro:

Cien años de soledad es un logro cervantino, no solo porque de manera insólita vinculó a la alta literatura con el gran público, sino porque su río de historias confirma la permanente novedad de un territorio y una lengua. El espacio imaginario de Macondo condensó los anhelos, las ilusiones y las penurias de la América Latina. Seguramente, lo más atractivo en esta saga que pasa de generación en generación es el tono narrativo, similar al de los cuentos legendarios. García Márquez buscó acercarse a la forma en que su abuela hablaba de sucesos remotos, como algo verdadero que había sido muchas veces contado, olvidado, corregido y vuelto a contar, una historia que llegaba con la fuerza del mito y dependía tanto de los sucesos originales como de las sucesivas voces que lo habían narrado, hasta llegar a la última, a ratos épica, a ratos irónica, que tenía la última palabra y apagaba la luz. No todas las anécdotas de la abuela se referían a sucesos trascendentes, pero todas eran contadas con ese estilo mitográfico. Cien años de soledad es el espacio de excepción donde la historia política y la historia íntima adquieren relevancia de leyenda. Muchas veces García Márquez aludió a su pasión por Sófocles. Los grandes temas de la tragedia están en Cien años de soledad, pero comparecen en la cotidianidad de un trópico ahogado por el calor, donde ningún invento puede ser más importante que el hielo. Los hechos mínimos secretamente definen el destino.

El hielo se ha inventado dos veces: en el mundo físico y en la imaginación, ya clásica, de Gabriel García Márquez.

 

Tomado de La Ventana

XVI Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar

CONVOCATORIA

El Instituto Cubano del Libro, la Casa de las Américas, y la UNEAC, con el auspicio del Ministerio de Cultura de la Nación Argentina y la Fundación ALIA, convocan a la décimo sexta edición del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, creado por la prestigiosa escritora y traductora lituana Ugné Karvelis.

Este premio, que tiene una frecuencia anual, fue concebido como un homenaje al gran escritor argentino, uno de los mayores de nuestra lengua, y tiene el objetivo de estimular a los narradores de todo el mundo que escriben en lengua castellana.

Los interesados deben presentar un cuento inédito, de tema libre, que no esté comprometido con ningún otro concurso ni se encuentre en proceso editorial. Los autores enviarán tres copias del cuento, cuya extensión máxima no debe sobrepasar las 20 cuartillas mecanografiadas a dos espacios y foliadas. Los relatos estarán firmados por sus autores, quienes incluirán sus datos de localización. Es admisible el seudónimo literario, pero en tal caso será indispensable que lo acompañe, en sobre aparte, su identificación personal.

Las obras deberán ser enviadas, antes del 15 de julio de 2017 a:

Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, Centro Cultural Dulce María Loynaz, 19 y E, Vedado, Plaza, La Habana, Cuba.

O a:

Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, Casa de las Américas, 3ra, esquina a G, Vedado, Plaza, La Habana, Cuba.

El jurado estará integrado por destacados narradores y críticos. Se conocerá su decisión en agosto de 2017. Se otorgará un premio único e indivisible que consistirá en 1000 euros, la publicación del cuento premiado en la revista literaria La Letra del Escriba, tanto en su versión impresa como electrónica, así como su publicación en forma de libro junto con los relatos que obtengan menciones, volumen que realizará la Editorial Letras Cubanas y será presentado en la Feria Internacional del Libro de La Habana de 2018. La premiación se efectuará en La Habana el 26 de agosto de 2017, aniversario del natalicio de Julio Cortázar.

Su presidente de honor es Miguel Barnet y la coordinadora general, Basilia Papastamatíu.

Premio Literario Casa de las Américas: ganadores de su 58 edición

premio-casa-2017

 

Novela: Incendiamos las yeguas en la madrugada, de Ernesto Carrión (Ecuador)

El jurado integrado por Rey Andújar, de República Dominicana; Juan Cárdenas, de Colombia; Milton Fornaro, de Uruguay; Ana García Bergua, de México, y Ahmel Echevarría, de Cuba, consideró lo siguiente:

Incendiamos las yeguas en la madrugada, de Ernesto Carrión (Ecuador), “ofrece un crudo y vibrante retrato social cuya intención no es solo sondear un paisaje urbano estratificado y violento, donde el desencanto y la pesadilla son las constantes de una ecuación de vida, sino que consigue otorgarle al relato un peso literario específico que logra aunar una estructura dinámica, con zonas de suspenso bien administradas, personajes verosímiles y conflictos que, lejos de circunscribirse a un contexto específico, arrojan luces sobre una situación humana observable en todo el continente”.

Mención: La pérdida, de Karina Puentes (Argentina)

Poesía: Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa, de Reynaldo García Blanco (Cuba)

El jurado integrado por Leonel Alvarado, de Honduras; Eduardo Langagne, de México; Selena Millares, de España; Freddy Ñáñez, de Venezuela, y Sigfredo Ariel, de Cuba, consideró lo siguiente:

Esto es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa
, de Reynaldo García Blanco (Cuba), posee una “expresiva claridad de exposición y […] presenta poemas de escritura depurada no desprovistos de un delineado humor y una serena ironía. Con mirada incisiva, el poemario refiere personajes y situaciones de la cultura contemporánea sin extraviarse del verso libre o del poema en prosa. Contiene un doble diálogo con la inmediatez y la tradición, donde lo literario no es una realidad libresca sino natural y cercana”.

Mención: Carta de las mujeres de este país, de Fredy Yezzed López (Colombia)

Ensayo de tema histórico-social: 
América pintoresca y otros relatos ecfrásticos de América Latina, de Pedro Agudelo Rondón (Colombia)

El jurado integrado por Pablo Mella, de República Dominicana; Berenice Ramírez López, de México, y Aurelio Alonso, de Cuba, consideró lo siguiente:

América pintoresca y otros relatos ecfrásticos de América Latina, de Pedro Agudelo Rondón (Colombia), “reinterpreta el concepto de imaginario, con el propósito de pensar creativamente a la América Latina en diálogo con la tradición cultural en sus múltiples expresiones. Con interlocutores teóricos como Castoriadis y Gilbert Durand, a quienes recrea a partir del análisis crítico del discurso, de la hermenéutica filosófica y de la pragmática lingüística, Agudelo Rondón navega por diversas expresiones culturales latinoamericanas sugiriendo pistas de construcción de la identidad nuestroamericana para el siglo XXI. En una prosa clara y elegante teje expresiones de la literatura latinoamericana con iniciativas de la denominada comunicación para el cambio social y con relatos de viajeros europeos del siglo XIX; así como convoca la fotografía periodística, expresiones de las artes plásticas contemporáneas que se intersecan con lo precolombino, y con la creatividad popular vehiculada en el lenguaje ordinario”.

Mención: Los movimientos sociales y la izquierda en México. 150 años de lucha, de Baloy Mayo (México),

Literatura testimonial: Lloverá siempre, de Liliana Villanueva (Argentina)

El jurado integrado por Stella Calloni, de Argentina; Alberto Salcedo Ramos, de Colombia, y Arístides Vega Chapú, de Cuba, consideró lo siguiente:

Lloverá siempre, de Liliana Villanueva (Argentina) es “una larga entrevista con la periodista y escritora uruguaya María Esther Giglio, quien coincidentemente obtuvo el Premio Casa de las Américas en testimonio en 1970, la primera vez que fue convocado el género. Manejada con originalidad, sin preguntas, posee un atrapante lenguaje coloquial, abierto, sincero, y una voz única, cálida, con momentos conmovedores y otros que surgen del humor inteligente que caracterizaba a esta ‘leyenda histórica’ de su país, cuya obra dio una nueva dimensión a los géneros periodísticos y literarios. Su vida, contada sin prejuicios, nos revela a una mujer que fue abogada de los primeros presos políticos del movimiento Tupamaros, y ella misma perseguida y luego exiliada. Las huellas magistralmente registradas nos llevan a revivir momentos inolvidables, como si no se tratara de una lectura sino de una escena teatral o cinematográfica.”

Mención: Charlas en el mosaico, de Yoe Suárez (Cuba)

Literatura brasileña: Outros cantos (novela), de Maria Valéria Rezende

El jurado integrado por Lúcia Bettencourt, Adriana Lisboa y Guiomar de Grammont consideró lo siguiente:

Outros cantos, de Maria Valéria Rezende, está “construida a partir de memorias de viajes, la narradora rememora sus elecciones y sacrificios personales cuando trabajó en la alfabetización de adultos en el nordeste de Brasil. Una narrativa lírica y de gran riqueza metafórica permite componer un mosaico de tipos. La obra reflexiona sobre la sustitución de valores éticos y humanos por el simulacro de una sociedad consumista que sofoca manifestaciones populares y tradicionales. En los meandros de sus recuerdos, recorremos regiones en las que impera la pobreza pero donde hay un impulso vital y una sabiduría tradicional que muchas veces hacen de la profesora, una aprendiz. Nociones arraigadas de un poder patriarcal, incorporadas por la comunidad, la desafían y la hacen cuestionar su papel de educadora. Sin embargo, las dificultades reafirman el sentido de su lucha, a pesar del rumbo sombrío tomado por la política en Brasil.”

Mención: Rol (poesía), de Armando Freitas Filho

Premio de estudios sobre la presencia negra en la América y el Caribe contemporáneos: Una suave, tierna línea de montañas azules, de Emilio Jorge Rodríguez (Cuba)

El jurado, integrado por João José Reis, de Brasil; Silvio Torres-Saillant, de República Dominicana, y Gloria Rolando, de Cuba, consideró lo siguiente:

Una suave, tierna línea de montañas azules, de Emilio Jorge Rodríguez (Cuba), “rastrea capítulos importantes de la historia de intercambios entre Cuba y Haití a través del estudio de las relaciones de Nicolás Guillén con escritores, artistas e intelectuales de la sociedad haitiana. Además de esbozar la presencia de Haití en las letras cubanas y la de Cuba en la literatura haitiana, el autor documenta la visita de Guillén de ese país, con una rigurosa investigación, riqueza bibliográfica y un uso minucioso de recursos de archivos nunca antes considerados. La obra muestra un camino para futuros estudios “trans-caribeños” poniendo énfasis en la necesidad de profundizar en la historia de conflictos, colaboración, interdependencia y solidaridad intra-regional, área que hasta ahora ha privilegiado la relación transnacional del Caribe con Europa y los Estados Unidos. Una suave, tierna línea de montañas azules se inserta en la crónica de esa historia en la que cubanos y haitianos, asediados por amenazas comunes, se han reconocido en la visión de un destino común.”
Premio de poesía José Lezama LimaMística del tabernario, de Raúl Vallejo (Ecuador)

Explora en sus versos una materia proteica que transita cómodamente de la gravedad al humor, atenta lo mismo a los grandes acontecimientos que a los pequeños sucesos de la vida cotidiana.

Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada
Cuestiones y horizontes: De la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder, de Aníbal Quijano (Perú). (Selección y prólogo de Danilo Assis Clímaco)

“Antología esencial” de uno de los grandes pensadores latinoamericanos de las últimas décadas, que ha contribuido como pocos a la comprensión de los desafíos más apremiantes de nuestras sociedades.

Premio de narrativa José María ArguedasTríptico de la infamia, de Pablo Montoya (Colombia)

«Construye una fascinante, peculiar y polifónica historia de los tiempos de la conquista de América, y a algunos de los singulares personajes que tomaron parte en ella, con una prosa cuidada y subyugante».

Tomado de La Ventana. Portal Informativo de Casa de las Américas

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Casa de las Américas en La Habana

 

¡Olé!, Paco

Paco de Lucía en su última presentación el Cuba, octubre, teatro Karl Marx, La Habana, 2013

Seguramente la tierra algecireña amaneció con la certeza de que algo le falta, de que algún pedazo suyo ha quedado desunido, ausente.  Seguramente supo, antes que nadie, que hoy, de todos los hijos que soltó al mundo con el mismo nombre: Francisco; el que se nombraba Paco de Lucía, por su madre, por su barrio, y por su lugar de entre mares ya no estará más. 

En un rincón la guitarra, la suya, la que siempre le escuchó las palabras que a nadie más decía, ni se dejaba sacar de la boca por periodistas o admiradores; probará un rasgueo en solitario, como si la mano de uñas duras, pulidas con cuidado, todavía la provocara con su apremio flamenco.

Y en los tablaos el taconeo sonará más rencoroso. La madera volverá a recoger el sudor hijo de un flamenco bien tocado y mejor bailado, cuando de invocar al hermano ausente se trata. Porque Paco estuvo desde niño encaramado en esas tarimas, se las sabía de memoria y en ellas aprendió  a  sacarle a la guitarra su voz profunda, a sacudirle todo el tiempo sus ardores de gitana indomable, los mismos suyos.

Por Cuba anduvo en el 2013. Hacía casi 26 años que había estado. Pero regresó. Nadie intuyó que esa noche de octubre en el Karl Marx, invitado especialísimo de Leo Brouwer, sería su despedida cubana. Allí también estuvo apasionado y silencioso, su manera de ser; soltando al aire su vehemencia en cada ¡Olé! Esa y no otra era el santo y seña de su invitación. Y no había otra cosa que hacer más que seguirlo.

Tomado de La Jiribilla

Teresa Parodi: “Mi canción tiene que ver con la historia de mi país”

La cantautora Teresa Parodi

Teresa Parodi ha regresado a Cuba para cantar, aunque en Cuba no todos puedan aquilatar en su justa medida el tamaño de la suerte de tenerla otra vez entre nosotros. Es una de las voces imprescindibles del cancionero argentino y latinoamericano, pero pasa por alto los honores y solo reconoce la fiesta que es estar aquí, ahora.

“Me da mucho placer estar con ustedes, de verdad. Es muy emocionante para mí por todo lo que representa Cuba para los sueños y los ideales de tantos latinoamericanos, para la gente de mi generación en especial, en Argentina, que se hermanó con este pensamiento, con este modo de ver el mundo.

“He tenido una relación muy linda, siempre que he venido a Cuba, con la gente que me ha escuchado. He tenido una relación muy hermosa con Sara González, compartimos el escenario varias veces en Argentina y también aquí en La Habana, en el teatro Carlos Marx, hace muchos años.

“Para cualquier cantor popular, cantautor como lo soy yo, este país es una meta que tenemos en el corazón. Es muy importante para nosotros cantar aquí, para los que tenemos esta forma de hacer la canción latinoamericana. Así que estoy muy feliz. Agradezco enormemente la posibilidad de que yo pueda estar aquí, cantando para ustedes y con ustedes”.

Ha vuelto en noviembre, justo para formar parte del júbilo por los tres lustros de andadura de uno de los proyectos esenciales del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, A guitarra limpia; cuyos promotores han querido dedicarlo o lo que es lo mismo poner bajo la tutela -ya de otro mundo y por eso más necesaria- de la cantora mayor Teresita Fernández.

“Es extraordinario lo que hacen acá. Sabía por otros colegas argentinos de lo maravilloso que era el Centro Pablo, pero ahora me enteré de toda esta otra parte que me parece increíble. Me parece que el camino mejor que puede elegir un centro cultural es fomentar y abrir oportunidades a las nuevas generaciones y de estar en permanente contacto con los jóvenes. Ese es el fin último y el primero de un centro cultural que se precie, que tenga conciencia de lo que genera cuando se abre. Estoy feliz de compartir, de poder ser parte de estos festejos”.

Hermanada en este sentir Teresa Parodi, cantora popular por decisión propia,  llega otra vez a Cuba para intentar «zurcir» también este pedazo de tierra, como le gusta decir cuando se refiere a su manera de reconocer -hasta con los ojos cerrados- a su país; por llevar recorriéndolo cantando/aprendiendo sin detenerse, 30 largos años. Y nos habla de su Argentina, de este momento de construcción colectiva, donde la canción de autor, poética y hereje también es una pequeña revolución, con la que se puede defender la vida y lo justo.

“Es un tiempo increíble el que estamos viviendo en la Argentina. De todas maneras es tremendamente difícil porque el enemigo es absolutamente poderoso y tiene las herramientas -que sabemos que tienen- y las viejas mañas como para tratar todo el tiempo de abortar este proceso extraordinario de construcción colectiva.

“La Ley de Medios y la Ley de la Música que hemos logrado en este espacio de gobierno nacional y popular -como no podía ser de otra manera- son una herramienta imprescindible para poder desarrollar los espacios que hasta ahora estaban totalmente en manos de los medios concentrados. Por lo tanto era solo una musiquita la que se escuchaba, pero la diversidad de voces existía lo mismo y se amañaban en el interior y en todas partes del país, aun en la misma Buenos Aires, por abrir espacios alternativos donde poder seguir desarrollando la música porque esto nunca muere. Por eso este país, nuestro país, no está desaparecido, porque su cultura jamás ha sido vencida.

“Quisieron que desapareciera, hicieron todo lo posible en estos últimos diez años de banalización, hicieron todo lo posible con políticas concretas para que despareciera esa cultura, pero es imposible porque tiene historia, porque hay un pueblo que se siente representado en ella y sigue trabajando en sí mismo, en su propia cultura. Los cantautores y toda la gente que emerge de estos espacios de la Argentina profunda van a tener mucha más visibilidad a partir de esa Ley de Medios y de la Ley de la Música que va a fomentar la actividad. Vamos a poder –voy a utilizar una palabra horrible pero necesaria en un país donde el mercado es lo que está vigente, sus leyes- vamos a tener cómo competir, es decir, vamos a poder ser vistos y escuchados y no como ahora que estamos realmente desaparecidos de los medios concentrados.

“Así que le veo un futuro extraordinario porque además hay un semillero. Yo recorro el país palmo a palmo, lo zurzo, lo conozco de arriba abajo, son 30 años que lo camino sin parar, desde que gané Cosquín, ese festival importante que me permitió nacionalizar mi canción y a partir de ahí no dejé de viajar nunca. Lo conozco profundamente y sé el movimiento extraordinario de músicos, de actores, de cineastas, que ha dado este país. El instituto de cine ha fomentando enormemente esa actividad, gracias a que existe esa ley que defiende la industria nacional, y esperamos que lo mismo pase con el instituto nacional de la música, que ahora creó esta ley y que justamente se pone en marcha con el gobierno de Néstor y Cristina”.

A esta época increíble, como también la califica y de la que se siente parte, se contrapone otra más oscura que la cantautora tuvo que sufrir junto a sus compañeros: el horror de la dictadura, donde hacer la canción también fue su manera de resistir, de ofrecerla como un hombro en el que apoyarse.

“En los años de la dictadura, del horror, yo era desconocida. Yo soy hija de esta democracia. Mi canción es hija de esta democracia, porque a pesar de que ya hacía mi  canción, la hacía en las catacumbas. Mi canción ve la luz en los años de la democracia. Antes estuvo sumergida, es libre con la democracia que vuelve en 1983 y yo gano Cosquín en 1984, con estas canciones que hablaban de todo lo que le pasaba a mi pueblo en los años de horror. Entonces, no fue casual. Yo creo que mi canción vio la luz ahí, y pudo salir de la oscuridad y del boca a boca, a escondidas casi, justamente porque la democracia volvió a la Argentina.

“En los años del menemismo que fueron años de bastardeo absoluto, de componendas con el imperialismo, yo me bajé de los grandes escenarios y me fui otra vez a las catacumbas, y me resistí desde ahí hasta que volvieron Néstor y Cristina. Mi canción tiene que ver con la historia de mi país, no podría hacer la canción de otro modo”.

Teresa Parodi estará entonces en Trinidad con el dúo Cofradía, en Santa Clara con los asiduos habitantes del Mejunje, los muchachos de la Trovuntivitis, en Matanzas con los jóvenes Lien y Rey, quienes han ganado este año la beca de creación Sindo Garay que otorga el Centro Pablo.

Pero Teresa no se irá de Cuba sin antes cumplir un sueño viejo que viene amasando desde hace quizá demasiado tiempo. Cantará con Silvio, en uno de sus conciertos por los barrios. Y a ella que se fue a dar clases al campo argentino y les ha regalado conciertos a los maestros en huelga le ha parecido la ocasión ideal para encontrarse con Silvio en un escenario. No hubiera podido ser de otra manera.

“Tengo la posibilidad de cantar con él, juntarme aquí por primera vez. Nunca cantamos juntos. Nos conocemos y nos hemos visto en muchos conciertos que él ha dado en la Argentina, compartimos el escenario pero nunca yo en un concierto de él o él en un concierto mío. Así que es una emoción extraordinaria más para vivir, inolvidable para mí compartir con Silvio, tan querido. Toda la gente que se enteró en la Argentina de que iba a tener esta posibilidad de estar con él, fue impresionante lo que pasó, la alegría de la gente de que nos hermanemos con Silvio en un concierto aquí y en esa barriada que creo es también muy representativa del cubano.

“Para mí es muy importante por lo que admiro a Silvio, que ha sido un referente, como un maestro. Él tiene casi mi edad, así que nos es una cuestión de edad sino de su arte que tiene una belleza y un desarrollo extraordinario. Yo creo que cuando uno canta la canción de otro, se mete en los laberintos de la canción de otro, en las formas musicales que usó, en las armonías, en la forma en que la música se pega con la palabra, que la palabra tiene música; y uno aprende. Por eso también canto canciones de otros, aprendo de ellos y de Silvio he aprendido mucho. No sé si seré buena alumna, pero he aprendido”.

Después, en el Centro Pablo y bajo la yagruma, que ha sido testigo de tantos partos felices, volverá a cantar para los cubanos, esta mujer que se  niega a olvidar las raíces de su canto, las pulsaciones que le avivaron el decir, los nombres de Astor Piazzola, Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui. Por eso se ha traído el micrófono de La Negra, con él vino a cantar a Cuba para de alguna manera invocarla y convidarla a que la acompañe. Teresa Parodi los ha mantenido vivos a todos a lo largo de sus 30 discos, y este 30 de noviembre los traerá otra vez ante nuestra presencia apenas pronuncie un verso o rasgue las cuerdas de su guitarra. Y nadie tiene permiso para perderse este regalo.

“Pertenezco a una generación de cantautores que se nutrió mucho de la música latinoamericana. Tuve el privilegio de haber nacido en la época de Violeta Parra, Chabuca (Granda), (Alfredo) Zitarrosa, (Daniel) Viglietti, (Atahualpa) Yupanqui, por supuesto, Chico Buarque, en fin autores que influyeron muchísimo en la formación de los músicos argentinos, en esos años, en los 60, que fueron gloriosos para nuestra música. Mercedes Sosa, por supuesto, fue la gran voz que nos unió a todos, la gran madre. Es más, he traído un tesoro. Voy a cantar con el micrófono que era de Mercedes y que me regaló su hijo. Para mí es muy importante traerlo a Cuba porque es como traer un poquito de Mercedes, que nos abrió la huella ancha de la canción latinoamericana. Ella no fue autora o compositora pero fue la voz de todos nosotros y después grabó las canciones de todos nosotros. Así como, por supuesto, las canciones de Silvio y de Pablo que tienen tanto que ver con nosotros, que fueron como hermanos de generación y también nos marcaron profundamente. Recibíamos los casetes de ellos a escondidas como decíamos allá, clandestinamente, pero todos los jóvenes sabíamos cantar esas canciones.

“Atahualpa Yupanqui es el padre para nosotros. Este año se cumple los 50 años del Movimiento del Nuevo Cancionero al que él se adhirió. Estamos de celebración en celebración. Tomamos ese manifiesto como bandera una vez más, para reivindicarlo todo el tiempo y agruparnos a su alrededor, profundizar esa huella. Yupanqui es uno de los primeros que se adhieren al manifiesto que escribe Armando Tejada Gómez, que genera este movimiento de jóvenes preocupados justamente por el destino de la canción, y que miran al continente además. Yupanqui para nosotros es el padre de la música argentina, es el padre de la canción de autor, y su trabajo sigue siendo para nosotros fuente de formación y de inspiración. Su poética es extraordinaria porque con palabras cotidianas supo describir absolutamente, con una profundidad increíble, al hombre y a sus asuntos en mi país”.

Entonces, a uno se le ocurre que puede salir a buscar a Teresa Parodi a los años en que todo estaba por pasar, cuando todavía el ritmo chamamacero no se le había metido en el cuerpo para servirle de acicate, para hacerle implorar por una guitarra que la abuela –siempre las abuelas- le compraría, y todavía no era la autora de más de 500 canciones, apenas intuía la fuerza con que puede impulsarnos hacia delante una canción.

“De niña tomé esa decisión, vaya usted a saber por qué. Dice mi madre que a los 9  años ya tenía la guitarra, afiné de oído y la empecé a tocar y a cantar, a escribir canciones muy feas. Sentía que yo quería decir también. Además de aprender de los maestros, yo quería decir lo que veía a los demás.

“He visto bailar a la gente del interior de mi provincia, en el campo mismo, los he visto transformándose con la música popular de mi lugar. Yo quería ser alguien que hiciera eso en la gente, que a través de la música les pudiera transformar los rostros que a veces tenían de preocupación y cansancio. Cuando oían la música se convertían en otras personas y yo los miraba embelesada y miraba a los músicos y veía que esa cosa mágica la hacían ellos y yo quería hacer eso. Quizá ahí estuvo el comienzo de mi vocación”.

Leer es leerse a sí mismo

(…) Ver en la lectura solo el registro de la marca de otros es cercenar la importancia de la propia subjetividad en el acto de leer. En el mismo gesto en que el acupunturista cierra los ojos y se conecta con el otro,  se conecta, también, con él mismo. Entra a un texto de otro al mismo tiempo que se interna en sí mismo. Porque es en él donde busca todos los elementos para reconocer ese organismo distinto al suyo. Es en el propio cuerpo en el que encontrará las herramientas para interrogar al texto que tiene frente a sí, cuestionarlo, ponerse en tensión con lo que enfrenta para dar finalmente uno o varios sentidos. La lectura permite a alguien conectarse con el otro pero es en sí mismo donde el lector encontrará las herramientas para ese abordaje. En el texto del otro, el lector reconoce  marcas, huellas y surcos; pero son pistas que debe completar con contenido propio. Un lector, para no sucumbir en el mar que el otro es, —el cuerpo o el texto del otro—, construye con instrumentos de su subjetividad, busca en la complejidad de sus piezas las herramientas emocionales, intelectuales y desde allí aprehende los trazos del otro y los significa, les da un sentido. (…)

(…) La lectura entonces, más aún que la comprensión de lo producido por el otro, es la posibilidad de abrirnos para recibirlo y que se concrete entre un lector y un texto la creación de los sentidos. (…)

(…) Michel Foucault al analizar la función autor, imagina una sociedad en la que los discursos, todos, ya no tendrían que dar cuenta de sus autores y se desarrollarían en lo que él llama el anonimato del susurro. “Ya no se oirían las preguntas por tanto tiempos repetidas: ¿Quién ha hablado realmente? ¿Es en verdad él y nadie más? ¿Con qué autenticidad o qué originalidad? ¿Y ha expresado lo más profundo de sí mismo en su discurso? Sino otras como estas: ¿Cuáles son los modos de existencia de ese discurso? ¿Desde dónde se ha sostenido, cómo puede circular y quién puede apropiárselo? (…) Y detrás de todas estas preguntas no se oiría más que el ruido de una indiferencia: Qué importa quién habla”. Para la misma época en que Foucault hacía estas reflexiones y se preguntaba qué es un autor, Barthes afirmaba la muerte del mismo. El lector, según Barthes, es el lugar en el que se concentran las múltiples escrituras y citas de texto. No importa dónde, en quién nace un texto. No importa su origen sino su destino. Habría que resaltar esto último. El destino de un texto. No importa tanto quién lo escribe sino quién lo lee.  (…)

(…) De alguna manera, leer es leerse a sí mismo, y las lecturas que hacemos de distintos textos son interpretaciones que construimos, en primer lugar, sobre nosotros mismos. La lectura, toda, nos pone a investigarnos, a percibir las distintas variaciones de nuestro ser y de ese modo puede llevarnos al centro de nosotros mismos, en el que están, a su vez, todos los otros. El escritor mexicano Gabriel Zaid afirma que “…la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan. ¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa, dice Zaid, es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales”. El lugar de la lectura se vuelve poderoso cuando abre las compuertas de las aguas, propias pero detenidas en un estanque, y asume la riqueza de sentidos y la multiplicidad de matices. Ese poder de la lectura está en darnos  siempre más. Más ojos para mirar el mundo, más corazón para comprender lo que es ajeno a nosotros. Nos multiplica en lo que sentimos y hace proliferar el pensamiento, la duda, la curiosidad. (…)

(…) Leer produce significados que nos limpian la arena de los ojos y nos rescatan de la desintegración, nos recomponen. Somos eso: la composición que la lectura hace de nosotros, de nuestro pasado, de los discursos de los otros sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Estamos hechos también de todas las lecturas imposibles, quiero decir, de aquellos discursos que se nos desarman entre los labios porque no podemos leerlos. Para bien o para mal, también nos constituyen los enunciados y los signos que no podemos interpretar porque nos enfrentan a su aridez impenetrable. La imposibilidad de leer, ese vacío, acentúa en nosotros zonas que, en su mudez, no logran explicarse y nos impiden entender nuestra inmanente confusión. Si no leemos, ¿cómo vamos a descifrarnos, a saber de nosotros, a comprendernos?

Somos eso: mujeres y hombres hechos de lecturas. (…)

Fragmentos de El sentido de la lectura, conferencia de la escritora argentina Ángela Pradelli en el Congreso Internacional Lectura 2013: para leer el XXI, celebrado en La Habana, del 22 al 26 de octubre.

Entrevista a la escritora: «Toda mi vida está puesta en los deseos de lectura»

Los motivos de un cuento

El pasado 26 de agosto, Nara Mansur obtuvo el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2013 con el cuento “¿Por qué hablamos de amor siempre?”. A propósito del galardón, comparto este texto de la escritora cubana, escrito especialmente para la Casa de las Américas. 

Por Nara Mansur

El cuento lo empecé a escribir ese sábado en que llegaron a cortar los árboles enfrente del edificio donde vivo. Era un pequeño terreno muy estrecho lleno de un tipo de árboles que se llaman gomeros, y estuvo durante décadas sin construirse nada allí… en verdad nunca hubo nada construido ahí, quedaba como un espacio verde entre dos edificaciones. Esto es pleno centro de Buenos Aires, calle Perón al 2000 o como decimos los cubanos entre Junín y Ayacucho.

En esta cuadra hay muchas casas antiguas que fueron demolidas para construir garajes (estacionamientos), una manera muy rápida y barata de sacarle dinero a un terreno ―yo lo veo como lo más grosero del mercado inmobiliario―. No se conservan fachadas, no hay leyes que obliguen a seguir determinadas patrones urbanísticos… Entonces ese pequeño bosquecillo resulta que es comprado por el estacionamiento de al lado que quiso expandirse. Ahora lo que tenemos es un gran paredón con una pancarta publicitaria que va cambiando regularmente; por estos días hay una gran publicidad de Motorola.

Ese fue el disparador, tiré fotos con el celular mientras lloraba a moco tendido y llamaba por teléfono a mi marido que ya se había ido a Palomar a dar clases de batería.

En verdad no sé si “cuento” algo en el texto. Me interesa cada vez menos leer un libro, ir al teatro, al cine, a ver una historia, no soy de las apasionadas por la hipnosis del relato ―para decirlo en términos de Cortázar―, por el armado de sucesos y peripecias; creo que casi “me ofende” ese tipo de vínculo con “la obra” (risas), me hace sentir bastante estúpida convertirme en el lector o espectador detective que trata de descubrir qué va a pasar ―casi siempre lo adivino enseguida además, un verdadero horror―… debe ser por tanta telenovela que consumí desde niña, y en las condiciones que la vemos en Cuba: sentada toda la familia frente a un único televisor, y después vienen “los foros” más desopilantes que se puedan imaginar: en la bodega, la escuela, las oficinas, la parada de la guagua… todos opinando, adivinando sobre cómo seguiría la historia, qué debería hacer cada uno de los personajes, uno de verdad atravesaba la pantalla y vivía dentro de esas ficciones… pienso que las telenovelas nos han convocado a los cubanos como a los griegos la tragedia… algo así.

Me gusta pensar en una idea de escritura o textualidad más que en literatura. En un tejido, una urdimbre, en que uno es un escritor multitareas y se puede aproximar a formatos diferentes, a crear vínculos distintos. Pero esto viene del teatro, de la dramaturgia.

En “¿Por qué hablamos de amor siempre?” aparece una sucesión de preguntas que recorren el cuento y si hay una estructura o bastidor son las preguntas: quién soy, cómo hablar de las cosas que me importan, cómo hablar para crear determinados efectos, cómo armar los vínculos que me interesan, qué escribir para crear una participación del otro y no un quedarse quieto, cómo no bajar línea si uno está convencido de determinadas cosas, de algunas pocas al menos, cómo lidiar con los dogmas que nos han poseído ―que nos han violado casi―, qué somos hoy capaces de exigir como ciudadanos, qué somos capaces de ver, podemos constituirnos de un modo suficientemente artístico en nuestras vidas, “qué cosas me motivan, qué cosas me empobrecen”. Uno y sus despojos.

¿Cuándo comencé a pensar en la reparación total de todo lo que tengo a mi alrededor? ¿Cuándo la restauración del comportamiento ―el amor a toda prueba, la entrega total― fue el objetivo más importante de mi vida?

Que nada se eche a perder / que sea posible devolverles una segunda vida, quién sabe si más interesante, más hermosa / Nosotros los cubanos vamos a tener una segunda oportunidad.

Creo que en estos tiempos de seudo-comunicación necesitamos re-crear nuestras relaciones con la vida y con el lenguaje. Las palabras han sido vaciadas y están por llenarse y cargarse en cualquier momento. Lo poético cada vez tiene que ver menos con la literatura, las fuerzas de su redención, de su eficacia, de su organicidad no se las confiere la literatura sino que están dadas por el vínculo que pueden establecer ―físico, mental―, un vínculo libertario que nos permita imaginar y reflexionar. Introduzco fragmentos de “El saber curioso y el saber cruel”, un texto maravilloso del sicoanalista argentino Fernando Ulloa que entiendo complejiza lo que he ido exponiendo en el cuento.

Trabajé en la Casa de las Américas desde octubre de 1994 a enero de 2007. Es un lugar excepcional para formarse, para trabajar; le debo a la Casa casi todo lo que aprendí, desde vestirme, hablar en público sin salir corriendo (risas) hasta conocer a teatristas muy reconocidos de la América Latina. Me dio un bagaje tremendo, me dio la posibilidad de viajar, de intercambiar, hacer entrevistas, pensar una programación, conocer al público, hacer una revista de teatro. Es un trabajo multitareas que tiene de todo un poco, hay mucho de trabajo ejecutivo, de resolver problemas concretos, atender al que llama, fotocopiar, servir el café, escribir cartas, el típico trabajo de gestión cultural, de servicio público, que me ha encantado hacer: de alguna manera te invisibiliza porque no importa si escribes poemas, obras de teatro cuando llegas a tu casa; lo personal está colocado en la apuesta de lo colectivo. Eso me dio mucha seguridad durante muchos años, casi quince.

Yo soy una persona triste, melancólica, la Casa me permitió también salir todos los días a trabajar, bañarme, vestirme. Mi primera jefa, Rosa Ileana Boudet, siempre nos pedía ¡ideas, ideas! en las reuniones de la Dirección de Teatro… así que había que poner el oso a trabajar… En un sentido ella me ha hecho pensar que un gestor cultural es en el mejor de los casos un artista conceptual. Y aunque creo que para ella fui una colaboradora menos eficaz que lo que fui para Vivian (Martínez) porque eran mis primeros años en la Casa, Rosa Ileana tenía una enorme fe en mí, siempre me decía lo imaginativa que era, lo talentosa que era, en ese tiempo ella veía en mí lo que yo no veía. He tratado de imitarla con la gente joven que ha trabajado conmigo, como Dinorah Pérez Rementería o con mis alumnos de Dramaturgia del ISA.

Para algunos la juventud puede ser difícil, esa etapa de la vida en que uno sufre, se siente muy inseguro. Durante mucho tiempo yo escribía por fuera de mi ocupación principal que era el trabajo en la Casa de las Américas y después como profesora del ISA. Puede que haya perdido mucho tiempo o me sentía muy insegura de lo que producía como “escritora”, o quizá es que me gustaba mucho mi trabajo en la Casa y eso me satisfacía,… en algún lado he dicho que me he considerado siempre una “artista aficionada”…

Los premios Guillén y Cortázar han venido asociados a no tener un trabajo estable, lo que me ha hecho tener más tiempo para escribir o no tener la cabeza ocupada en otros pensamientos más que en “el vacío”… es todo bastante paradójico en la vida y los premios son pequeños milagros que a veces suceden. Por eso uno tendría que estar relajado pero concentrado en ese vacío que en verdad es lo lleno o lo que puede llenarse con el trabajo.

Julio Cortázar es un gran escritor, un gran mito, una presencia en la Casa de las Américas, en la literatura cubana, uno lo ve en su bicicleta frente al malecón todavía, escribiendo, participando, asistiendo a los cambios de un país, incorporándolos a su propia persona.

Me resulta extraño oírle a algunos escritores argentinos que Cortázar es una lectura de juventud. Siento que está la idea de que si te dejas capturar por la política, hablar de ello, comprometerte con algo esto finalmente te terminará devorando, achicando tu imagen intelectual. Me encanta no imaginar a Cortázar en la biblioteca sino en un aula dando clases, en la calle, enamorándose, sintiéndose defraudado, pidiendo explicaciones a sus amigos por todo lo que no entiende, pensando en el Che, viajando, haciéndose latinoamericano. Admiro su trayectoria, su transparencia, su sentido del humor, hasta lo que hoy en tiempos de tanto cinismo puede resultar un decir ingenuo.

Tengo una foto en la tumba de Cortázar en el cementerio de Montparnasse en París, 1996. Recuerdo que fuimos Guillermo Rodríguez Rivera y yo con un mapa que trazaba el recorrido de los personajes de Rayuela por la ciudad… había salido en la revista argentina La Maga. La foto es en blanco y negro porque había comprado un rollo de 400 asas para tirar fotos de teatro, y fue el que estaba puesto en la cámara ese día.

Tomado de La Ventana

Tierno Santiago

«La ternura es la solidaridad de los pueblos»

Ya presentíamos La Habana. Los puentes, el paisaje, las señalizaciones en la vía, el cuerpo; todo nos avisaba su cercanía. Era solo cuestión de avanzar un poco más, de no distraernos con los dibujos que el sol hacía en el cielo a esa hora en que decide si quedarse o irse.

Todo había salido bien, a pesar de que cuando uno viaja por carretera en una guagua Yutong cualquier imprevisto es posible, y esperado. Por eso cuando el ómnibus se detuvo sin motivos aparentes y  los choferes bajaron con cara de circunstancias, todos creímos que la buena suerte por ese día había terminado.

Algunos hombres bajaron, en ese afán por hacerle frente a las situaciones aunque no tengan ni idea de cómo resolverlas, y después de conferenciar por un rato con los choferes, alguno vino a informar que había problemas con el motor, con el combustible que se había acabado o que no se había acabado pero que no llegaba al motor. Algo así. Lo único cierto era que estábamos varados, a expensas de que algún buen samaritano quisiera donarnos un poco de combustible de sus propios vehículos.

Ahí empezó la aventura. Los choferes montaron guardia  dentrás del ómnibus a la espera de camiones, rastras, otras guaguas, pero en la autopista nacional los vehículos pasan casi a la velocidad de la luz, nadie se detiene, si acaso alguien aminora un poco la marcha, mira extrañado por la ventanilla con cara de quien está mirando un hipopótamo en el zoológico y sigue su camino.   Esos éramos en ese momento, el hipopótamo.

Y vimos las estrategias de escape más burdas. Aunque solo nos faltaba soltar bengalas, más de uno se hizo el desentendido, como si esa parte de la vía correspondiera a un mundo ficticio o a un espejismo del que había que dudar. Por más señas que hicieron los choferes y tripulantes juntos, por más explicaciones que dieran, nadie parecía poder desprenderse del petróleo que necesitábamos para llegar a La Habana. Y la noche hacía su entrada menos aplaudida.

Por fin apareció una rastra. Todos parecíamos Rodrigo de Triana gritando !tierra! desde la carabela La pinta, mirando el carro con la misma esperanza con la que el marinero miró por primera vez las tierras del «nuevo mundo».  El chofer recién llegado no pidió muchas explicaciones, bastaron algunas palabras. No vi la totalidad de sus gestos, pero fueron pocos los minutos que mediaron hasta que el motor recién alimentado volvió a rugir gozoso. Nos poníamos en marcha nuevamente.

Nunca supe el nombre de nuestro benefactor -hay detalles que ante los imperativos del momento se ovbian- , tampoco recuerdo quién fue la persona que me dijo que ese hombre generoso era santiaguero.

Verde

Según la psicología del color el verde provoca calma, apacigua los ánimos, da confianza. Es el color del equilibrio por excelencia, por eso pintan de verde las salas de los hospitales y la habitaciones donde deben esperar las personas que entrarán a un set de televisión.

Con tan buenas características parece de locos ir borrando el verde de los paisajes cotidianos, pero así lo hacemos.

Por suerte, quedan pedazos de verde diseminados por la ciudad, extendidos, sin cercas, ni señales restrictivas.  Y yo fui feliz.

 

La luz es como el agua

Seguramente no se arrepintieron de ver el audiovisual de Imaginantes  sobre cómo nació el cuento La luz es como el agua de Gabriel García Márquez. Yo lo adoré. Por eso les dejo también el cuento original para que se deleiten con el chorro de imaginación de este colombiano querido. No dejen de leerlo. Estoy convencida que el momento escogido del sábado o el domingo, o cualquier otro día que prefieran, para leer lo que aquí les dejo, será hermoso.

La luz es como el agua

En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.

-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.

Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.

-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.

-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.

Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.

-El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.

Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.

-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?

-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está.

La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.

Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.

-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.

De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.

-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.

-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.

-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.

El padre le reprochó su intransigencia.

-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.

Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.

En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.

El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.

-Es una prueba de madurez -dijo.

-Dios te oiga -dijo la madre.

El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.

Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.

Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.