Si hay dos lugares que yo amo por encima de cualquier estado del alma, son los parques y las librerías. Si busco más certidumbre, diré que las librerías. Son como mi espacio-refugio, mi casa del árbol (que nunca tuve), mi lugar especial. No hay nada que me alegre más que visitarlas aunque al mismo tiempo mengüe la casi siempre precaria situación de mi bolsillo. Por suerte, casi todas las veces he sido recompensada, aún cuando algunos autores me han estafado con premeditación y alevosía.
Pensar en los libros me lleva inevitablemente a recordar al José Martí que escribió «Ciudad sin árbol es malsana», por esas asociaciones afortunadas que uno logra establecer de vez en cuando, a fuerza de costumbre o de verdades insoslayables. De su divisa fundo la mía: “Ciudad sin librerías es un desierto profundo». Por eso cuando me tropiezo con alguno de estos lugares-árboles me pongo en paz con la vida, con perdón de las tantas cosas que en el mundo no nos permiten reconciliarnos con ella ni con los hombres que la echan a perder con una tranquilidad sobrecogedora.
Y he aquí el hallazgo, el pretexto de estas líneas desbordadas: el descubrimiento de una nueva librería. 21 Punto G, así se nombra este lugar nacido de las ensoñaciones, de la inventiva, de la magia de convertir un garaje-patio en un lugar para abrigar libros e invitar a los que pasan a adentrarse, a comprar un libro o siquiera hojearlo, preguntar por títulos queridos, por autores cuya lectura se va volviendo impostergable.
Los libros de 21 Punto G son usados, repasadas sus páginas una y otra vez, con carátulas que guardan las huellas de los más variados viajes y estancias junto a los humanos. Ordenados en anaqueles sencillos conviven unos y otros, Mark Twain junto Stendhal, Thomas Mann compartiendo sitio con Rogelio Riverón, autor de la isla. No hay jerarquías, sino una simple complicidad que se extiende hasta las conversaciones entre el librero y el lector para ajustar el precio de un libro.
Una nueva librería que se añade a las ya existentes en esta ciudad, establece un equilibrio menos precario a nuestra cotidianidad. Sucede que romántica e idealista incurable como soy vivo un poco frustrada ante el aumento -afortunado y no tanto- de cientos de cafeterías, timbiriches, restaurantes, paladares, tendederas y vendedores ambulantes de todo lo vendible. Me preocupa como todos estamos viviendo tan pendientes del pan, del circo, de la baratija, de lo efímero, marcas imborrables de una época que amenazan con perpetuarse.
Es bueno lo que haces, sigue regalándonos trabajos como este. La lectura es buen remedio para el alma.
Gracias Daylén por el impulso, palabras como las tuyas hacen que escriba un poquito de esto cada día.
Me gustó mucho Sheyli… también soy de las que busco paz en los libros, y los libreros viejos a veces guardan verdaderas joyitas. Day
Así es, me encanta sorprenderme en estas librerías o en todas. La lectura es mi gran adicción, no puedo ni quiero luchar contra este vicio. Besos