Salvar el tiempo ido

... De luces y soledades. Ernesto Rancaño. Acrílico sobre lienzo, 2003

… De luces y soledades

Yo tuve una amiga en el inicio de la adolescencia, de las que se cuidan como si fuera el sol entibiándonos las manos.  Estudiábamos juntas  en la beca, compartíamos el mismo closet; a veces el sueño nos sorprendía en la misma cama  porque el tiempo nunca  no nos alcanzaba para contarnos el día visto por la mirada de cada una.  Aunque vivíamos en el mismo pequeño pueblo no fue hasta esta edad luminosa y difícil  que «nos vimos» y nos escogimos para crecer juntas.

Las dos fuimos comprendiendo casi al unísono que los libros iban a ser esa puerta por la que íbamos a darle la bienvenida a muchos de los mejores momentos de nuestras vidas. Las dos éramos hijas únicas. Vivíamos solo a dos cuadras la una de la otra. Éramos parecidas aunque no iguales.  Su nombre comienza con la primera letra del abecedario y el mío con una de las casi últimas.  Si algo lograba distinguirnos -según los ojos que estaban fuera del mágico círculo en el que nos movíamos- es que ella era blanca y yo negra, pero a esa edad y en este país, esos no eran detalles importantes para dos niñas que estaban encantadas de la magia de haberse encontrado.

Pero la gente grande a veces se olvida de las cosas esenciales y se tuerce de una manera inexplicable. En su casa siempre me daba la sensación de que tenía que caminar de puntillas para no molestar. Luego  fueron apareciendo las prohibiciones, las trabas para que no nos encontráramos más.  Una escapada en bicicleta fuera del pueblo y sin permiso fue el pretexto que su madre esgrimió para convencerla con éxito de que mi compañía  no era buena. Y un día de los más tristes que recuerdo, dejó de hablarme.

Antes de que todo se volviera demasiado incomprensible  nos habíamos intercambiado dos libros. Yo le había prestado Cartas de Martí a María Mantilla y ella  me había dado el libro que recogía las cartas que  Ethel y Julius Rosenberg se enviaron antes de morir en la silla eléctrica en los Estados Unidos.  Y así cada una se quedó con el libro de la otra, con historias cuya fortaleza habría de poner cierta consistencia en las de nosotras.

Pasaron los años y nunca nuestros caminos han vuelto a coincidir.  Sin percatarme, con el tiempo, me fui acostumbrando a preguntar por ella cada vez que regreso al pueblo. Una necesidad inexplicable me hace querer saber de la vida que ha tejido. Todavía no sé si alguien da  noticias de mí también.  Pero gracias a esos informes imprecisos y esporádicos he sabido que ya tiene una hija. La noticia me alegró y también volvió a dolerme la distancia entre nosotras, la obediencia con la que aceptamos el final impuesto a nuestra amistad, la suma de las cosas que no hemos podido compartir, entre ellas, su embarazo y los poemas que le arrebato a la vida de vez en cuando, otro tipo de parto,  angustioso y feliz, si se quiere.

Si algo todavía me alienta es que un día cualquiera, sin previo aviso,  la tropiezo en las calles de mi pueblo o me lleno del valor que se necesita para llevar sujetos a los amigos en el corazón y la sorprendo en su puerta con un ¿cómo estás?.  Pero lo más importante de todo, si ese encuentro nunca llega a suceder,  es que tiene un libro hermoso que fue mío, un libro que todas las madres debieran leerles a sus hijas. Todavía no sé el nombre de su pequeña, pero me gusta imaginarlas en un momento cualquiera de la vida que tendrán juntas  leyendo esta frase que Martí le escribiera a María Mantilla poco días antes de partir a la guerra y entregarse por uno de los propósitos más altos de su vida, la libertad de Cuba: (…) Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz.  Las imagino así, mirándose a los ojos y reconociendo su vida en estas palabras.

Y también quiero que un día de este siglo que se perfila azaroso nuestras hijas salven el tiempo ido y puedan ir de la mano como buenas amigas.

 

 

«Siéntete limpia y ligera, como la luz.»

Hay palabras que nos buscan, que saben de nuestros posibles extravíos, de nuestra tristeza y vienen presurosas a salvarnos, a poner un poco de luz delante de nuestros pasos. Así ha funcionado estos fragmentos de la carta que José Martí enviara a María Mantilla antes de partir a luchar a Cuba. Me alegra reencontrar las palabras del Maestro, tan oportunas, casi bálsamo, para cualquiera de las María Mantilla que a lo largo de la historia accidentada de este mundo las hemos necesitado.

A mi María
Y mi hijita ¿qué hace, allá en el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo, en saber, en querer, -en saber, para poder querer, -querer con la voluntad, y querer con el cariño? ¿Se sienta, amorosa, junto a su madre triste? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego, cuando sea mujer, a hablarle de amores, -a llevársela a lo desconocido, o a la desgracia, con el engaño de unas cuantas palabras simpáticas, o de una figura simpática? ¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido? Eso es lo que las mujeres esclavas, -esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse, -llaman en el mundo «amor». Es grande, amor; pero no es eso. Yo amo a mi hijita. Quien no la ame así, no la ama. Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto. -¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí?
(…) Conocerás el mundo, antes de darte a él. Elévate, pensando y trabajando.
(…) Y cuando tengas bien traducida L’Histoire Générale, en letra clara, a renglones iguales y páginas de buen margen, nobles y limpias ¿cómo no habrá quien imprima;-y venda para ti, venda para tu casa, -este texto claro y completo de la historia del hombre, mejor, y más atractivo y ameno, que todos los libros de enseñar historia que hay en castellano? La página al día, pues: mi hijita querida. Aprende de mí. Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas: -y ve cuántas páginas te escribo.
El otro libro es para leer y enseñar: es un libro de 300 páginas, ayudado de dibujos, en que está, María mía, lo mejor-y todo lo cierto-de lo que se sabe de la naturaleza ahora. Ya tú leíste, o Carmita leyó antes que tú, las Cartillas de Appleton. Pues este libro es mucho mejor, -más corto, más alegre, más lleno, de lenguaje más claro, escrito todo como que se lo ve. Lee el último capítulo. La Physiologie Végétale,-la vida de las plantas, y verás qué historia tan poética y tan interesante. Yo la leo, y la vuelvo a leer, y siempre me parece nueva. Leo pocos versos, porque casi todos son artificiales o exagerados, y dicen en lengua forzada falsos sentimientos, o sentimientos sin fuerza ni honradez, mal copiados de los que los sintieron de verdad.
Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas, -y en la unidad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día. Es hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia del vestido, -la grande y verdadera, -está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor. -Y esa naturalidad, y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con encanto en la historia de las criaturas de la tierra.
(…) Pasa, callada, por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda. Envuelve a tu madre, y mímala, porque es grande honor haber venido de esa mujer al mundo. Que cuando mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la mañana, bañada de luz. Siéntete limpia y ligera, como la luzDeja a otras el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro, -el libro que te pido, -sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. -Trabaja. Un beso. Y espérame.
Tu
J. Martí
Cabo Haitiano, 9 de abril, 1895.

Tomado del blog La isla desconocida

Todo el mundo cuenta (+Video)

Mayo es un mes de despedidas y reencuentros, todo a un tiempo. El día fechado 19 por lo calendarios, los cubanos nos levantamos sabiendo de una presencia ineludible , la de José Martí. Un hombre, que como pocos, supo de querencias, de renuncias, de poner la vida al servicio de otros. De creer  en un tiempo mejor para todos, en fundarlo; incluso para nosotros, los cubanos de principios del siglo XXI y de lo que que irán llegando por los caminos de la vida.
Pero Martí muchas veces se nos vuelve piedra inmóvil y silenciosa, nos olvidamos de las palpitaciones que alentaron la lucha eterna de su existencia, su desasosiego: la felicidad de Cuba y de sus hijos.
Por eso hoy quiero hacerlo música, acompañada por las palabras y los acordes del grupo cubano Buena Fe.
Para los que no sepan la canción, les dejo la letra para que la tarareen.

Cómo le pido a la piedra fría

que diga urgentemente la frase conveniente,

y le pido a la pupila de mármol

que llore, aun si la lluvia se olvidara del árbol…

Pero si le pido al arte que moldea a la roca,

con palabras más enormes que las bocas.

Puede ser que el sol…

Puede ser que el sol…

 

Cómo escucharte sin esquizofrenia,

que el sucio oportunismo tantas veces premia.

Cómo te arranco del verso

dicho de memoria,

y te tatúo en el alma de todas las novias.

Pero si mis andares me los alimento

rompiendo monte, sudado y contento.

Puede ser que el sol…

Puede ser que el sol…

 

Cómo te me haces padre, maestro y asere;

sangre de los pobres, hermano en deberes.

Cómo fue tu tiempo tan ancho, de arriba abajo,

sin ordenador, Internet, ni un carajo.

Por eso creo en ti,

y no en los misereres,

que primero te nombran

y al final, te temen.

Puede ser que el sol,

puede ser que el sol.

 

El sol,

como la estrella que mata e ilumina,

que nunca cambia, aunque cambien las heridas.

Al que encargaste con tu última mirada

que nos dijera, tras cada madrugada:

 

Todo el mundo cuenta.

 

Todo el mundo cuenta.

La mar en calma, la mar violenta.

Todo el mundo cuenta.

La bruja, el enano, el príncipe y la cenicienta.

Todo el mundo cuenta.

El gallo bravo y aquel que se ahuyenta.

Todo el mundo cuenta.

Quien ve pero se calla y quien ve pero se enfrenta.

Todo el mundo cuenta.

Quien me da su casa y quien me la renta.

Todo el mundo cuenta.

Quien techa ciudades y quien las cimienta.

Todo el mundo cuenta.

Quien pichea a la diestra y a la siniestra.

Todo el mundo cuenta.

quien busca y no resuelve, quien sufre y se reinventa.

Todo el mundo cuenta.

Verde, amarillo, rojo y magenta.

Todo el mundo cuenta.

Quien se regocija y quien se lamenta.

Todo el mundo cuenta.

 

Descubriendo La Habana: 21 Punto G, nueva librería.

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Si hay dos lugares que yo amo por encima de cualquier estado del alma, son los parques y las librerías.  Si busco más certidumbre, diré que las  librerías. Son como mi espacio-refugio, mi casa del árbol (que nunca tuve), mi lugar especial. No hay nada que me alegre más que visitarlas aunque al mismo tiempo mengüe la casi siempre precaria situación de mi bolsillo. Por suerte, casi todas las veces he sido recompensada, aún cuando algunos autores me han estafado con premeditación y alevosía.

Pensar en los libros me lleva inevitablemente a recordar al José Martí que escribió «Ciudad sin árbol es malsana», por esas asociaciones afortunadas que uno logra establecer de vez en cuando, a fuerza de costumbre o de verdades insoslayables. De su divisa fundo la mía: “Ciudad sin librerías  es un desierto profundo». Por eso cuando me tropiezo con alguno de estos lugares-árboles me pongo en paz con la vida, con perdón de las tantas cosas que en el mundo no nos permiten reconciliarnos con ella ni con los hombres que la echan a perder con una tranquilidad sobrecogedora.  

 Y he aquí el hallazgo, el pretexto de estas líneas desbordadas: el descubrimiento de una nueva librería. 21 Punto G, así se nombra este lugar nacido de las ensoñaciones, de la inventiva, de la magia de convertir un garaje-patio en un lugar para abrigar libros e invitar a los que pasan a adentrarse, a comprar un libro o siquiera hojearlo, preguntar por títulos queridos, por autores cuya lectura se va volviendo impostergable. Sigue leyendo