Alicia Leal: «Un lenguaje para rasgar la superficie»

La artista de la plástica cubana Alicia Leal. Foto: Roberto Chile

La artista de la plástica cubana Alicia Leal. Foto: Roberto Chile

Por Roberto Chile, de la serie Sencillamente ARTE

Alicia Leal es una artista auténtica nacida en Sancti Spíritus y crecida en La Habana, quien a través de sus creaciones, esencialmente pictóricas, nos revela un mundo de fabulaciones cargado de lirismo, fantasía y aparente ingenuidad. Su obra provoca, sugiere, advierte, estremece. Cada una de sus piezas es por si sola un acto de íntima libertad. He llegado a pensar que los cuerpos desnudos que andan y desandan sus circos, sus ciudades y sus montes, son las almas de los ángeles que habitan en ella. Porque Alicia no es una mujer ni un ángel, es muchas mujeres, muchos ángeles dentro de una misma mujer.

-Alicia, en tu obra se percibe una honda preocupación por la problemática de la mujer. ¿Es una intención premeditada o es simplemente la inspiración?

-En mi obra se inserta la naturaleza, con sus señales y guiños de misterio y vida y este lenguaje consciente desde el protagonismo del cuerpo femenino. Percibo el  mundo como una casa donde se reafirma la naturaleza. La mujer está en el centro de un conflicto existencial, con todas estas referencias, donde lo aparente no es más que un pretexto para profundizar y ensanchar el sentido genérico de la percepción artística; añadiendo nuevos matices al universo representativo de la experiencia, pero sin extrañamientos, descubriendo sentimientos anímicos desde un lenguaje con el que trato de rasgar la superficie.

-¿Como mujer, cuánto te ha costado insertarte en el ámbito artístico nacional y llevar adelante una obra que sobrepasa las fronteras cubanas?

-No se trata sólo de como mujer insertarse en el ámbito artístico nacional y llevar adelante una obra; se trata ante todo, de salvar los obstáculos con que la sociedad y sus perjuicios rivalizan con un pensamiento que es incomprendido, en muchos casos, hasta por especialistas que dictan y enjuician la obra del artista.

A pesar de todas las soledades, los aislamientos puestos e impuestos, creo que la determinación por seguir es mucho más fuerte que todos los miedos. La misma riqueza de la vida y la naturaleza hace que lo  más importante sea la obra misma. Claro que el esfuerzo es mayor: Tener que vencer la cotidianidad, no es fácil; si además como mujer tienes que ser madre, esposa, llevar la casa.

A la hora de crear siempre recibimos la incertidumbre y la presión de toda la historia del arte, de los grandes maestros: Picasso, Lam, Antonia Eiriz, Amelia Peláez. Nos imponemos el reto de no repetirnos, de ser auténticos, con un lenguaje propio. Es muy difícil de explicar; pero a pesar de todo uno vuelve a entrar al taller, y a retomar el trabajo, porque la obra es más importante que todas las incomprensiones y ya se ha convertido para mí en un acto de vida, un desafío al tiempo, a la muerte, que supera el ámbito personal.

-¿Erotismo o catarsis?

-El artista vive en una catarsis constante. Hacer la obra no es más que dar rienda suelta a los sentimientos, a las ideas, a lo más secreto de uno mismo desde el subconsciente al mundo exterior – dejar lo superfluo -, encontrar las llaves de la creación, hacer la parte artesanal del trabajo, del modelado, traducir las relaciones que existen alrededor del artista y la obra, para ir tejiendo un entramado que sea capaz de comunicar un estado de ánimo, ya sea desde la sexualidad, la ira, el odio o la desesperanza. Todo toma un sentido, una armonía, no hay ambivalencias porque se convierte en comunicación, en discurso.

El erotismo es el condimento con que todos los seres humanos aderezamos la vida, sublimando el acto más natural y maravilloso de la creación, en un viaje desde el subconsciente al acto de reflejarlo, plasmarlo en una tela, un poema, una representación o una melodía.

-¿Cuáles son tus proyectos actuales y tus sueños futuros?

-Ahora mismo el proyecto más inmediato es la obra en la que estoy trabajando, en esto estoy concentrada y es lo más importante.

Tengo propuestas de exposiciones personales y otras colectivas, un libro en el que estamos trabajando que espero que se publique el próximo año. Este libro lo conforman los relatos de las impresiones de un señor francés que vive en Luxemburgo y está enamorado de Cuba, de su pueblo y su arte; y me ha pedido que ilustre las vivencias de sus viajes por el país.

Quiero trabajar sin presión, darle tiempo a los proyectos, escogerlos bien para que fluya un pensamiento coherente y que cada exposición sea diferente a las otras. Ahora mismo no me interesa forzar nada, ni buscar soluciones, quiero que esto suceda, pero en el taller, con el trabajo diario.

No creo válido hacer exposiciones sólo por hacerlas; me gusta mostrar algo diferente, que la exposición sea el resultado y no lo contrario. Para esto hay que ser disciplinado y trabajar diariamente, concentrarse, porque no hay tiempo que perder. No creo en el arte como maratón; aunque cada artista es diferente y los mecanismos de la creación y la concepción del trabajo, también.

Tomado de Cubadebate

 

Visitando a Martha

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Irrumpir en el taller o estudio de un artista, sin previo aviso, puede ser un acto desafortunado. Sin proponértelo puedes tronchar una idea, mandar a volar  un gesto que hubiera podido ser el principio de un camino prometedor,  el final feliz de la persecución de una imagen, una palabra, el hallazgo del hilo que trajera a tierra lo que tantas noches se ha entrevisto.

Una tarde cualquiera, a sabiendas del riesgo, quise conocer a la artista de la plástica Martha Jiménez en el lugar donde crea, después de disfrutar las criaturas (La Chismosa, el vendedor de agua, el lector de periódico, la pareja de enamorados), vecinos o transeúntes, que sedujeron su pupila y sus manos y quedaron para siempre en la Plaza del Carmen de la ciudad de Camagüey, donde esta artista habita, funda, enseña.

Pero Martha es una mujer inteligente. Antes de que uno pueda acceder a sus predios debe pasar por varias habitaciones donde se exponen sus obras. Y allí quedas varado, entre sus creaciones, desentrañando los símbolos con los que nos habla de la identidad, la nación, de las mujeres y sus batallas cotidianas, pequeñas y trascendentales, todo a un tiempo.

Encuentras lienzos que corresponden a las diversas series que ha preparado, entre ellas “Anhelos” o “Mujeres que vuelan”, donde las mujeres rotundas, gruesas, de amplias caderas, soñadoras y con los pies puestos sobre la tierra, son el principio y fin de su discurso expresivo. Al mismo tiempo aparecen otros objetos, puntos clave de sus reflexiones, como las máquinas de coser, los botes y los remos, que nos hablan de las búsquedas, de los caminos que escogemos para ser, del destino apenas entrevisto que nos aguarda.

En las salas expositivas conviven también sus creaciones en cerámica esmaltada, en barro, que vuelven sobre los mismos temas y otros, relacionadas con el lugar de la mujer, desde el que mira y crea, con la nación, con otros textos como los poemas de José Martí.

Y ya casi al final de la casona, se encuentra Martha, entre un amasijo de tubos de pintura, lienzos, cartulinas, libros. También está la mecedora donde debe sentarse para pensar, para mirar desde la distancia algún nacimiento, para descansar de los rigores que impone la creación.

El estudio se abre al patio de diseño colonial, donde cohabitan sin complejos el añejo tinajón, símbolo de una ciudad, y una de sus mujeres que tiene en la mano una jaula donde está encerrada otra mujer, como queriendo decirnos que los enclaustramientos no siempre vienen de los otros, de sus imposiciones y creencias. Pero Martha no nos responderá la pregunta, dejará que nosotros solos busquemos la respuesta.

Caminando por la «Tierra oscura» de Mario García Portela

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“El paisaje es la casa grande del hombre, de todos los hombres. Allí anidan sus sueños y también sus vidas, las alegrías y las tristezas, los recuerdos y el tiempo, visto desde una dimensión mayor. Pintarlo es pintarnos a nosotros mismos, porque lo que hacemos es reconstruir parte de la historia personal y colectiva.”

Con estas palabras abrió el catálogo de la exposición del pintor cubano Mario García Portela “Retratos del bosque” de 2007, escritas por Toni Piñera y que sirven para definir sin estereotipos  el trabajo de este maestro del movimiento paisajístico cubano.  Al mismo tiempo son el pretexto ideal para invitarlo a conversar sobre sus proyectos inmediatos y sobre algunas peculiaridades de su obra pictórica, que es lo mismo, que su relación con la naturaleza.

Cinco años después de su última presentación, el artista prepara una nueva muestra de su pintura, en la que viene trabajando hace algún tiempo. “Tierra oscura” es el nombre que llevará el conjunto que podrá ser apreciado en la segunda mitad del año en la galería El reino de este mundo de la Biblioteca Nacional José Martí. En ella García Portela vuelve sobre sus temas de siempre, el entorno natural, el bosque, y fundamentalmente, los árboles, para con su habitual manera de utilizar los colores hacernos “mirar mirándonos” a través de los fragmentos del paisaje que nos propone.  

“Tierra oscura  es otra muestra de las formas de mi trabajo. En ella está presente nuevamente la tierra, desde una perspectiva muy barroca, pues utilizo mucho el contraste de luz y sombra. De igual modo es una visión de la  tierra como planeta para llamar de algún modo la atención sobre la «oscuridad»  que se cierne sobre ella.” Sigue leyendo

La generación que escala el muro (en el estudio de Alfredo Otero)

 

Alfredo Otero

Alfredo Otero

Tomado del blog de Wendy Guerra, Habáname

Una conga que baila en reversa con ‘Los Carpinteros’, un preciso proyecto de transparencias ultravioletas proyectada por Carlos Garaicoa,  manos cargando  ‘Un poco de nada’ de Alexander Arrechea, ‘Los Saris’ de Leandro Soto, ‘El circo Triste’ que interpreta la dramaturgia de Wilfredo Prieto, otro muelle desecho y reconstruido por Kcho, una ‘Jaba de arena’ como huella de Liset Castillo, excepcional proyecto de caballete y arte digital de René Francisco y el gran sofá aéreo de Esterio Segura, son  parte del amplio recorrido que se puede hacer desde ya en la Bienal de La Habana 2012.

La Cabaña, El Centro Wifredo Lam, Pabexpo,  La Lavandería, una Zapatería y las propias calles de La Habana se abren para dejar pasar obras cubanas fabricadas por estos meses en la isla y otras hechas lejos de aquí  llegando a tiempo y con exceso de equipaje.

Lo interesante de esta 11ª edición es la cantidad de artistas que retornan y la importancia que se les concede, tanto a las sedes oficiales como a los espacios privados. La connotada y respetada presencia de los invitados a sitios alternativos y la apertura de estudios durante el evento;  atractiva idea que agradecemos para movernos en la ciudad como quien navega en una inmensa galería. Y aquí estamos los habaneros mezclados con los visitantes que esperamos dos largos años para ver  (desde adentro) como se reúne el arte cubano hecho desde cualquier punto del mundo.

Alfredo Otero es otro de los jóvenes artistas que expone para uno de estos espacios públicos, pero si entras a su estudio verás el desarrollo de su trabajo, que alcanza- a grandes brazadas- y con rigor, el eje medular de una generación difícil de abordar en cuanto a técnica, mercado y sagaces tópicos, pero que en mi opinión, y sin comparaciones, tienen un centro que les comunica: El pormenorizado aprendizaje para escalar hacia el otro lado del muro. Abren espacios antes lacrados y saltan de allá para acá y de acá para allá considerando esta ruta como parte del gesto. Muros de agua, muros de ladrillos, muros de ideas. MUROS  para escaladores ilustrados.

Otero, egresado de la histórica Academia San Alejandro, transitó sus años adolescencia siendo un conocido y respetado modelo que aprendió y entrenó su ojo durante las noches de pasarela y los días de largas y exigentes sesiones expuestas a la impresionante luz de Cuba. Tal vez es ese mismo manejo de la luz lo que hace que la amplitud de sus telas «nos dejen ser», sin ego, en nuestros propios estados, un testigo esencial de la asfixia o la libertad que otorga el telón de fondo de este particular show que es hoy la vida sincrónica de su imaginario.

Como si nos encontráramos en un retablo, Alfredo mancha y construye todo lo que pueda asfixiarnos, con una técnica exquisita se atreve a «pintar» y es esto lo que más agradezco de una buena mano, una mano suelta que dibuja sin temor el sitio donde nosotros nos detenemos para ser juzgados por la morfología que propone. Agradezco a Carlos Quintana y Alfredo Otero el paso de tirarse contra la tela, remangarse las manos y actuar, manchando, cada cual en su canon.

Desde su estudio  situado en la zona de Siboney le entrevisto para Habáname, tras saber la grata noticia de que en este momento se subasta una de sus obras en la conocida casa Christie´s. Sigue leyendo