«No soy yo, es mi cuerpo el que recuerda»

"No soy yo, es mi cuerpo el que recuerda". Foto: Cirenaica Moreira

«No soy yo, es mi cuerpo el que recuerda». Foto: Cirenaica Moreira

 

Del silencio al show mediático*

por: Isabel Moya, tomado de La Jiribilla 

¿Estar o no estar en los medios? Ese pudiera ser, tal vez, el dilema existencial de nuestros días. Los medios ostentan  la capacidad de contar la vida, y hacen creer que esas narraciones, son la vida misma.  El espejismo de constituirse en el reflejo de la realidad los ha situado en una de las esferas  principales del núcleo del poder.

La presencia, entonces, en los medios de personas y temas, confiere estatus de legitimidad a la cuestión que se trate. Teóricos/as en los estudios de comunicación han centrado sus análisis en la  construcción de la agenda de los medios, al considerar que ese es el nodo, a partir del cual, se estructuran los sistemas y procesos de la comunicación masiva.

La teoría de la Agenda Setting1, enmarcada en las llamadas teorías de los efectos, postula cómo los medios a partir de seleccionar temas y conferirles jerarquía dictan a la audiencia qué pensar y cómo hacerlo. Esta agenda se constituye en un marco referencial para interpretar la realidad.

Aunque esta teoría tiene como una seria limitante, que concibe a las audiencias como entes pasivos, homogéneos, aislados de un contexto y subestima las experiencias individuales, por otra parte, pone de manifiesto la importancia de atender a la visibilización de ciertos temas y al silencio sobre otros.

Algunas de las cuestiones relacionados con la situación, condición y posición de las mujeres, o promovidos desde el feminismo o los estudios de género han pasado del silencio al show mediático. Pasaron de ser de “lo que no se habla”, a estar iluminados por los reflectores. Acaparan portadas y horas de radio.

Las luces iluminan solo algunos asuntos: la violencia hacia la mujer, el aborto, el matrimonio entre personas homosexuales o lesbianas… Pero más que verdadera luz, lo que prima, con sus honrosas excepciones, es el enfoque banal, el morbo, el sensacionalismo que llega a ser amarillista en algunos casos2. Se repiten hasta la saciedad los lugares comunes que sustentan mitos y estereotipos.

Hay quienes suscriben que la presencia, en sí misma, de estos tópicos es ya un logro, pues es preferible que se muestren, aunque se reproducen los mismos presupuestos sexistas a que permanezcan ocultados y ocultos. La aparición pública del tema y la polémica que muchas veces genera lo valoran como un indicador de visibilidad.

No suscribo totalmente este punto de vista. Sería necesario realizar estudios de audiencia para valorar los niveles de  aceptación, de recepción crítica, apropiación, rechazo, posible problematización con las representaciones sociales del grupo expuesto al producto comunicativo de que se trate.

Por otra parte, incluso discursos que se presentan como discontinuidades de la representación tradicional de lo femenino no lo son realmente, no significan una ruptura pues remiten de otra forma a las esencias tradicionales. Helena Neves ha escrito al respecto: “es la continuidad debidamente adaptada al paso del tiempo, de modo que garantice la eficacia del control.”3

Pero lo que sí afirmo es que el sexismo signa los productos comunicativos en los llamados medios tradicionales y también en los nuevos soportes. La fibra óptica y el microchip han sido aliados en la amplificación, en tiempo real, de viejos estereotipos de lo femenino y lo masculino.

Resulta una manifestación de la violencia de género, agrede a las mujeres y las niñas a nivel individual y  colectivo. Imprime al imaginario social otra marca de género. Es la violencia simbólica hacia la mujer desde los medios y las industrias culturales. Sigue leyendo